La Eucaristía (II)
Cercanía de Cristo
Dios
habló cara a cara con Adán en el paraíso. Dios Uno y Trino se nos
manifiesta en la tierra, en la inmediatez de la realidad de carne, en la
Persona de Jesucristo, Dios y hombre verdadero. En la nueva creación, y para que podamos vivir con Él nuestra
realidad de ser hijos de Dios, Dios quiere mantener esta cercanía con el
hombre; y una cercanía más íntima la vivida en el Paraíso.
Después
de la Redención, esa cercanía sólo puede darse en Cristo Jesús, personalmente,
en y con la Persona de Cristo. Las palabras del Evangelio de San Juan son muy
claras: "Jesús dijo en voz alta: El que cree en mí, no cree en mí, sino en
el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado" (12, 44-45).
Más adelante, subraya, ante la petición de Felipe de que le muestre al Padre:
"Felipe, hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me has conocido?
Quien me ha visto a mí, también ha visto al Padre" (Jn 14, 9).
¿No podrán ver al Padre quienes no hayan
contemplado en la tierra el rostro de Cristo? ¿No podrán conversar con el Padre
quienes no hayan intercambiado palabras con Cristo en los caminos de la tierra?
¿Por qué esta afirmación tan neta del Catecismo?
La respuesta es clara, Jesucristo instituye la Eucaristía; y en la
Eucaristía, Él está siempre presente con nosotros, para seguir caminando también con nosotros, con cada uno de
nosotros, y ayudarnos a descubrir al
Padre. “En la Eucaristía la gloria de Cristo está velada (...). Sin
embargo, precisamente a través del misterio de su total ocultación, Cristo se
hace misterio de luz, gracias al cual el creyente se ve introducido en las
profundidades de la vida divina” (Juan
Pablo II, Mane nobiscum Domine, n. 11). Y en la Eucaristía,
Cristo realiza sus palabras en el espíritu del creyente: "Ésa es la vida
eterna: que te conozcan a ti, el único verdadero Dios, y al que tú enviaste,
Jesús, el Mesías" (Jn
17, 3). “Me explico tu afán de recibir a diario la Sagrada
Eucaristía, porque quien se siente hijo de Dios tiene imperiosa necesidad de
Cristo” (Forja n. 830).
En la Eucaristía, el cristiano ve el
rostro de Cristo, intercambia palabras con el mismo Cristo. Considerada de esta
forma, la nueva vida que Dios dona a los hombres, después de la Encarnación y
de la Redención, la Eucaristía es fuente y cima de toda la vida cristiana (Lumen gentium, 11).
"Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y
las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía contiene, en efecto,
todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra
Pascua" (Presbiterorum
ordinis, 5) (Catecismo,
n. 1324). En la Eucaristía encontramos y vivimos a Cristo; cada
uno de nosotros, en la individualidad de su yo, de su persona, se une a Dios,
conoce a Dios que, en Cristo se ha hecho presente en la historia de los
hombres, en la historia personal de cada ser humano. Sin la Eucaristía no
seríamos verdaderamente cristianos, porque viviríamos lejos de Cristo.
“La fe nos pide que estemos ante la
Eucaristía con la conciencia de estar ante el propio Cristo. Precisamente su
presencia da a las demás dimensiones –de banquete, de memorial de la Pascua, de
anticipación escatológica- un significado que trasciende, con mucho, el de un
mero simbolismo. La Eucaristía es misterio de presencia, por medio del cual se
realiza de forma suprema la promesa de Jesús de permanecer con nosotros hasta
el fin del mundo”. (Juan
Pablo II, Mane nobiscum Domine, n. 16).
Unidos a Cristo Eucaristía, en una
verdadera unión de fe, de esperanza, de caridad, permitimos que el mismo
Jesucristo nos ayude y viva con nosotros la realidad de la nueva creación, la
gracia. Y, convertidos a la divinidad injertada en nuestra humanidad, podemos,
viviendo precisamente la Santa Misa "con Cristo, por Cristo, en Cristo",
introducirnos en la misión de Cristo: adorar, reparar, dar gracias, pedir
gracias, a Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo.
Así lo expresa San Josemaría Escrivá: “Vivir la Santa Misa es permanecer en
oración continua; convencernos de que, para cada uno de nosotros, es éste
un encuentro personal con Dios:
adoramos, alabamos, pedimos, damos gracias, reparamos por nuestros pecados, nos
purificamos, nos sentimos una sola cosa con Cristo, con todos los cristianos” (Es Cristo que pasa, n. 88).
Cuestionario
■ ¿Me arrodillo con devoción al pasar
delante del Sagrario, sabiendo que me arrodillo ante Cristo?
■ ¿Saludo con frecuencia al Señor en el
Sagrario más cercano a mi casa? ¿Le doy gracias porque ha
querido quedarse tan cerca de mí?
■ En
los momentos de soledad y de gozo, ¿sé
que Cristo me espera en el Sagrario para compartir mi pena, para vivir
conmigo la alegría?
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