TIEMPO LITÚRGICO

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viernes, 27 de junio de 2014

TODO EL AMOR DE DIOS, EN UN CORAZÓN
     Celebramos, en el viernes siguiente a la festividad del Corpus Christi, una de las fiestas más populares de nuestro calendario cristiano:
EL SAGRADO CORAZON DE JESUS.
     En Él, y por eso lo honramos y lo queremos, vemos –de alguna forma- visible e invisible el amor inmenso que Dios nos tiene.
     Mirar al corazón de Cristo es contemplar todo el plan que Dios tenía trazado desde antiguo.
     Acercarnos al Corazón de Jesús, es beber a manos llenas, del torrente de la vida y de la alegría, del amor y de la paz que, a través de su corazón, desciende en riadas desde el cielo hasta la tierra. Hay un conocido refrán que dice lo siguiente: “allá donde está tu corazón, está tu tesoro”. Observemos detenidamente el Corazón de Jesús; ¿dónde lo tiene puesto? ¿Hacia dónde lo tiene inclinado? ¿Qué nos señala?
    El Corazón de Jesús, y es su esencia, está puesto en Dios. Sólo se mueve por Él, desde Él y para Él. Forman una unidad. El Corazón de Jesús, está inclinado hacia los hombres. Es un amor que no se queda cómodamente instalado en las alturas. Adentrarse en el Corazón de Cristo es coger una escalera rápida y segura para alcanzar el mismo corazón de Dios.
-Como la Samaritana, también nosotros, tenemos que asomarnos a ese profundo pozo de agua viva que es Jesús.
-Como el enfermo, también nosotros, podemos acercarnos a ese gran mar de salud que es el corazón de Jesús.
-Como el paralítico, también nosotros, podemos zambullirnos de lleno y nadar en las corrientes de un corazón que revitaliza la vida de los que creen y confían en Jesús.
     Hoy, en los tiempos que corren, encontramos muchos corazones a la deriva. Corazones que palpitan pero que no sienten una felicidad íntegra, pletórica y duradera. Corazones ansiosos, no por amar, sino por tener. Corazones, por los que discurre la sangre, pero hace tiempo en los que se detuvo la energía del vivir, la sensación de paz y de serenidad.
     Hoy, y no pasa nada por reconocerlo, el corazón del ser humano está enfermo. Nunca tantas posibilidades para llenarlo de satisfacciones y, nunca, tanta medicina para calmarlo, para que siga funcionando, para que no se detenga, para que no esté triste.
¡Volvamos, nuestros ojos,  al Corazón de Jesús!
     Él es la fuente de la eterna salud. No es palabrería barata. No es frase que viene a los labios porque sí. Jesús, cuando copa el centro de nuestras miradas, cuando dejamos que mueva los dos impulsos de nuestro corazón, cuando dejamos que se siente a nuestra derecha, cuando lo hacemos nuestro confidente…..se convierte en un surtidor de vida, de alegría, de esperanza, de ilusión y de fe.
    Él es la fuente, y hay que recordarlo, de consuelo. El hombre anda mendigando amor. Nunca como hoy tan próximos (en la calle, en el metro, en los hospitales, en las fiestas) y nunca, como hoy, tan solitarios.  El Corazón de Jesús es el confidente. El compañero que más kilómetros nos acompaña. El inspirador de muchas de nuestras acciones. El que abre su puerta, cuando estamos bien, y el que la vuelve abrir cuando nos encontramos mal.
     Éste, ni más ni menos, es el Corazón de Cristo. Un Corazón que, por estar orientado y conectado al cielo, es un maná de salvación, de perdón, de acogida, de misericordia y de amor.
¿Qué y quién es el Corazón de Jesús?
    Ni más ni menos que, el mismo Corazón de Dios (con los mismos sentimientos e impulsos de Jesús) latiendo en la tierra. Y, por cierto, también nuestros corazones necesitan, de vez en cuando,  una gran transfusión de luz divina; de fuerza divina; de ilusión divina; de fortaleza divina.
    Es el mejor donante…Jesús de Nazaret. Tiene corazón para dar y regalar. Y, también, el mejor cardiólogo (que sabe lo que ocurre en el corazón de cada uno, por qué sufre, por qué se acelera, por qué se detiene, por qué odia, por qué ama, por qué se revela, etc) es Jesús.

P. Javier Leoz



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