TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

viernes, 27 de junio de 2014

( III )

     +Mons. Juan Miguel Ferrer, subsecretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

      La adoración es parte esencial de la vida cristianapregusto de vida eterna. Es la urdimbre de la Liturgia y elemento indispensable dentro de la oración cristiana.
      La adoración, singularmente la adoración eucarística, que es el ápice significativo de la adoración cristiana, nace y se genera a partir de la santa Misa. Igual que la Liturgia de las Horas prolonga la Misa bajo la forma de alabanza, a lo largo del tiempo, de eucaristía en eucaristía. El culto eucarístico (ante el sagrario, el copón o la custodia) prolonga la Misa bajo la forma de adoración. De tal modo, podemos decir que toda “adoración” arranca de una celebración y culmina en otra, hasta llegar a la plena y directa vivencia de la eterna liturgia del Cielo.
      Igualmente, la adoración como acción sagrada o como forma de oración sólo es verdadera cuando transforma la persona, la comunidad y sus vidas.
    Precisamos introducir de nuevo esta dimensión de adoración en nuestra vida, en nuestra oración, en nuestra liturgia. Esta será una gran tarea para la Iglesia, tarea que concierne de modo muy particular a todas las Obras Eucarísticas de la Iglesia, desde la peculiaridad propia de cada una de ellas.
      Sin perder nada de la confianza filial para con nuestro Dios, Trino y Uno, hemos de esforzarnos por recuperar el santo temor de Dios (que no es miedo, sino verdad, sólo Dios es Dios, nosotros obra de sus manos). Temor de Dios que se traduce en sentido de lo sagrado, un adecuado equilibrio de “continuidad-discontinuidad” entre lo “natural” y lo “sobrenatural”. De modo que lo sobrenatural no se torne inaccesible e imposible, ni tampoco se trivialice.
     Personalmente creo que es indispensable recuperar el lenguaje religioso de lo sagrado que tiene fundamento bíblico. El Padrenuestro, los salmos y cánticos nos dan el vocabulario de la oración de la fe, los gestos de los orantes bíblicos nos dan los gestos de la oración cristiana. Hay que enfatizar hoy gestos de adoración (gestos de fe): postrarse, ponerse de rodillas, hacer genuflexión, inclinarse profundamente, inclinar la cabeza. Dejar de llamar a Dios “Padre”, sería renegar de Cristo, dejar de doblar ante Él las rodillas también es una traición. Es verdad, somos hijos, no simples siervos, pero somos hijos “en el Hijo”, que es el “Siervo”. Son las aparentes paradojas de nuestra fe que nos educa para la “visión”, que se cumplirá en el Cielo. Un cielo que el libro del Apocalipsis nos anuncia con los claros tintes de una gran liturgia de alabanza y adoración.
       Creo que nos resulta indispensable recuperar el valor de la escucha y del silencio

·        Silencios en la Liturgia (antes de la Misa; en el acto penitencial; antes de la Oración Colecta;
·         tras las Lecturas;
·        durante la presentación de los dones;
·        rodeando el relato de la institución −consagración− dentro de la Plegaria Eucarística;
·         antes del Padrenuestro −que inicia la preparación para la Comunión− ;  y, finalmente, tras la Comunión); silencios en la adoración eucarística, tanto personal como comunitaria (sería negar la adoración eucarística instrumentalizar la “exposición del Santísimo” para simplemente acompañar −solemnizar− una novena o una Hora del Oficio Divino, igualmente, siendo plenamente recomendable a lo largo de una exposición amplia −prolongada− proclamar textos de la Palabra de Dios, realizar “preces” o letanías, o celebrar alguna hora del Oficio, no se puede convertir el tiempo de la adoración del Santísimo en una abigarrada y atropellada sucesión de rezos, lecturas y cánticos, sin respiro, casi sin sentido).

   Todo esto obliga a afrontar seriamente hoy en nuestra Iglesia la cuestión de la adoración. Obliga a los Pastores, obliga singularmente a todas las Asociaciones y Hermandades eucarísticas y obliga a todos los fieles cristianos.
      Quisiera ahora mirar un poco hacia el futuro y apuntar dos líneas de acción para las Obras eucarísticas de la Iglesia en clave de Evangelización: 1) la necesidad de sólida formación; y 2) la necesidad de una espiritualidad verdaderamente eucarística.

3. Necesidad de una sólida formación para los miembros de las Obras eucarísticas de la Iglesia.

    Creo que esta formación tendría que abarcar tres campos: el teológico, litúrgico y espiritual, (para lo cual el instrumento privilegiado ha de ser el Catecismo de la Iglesia Católica, singularmente las “partes” dedicadas a la Liturgia y a la Oración, –junto al cual estarán la OGMR y los Praenotanda del Ritual para el Culto Eucarístico fuera de la Misa–); en segundo lugar el bíblico (que puede apoyarse sobre un buen “diccionario de teología bíblica” o sobre las “introducciones y notas” de una Biblia oficial −como es el caso de España−); finalmente no puede faltar la atención al campo pastoral(donde son textos de referencia las exhortaciones Evangelii nuntiandi, de Pablo VI, y Christifideles laici del beato Juan Pablo II −e incluso el Compendio de la Doctrina social de la Iglesia).

1.-Formación teológica, litúrgica y espiritual

      Una sólida formación litúrgica, teórica y práctica, para comprender que celebración (1), comunión (2), adoración-oración (3) y vida (4) son momentos de un mismo proceso sacramental. Momentos que constituyen una única realidad orgánica, reclamándose unos a otros para asegurar su veracidad y eficacia. No podemos descuidar ninguno de ellos, pero, sí podemos insistir en alguno en particular, cuando las circunstancias lo reclaman.
     Las Obras eucarísticas de la Iglesia, según su especificidad fundacional, pueden poner acentos particulares en su formación y actividad, hasta llegar a destacar alguno o algunos de estos momentos, pero no pueden descuidar ninguno de ellos. De esta formación teológica surge un ars celebrandi así como una “calidad” de la adoración y unos más fecundos frutos de la comunión, que se traducen en la vida de santidad y de apostolado.

2.-Formación bíblica

      La formación bíblica ha de hacer posible una escucha más dócil y fructuosa de la Palabra de Dios, una mayor capacidad para comprender el lenguaje de la fe, que empapa la oración cristiana. Y, lo que es más importante, ayudará a entender que la Palabra de Dios es mucho más que una colección de testimonios de fe del pasado, que es en realidad palabra viva y eficaz que se descubre operante en el Sacramento. Del mismo modo que la Palabra ayuda a descubrir la presencia sacramental, la presencia lleva a acoger la Palabra como donación de Dios y Obra de Dios.
     Interesa fundamentalmente en esta dimensión formativa conocer la organicidad de los libros bíblicos, el desenvolvimiento de la Historia de Salvación y el conocimiento de los personajes, acontecimientos y realidades, que adquieren progresivamente un valor tipológico y desarrollan los grandes temas bíblicos (sacrificio, alianza, mesianismo…).
     Tal formación bíblica permitirá descubrir el íntimo vínculo entre la escucha receptiva de la palabra y la comunión sacramental, entre la lectio divina y la adoración silenciosa, y entre la narración de los hechos inspirada por Dios y los hechos que transforman la realidad, obedeciendo la Palabra escuchada y acogida.

3.-Formación Pastoral

      Esta buscará la eclesialización de la propia vida, la integración de los procesos sacramentales personales en el gran dinamismo sacramental de la vida eclesial. No se trata tanto de ofrecer “recetarios” prácticos para la acción, cuanto ayudar a descubrir el sentido “coral” (o sinfónico) de la existencia cristiana. Si el obrar sigue al ser el ser se vive en el obrar.

      La formación pastoral nos hace conscientes, gradualmente, de nuestra pertenencia a la Iglesia y de nuestra dignidad y misión, dentro de ella. Las Obras eucarísticas de la Iglesia, es verdad que no se definen por sus obras de apostolado, caridad, o acción cultural y social, pero, consagrándose a cultivar la adoración en sus múltiples formas y la espiritualidad eucarística, están provocando en la Iglesia un constante flujo de santidad y de compromiso cristiano. Esta “frontalidad” se ha de manifestar en la vida de sus miembros y en las consecuencias comunitarias de su presencia y acción, en las parroquias o diócesis donde están presentes.

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