( III )
+Mons. Juan Miguel Ferrer, subsecretario de la Congregación para el
Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
La adoración es parte esencial de
la vida cristiana, pregusto de vida eterna. Es la urdimbre
de la Liturgia y elemento indispensable dentro de la oración
cristiana.
La
adoración, singularmente la adoración
eucarística, que es el ápice significativo de la adoración cristiana, nace
y se genera a partir de la santa Misa. Igual que la Liturgia de las
Horas prolonga la Misa bajo la forma de alabanza, a lo largo
del tiempo, de eucaristía en eucaristía. El culto eucarístico (ante
el sagrario, el copón o la custodia) prolonga
la Misa bajo la forma de adoración.
De tal modo, podemos decir que toda “adoración” arranca de una celebración y
culmina en otra, hasta llegar a la plena y directa vivencia de la eterna
liturgia del Cielo.
Igualmente,
la adoración como acción sagrada o como forma de oración sólo
es verdadera cuando transforma la persona, la comunidad y sus vidas.
Precisamos introducir de nuevo esta
dimensión de adoración en nuestra vida, en nuestra oración, en nuestra liturgia. Esta será
una gran tarea para la Iglesia, tarea que concierne de modo muy particular a
todas las Obras Eucarísticas de la Iglesia, desde la peculiaridad propia de
cada una de ellas.
Sin
perder nada de la confianza filial para con nuestro Dios, Trino y Uno, hemos de
esforzarnos por recuperar el santo temor de Dios (que no es
miedo, sino verdad, sólo Dios es Dios, nosotros obra de sus manos). Temor de
Dios que se traduce en sentido de lo sagrado, un adecuado
equilibrio de “continuidad-discontinuidad” entre lo “natural” y lo
“sobrenatural”. De modo que lo sobrenatural no se torne inaccesible e
imposible, ni tampoco se trivialice.
Personalmente
creo que es indispensable recuperar el lenguaje religioso de lo sagrado que
tiene fundamento bíblico. El Padrenuestro, los salmos y cánticos nos dan el
vocabulario de la oración de la fe, los gestos de los orantes bíblicos nos dan
los gestos de la oración cristiana. Hay
que enfatizar hoy gestos de adoración (gestos de fe): postrarse, ponerse de rodillas, hacer genuflexión,
inclinarse profundamente, inclinar la cabeza. Dejar de llamar a Dios “Padre”, sería
renegar de Cristo, dejar de doblar ante Él las rodillas también es una
traición. Es verdad, somos hijos, no simples siervos, pero somos hijos “en el
Hijo”, que es el “Siervo”. Son las aparentes paradojas de nuestra fe que nos
educa para la “visión”, que se cumplirá en el Cielo. Un cielo que el libro del
Apocalipsis nos anuncia con los claros tintes de una gran liturgia de alabanza
y adoración.
Creo
que nos resulta indispensable recuperar
el valor de la escucha y del silencio.
·
Silencios en
la Liturgia (antes de la Misa; en el acto penitencial; antes de la Oración
Colecta;
·
tras las Lecturas;
·
durante
la presentación de los dones;
·
rodeando
el relato de la institución −consagración− dentro de la Plegaria Eucarística;
·
antes del Padrenuestro −que inicia la
preparación para la Comunión− ; y, finalmente, tras la Comunión); silencios en la adoración
eucarística, tanto personal como comunitaria (sería negar la adoración
eucarística instrumentalizar la “exposición del Santísimo” para
simplemente acompañar −solemnizar− una novena o una Hora del Oficio Divino,
igualmente, siendo plenamente recomendable a lo largo de una exposición amplia
−prolongada− proclamar textos de la Palabra de Dios, realizar “preces” o
letanías, o celebrar alguna hora del Oficio, no se puede convertir el tiempo de
la adoración del Santísimo en una abigarrada y atropellada
sucesión de rezos, lecturas y cánticos, sin respiro, casi sin sentido).
Todo
esto obliga a afrontar seriamente hoy en nuestra Iglesia la cuestión de
la adoración. Obliga a los Pastores, obliga singularmente a todas las
Asociaciones y Hermandades eucarísticas y obliga a todos los fieles cristianos.
Quisiera
ahora mirar un poco hacia el futuro y apuntar dos líneas de acción para las Obras eucarísticas de la Iglesia en
clave de Evangelización: 1) la necesidad de sólida formación; y
2) la necesidad de una espiritualidad verdaderamente eucarística.
3. Necesidad de una sólida formación para los miembros de las Obras
eucarísticas de la Iglesia.
Creo
que esta formación tendría que abarcar
tres campos: el teológico, litúrgico y espiritual, (para
lo cual el instrumento privilegiado ha de ser el Catecismo de la
Iglesia Católica, singularmente las “partes” dedicadas a la Liturgia y a la
Oración, –junto al cual estarán la OGMR y los Praenotanda del
Ritual para el Culto Eucarístico fuera de la Misa–); en segundo lugar el bíblico (que
puede apoyarse sobre un buen “diccionario de teología bíblica” o sobre las
“introducciones y notas” de una Biblia oficial −como es el caso de España−);
finalmente no puede faltar la atención al campo pastoral(donde son
textos de referencia las exhortaciones Evangelii nuntiandi, de
Pablo VI, y Christifideles laici del beato Juan Pablo II −e
incluso el Compendio de la Doctrina social de la Iglesia).
1.-Formación
teológica, litúrgica y espiritual
Una
sólida formación litúrgica, teórica y práctica, para
comprender que celebración (1), comunión (2), adoración-oración (3) y vida (4) son momentos de un mismo proceso
sacramental. Momentos que constituyen una única
realidad orgánica, reclamándose unos a otros para asegurar su veracidad y
eficacia. No podemos descuidar ninguno de ellos, pero, sí podemos insistir en
alguno en particular, cuando las circunstancias lo reclaman.
Las
Obras eucarísticas de la Iglesia, según su especificidad fundacional, pueden
poner acentos particulares en su formación y actividad, hasta llegar a destacar
alguno o algunos de estos momentos, pero no pueden descuidar ninguno de ellos. De esta formación teológica surge un ars
celebrandi así como una “calidad” de la adoración y unos más fecundos
frutos de la comunión, que se
traducen en la vida de santidad y de apostolado.
2.-Formación
bíblica
La
formación bíblica ha de hacer posible una escucha más dócil y fructuosa de la
Palabra de Dios, una mayor capacidad para comprender el lenguaje de la
fe, que empapa la oración cristiana. Y, lo que es más importante, ayudará a
entender que la Palabra de Dios es mucho más que una colección de testimonios
de fe del pasado, que es en realidad palabra viva y eficaz que
se descubre operante en el Sacramento. Del mismo modo que la Palabra
ayuda a descubrir la presencia sacramental, la presencia
lleva a acoger la Palabra como donación de Dios y Obra de Dios.
Interesa
fundamentalmente en esta dimensión formativa conocer la organicidad de
los libros bíblicos, el desenvolvimiento de la Historia de
Salvación y el conocimiento de los personajes, acontecimientos
y realidades, que adquieren progresivamente un valor tipológico y
desarrollan los grandes temas bíblicos (sacrificio, alianza,
mesianismo…).
Tal
formación bíblica permitirá descubrir el íntimo vínculo
entre la escucha receptiva de la palabra y la comunión sacramental, entre
la lectio divina y la adoración silenciosa, y entre la narración de los hechos
inspirada por Dios y los hechos que transforman la realidad, obedeciendo la
Palabra escuchada y acogida.
3.-Formación
Pastoral
Esta
buscará la eclesialización de la propia vida, la integración de los procesos
sacramentales personales en el gran dinamismo sacramental de la vida eclesial.
No se trata tanto de ofrecer “recetarios” prácticos para la acción, cuanto
ayudar a descubrir el sentido “coral” (o sinfónico) de la
existencia cristiana. Si el obrar sigue al ser el ser
se vive en el obrar.
La
formación pastoral nos hace conscientes, gradualmente, de
nuestra pertenencia a la Iglesia y de nuestra dignidad y misión, dentro de ella. Las Obras eucarísticas de
la Iglesia, es verdad que no se definen por sus obras de apostolado, caridad, o
acción cultural y social, pero, consagrándose a cultivar la adoración
en sus múltiples formas y la espiritualidad eucarística, están
provocando en la Iglesia un constante flujo de santidad y de compromiso cristiano.
Esta “frontalidad” se ha de manifestar en la vida de sus miembros y en las consecuencias comunitarias de su presencia y
acción, en las parroquias o diócesis donde están presentes.
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