TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 28 de junio de 2014

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 29 DE JUNIO, SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO?
Mt. 16. 13.19
            En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?». Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
       Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
       Jesús le respondió: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». 

      Otras Lecturas: Hechos 12,1-11; Salmo 33; 2Timoteo 4,6-8.17-18

LECTIO:
            Jesús conversa con sus discípulos en la región de Cesarea de Filipo, no lejos de las fuentes del Jordán. El episodio ocupa un lugar destacado en el evangelio de Mateo. Probablemente, quiere que sus lectores no confundan las «iglesias» que van naciendo de Jesús con las «sinagogas» o comunidades judías donde hay toda clase de opiniones sobre él.
        Lo primero que hay que aclarar es quién está en el centro de la Iglesia. Jesús se lo pregunta directamente a sus discípulos: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde en nombre de todos: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Intuye que Jesús no es sólo el Mesías esperado. Es el «Hijo de Dios vivo». El Dios que es vida, fuente y origen de todo lo que vive. Pedro capta el misterio de Jesús en sus palabras y gestos que ponen salud, perdón y vida nueva en la gente.
        Jesús le felicita: «Dichoso tú… porque eso sólo te lo ha podido revelar mi Padre del cielo». Ningún ser humano «de carne y hueso» puede despertar esa fe en Jesús. Esas cosas las revela el Padre a los sencillos, no a los sabios y entendidos. Pedro pertenece a esa categoría de seguidores sencillos de Jesús que viven con el corazón abierto al Padre. Esta es la grandeza de Pedro y de todo verdadero creyente.
        Jesús hace a continuación una promesa solemne: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra yo edificaré mi Iglesia». La Iglesia no la construye cualquiera. Es Jesús mismo quien la edifica. Es él quien convoca a sus seguidores y los reúne en torno a su persona. La Iglesia es suya. Nace de él.
        Pero Jesús no es un insensato que construye sobre arena. Pedro será «roca» en esta Iglesia. No por la solidez y firmeza de su temperamento pues, aunque es honesto y apasionado, también es inconstante y contradictorio. Su fuerza proviene de su fe sencilla en Jesús. Pedro es prototipo de los creyentes e impulsor de la verdadera fe en Jesús.
        Este es el gran servicio de Pedro y sus sucesores a la Iglesia de Jesús. Pedro no es el «Hijo del Dios vivo». La Iglesia no es suya sino de Jesús. Sólo Jesús ocupa el centro. Sólo el la edifica con su Espíritu. Pero Pedro invita a vivir abiertos a la revelación del Padre, a no olvidar a Jesús y a centrar su Iglesia en la verdadera fe.

MEDITATIO:
                      Pedro y Pablo son los pilares sobre los que Jesús construyó su Iglesia y confió la fe. Pedro negó a Cristo y Pablo perseguía a sus discípulos. Con su fe fortalecida dedicaron toda su vida a difundir el evangelio.
Pide a Jesús que como a ellos te transforme, que vivas para Él y para su Iglesia y que con tu vida sepas dar testimonio de tu fe.
El Señor ha dejado a Pedro, como cabeza visible de su Iglesia, ¿vives consciente y plenamente tu identidad cristiana?
Pedro y sus sucesores tienen la misión de guiar a la Iglesia de Jesucristo, ¿qué le aporta esto a tu fe? ¿cómo valoras y reconoces la misión que tiene el Papa en tu fe y vida de creyente? ¿cómo apoyas y expresas tu adhesión al Papa?
Jesús elige a personas sencillas, como Pedro, y las capacita para la misión. También Jesús confía en ti y te sostiene para que lleves su mensaje al mundo. Por el bautismo somos parte de la Iglesia de Jesús, ¿cómo vives tu fe y tu adhesión al Señor Jesús? ¿cómo das a conocer su Iglesia y colaboras a que realice su misión en el mundo? ¿cómo das testimonio de tu fe y de tu pertenencia a la Iglesia?
     En el testamento de Pablo VI se lee: “que diré a la Iglesia a la que debo todo…ten conciencia de tu naturaleza y de tu misión; ten sentido de las necesidades verdaderas y profundas de la humanidad y camina pobre, es decir, libre, fuerte y amorosa hacia Cristo…” ¿Qué te dicen estas palabras?  ¿cómo las vives?                                                                                                                                                         
 ORATIO:
     A ti te entrego las llaves: en tus manos pongo mi mensaje, mis ilusiones, mi confianza y palabra de Padre. Te hago portador de mis esperanzas y proyectos.
     Llaves para que nadie encuentre las puertas de su camino cerradas, aunque sea de noche. Llaves para liberar, quitar miedos, culpabilidades…
     Llaves para que me ames sin medida, para que no pongas obstáculos a mi gracia. Llaves para que te des como Yo me dí.
     Llaves para que lleves esperanza, confianza, paz, porque “todo es posible en Aquel que me conforta”

CONTEMPLATIO:
     Jesús hoy sigue llamando y pide una respuesta: “Y tú, ¿tú, quién dices que soy yo? Esta respuesta ha de cuestionar toda tu vida: pensamientos, sentimientos, valores, planes, actuaciones, conducta familia, comunidad cristiana… Hoy es día de penetrar en el conocimiento de la Iglesia, de aceptarla como es con su grandeza y sus sombras que hacen resplandecer la luz de Cristo que es quien la sostiene por encima de todo.
     Jesús se cruza en la vida de Saulo y él se identificó de tal manera con Jesús que llegó a decir…no soy yo el que vive es Cristo quien vive en mi… No escatimó esfuerzo alguno para que todos conocieran a Jesús.
     En el silencio de la oración, pídele a Jesús que transforme tu vida, como lo hizo con Pablo y así poder darlo a conocer a los que te rodean y poder decir, no soy yo el que vive, es Cristo que vive en mí.

1 comentario:

  1. Llegados a final de junio, podríamos decir que suena a examen de fin de curso el interrogatorio que el Evangelio de este día nos presenta, o tal vez una encuesta improvisada. ¿Quién dice la gente por ahí que es el Hijo del hombre? ¿Y vosotros quién decís que soy yo? Ayer como hoy, las respuestas de la gente serán variopintas e incluso extravangantes. La gente puede decir ¡tantas cosas! cuando se pone a definir a Jesús desde una clave inadecuada, incluso cuando hacen gala de una teología que no se vive en comunión leal y filial con la tradición de la Iglesia.
    De ahí la segunda pregunta de Jesús: esto es lo que dice la gente, pero... "y vo¬sotros, ¿quién decís que soy yo?". Porque, obviamente, tan sólo quien convive con una persona, tan sólo quien ha entrado en su intimidad puede decir con verdad quién es. La gente que no se mueve en esta experiencia de conocimiento cercano, puede opinar lo que quiera pero demasiadas veces lo hace con atrevido oportunismo, con ignorante ignorancia, o con interés ideológico.
    Pedro dirá: "tu eres el Hijo de Dios vivo". En ese examen Jesús le puso buena nota, la mejor: haberle dicho que el mismo Padre Dios había hablado por su boca. Y a continuación le cambiará para siempre de nombre: de Simón a Cefas, Piedra, y sobre esa Piedra de Pedro, Jesús edificaría su Iglesia.
    Sin duda que fue una hermosa definición la de Pedro. Porque hay otros dioses que no están vivos: tienen boca pero no hablan, tienen ojos pero no ven, oídos pero no oyen. Dioses de conveniencia, que no molestan ni exigen conversión, que sólo entretienen en dudosas devociones; dioses de adorno y costumbrismo. Pedro se ha encontrado con el Dios vivo y verdadero. Responder que Jesús es el Hijo de Dios vivo, no en una definición teórica y aprendida, que se repite sin saber lo que se dice, sino dar esa respuesta cuando traba¬jamos y cuando descansamos, cuando amamos, cuando nos alegramos, cuando sufri¬mos y lloramos, cuando nos rodea la gracia o cuando nos acorrala la desgracia. Jesús no ha sido enviado por el Padre como un objeto de curiosidad o de fácil beneficiencia; su Persona y su Palabra no son para fomentar el espectáculo de una atracción milagrera, sino que más bien son para reconocer el acontecimiento de una no¬vedad que puede cambiar de raíz la vida, el germen de algo nuevo que puede surgir en quienes y entre quienes reconocen en Él el don del Dios vivo por excelencia.
    + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
    Arzobispo de Oviedo

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