TODO EL AMOR DE DIOS, EN UN CORAZÓN
Celebramos, en el viernes siguiente a la festividad
del Corpus Christi, una de las fiestas más populares de nuestro calendario
cristiano:
EL SAGRADO CORAZON DE JESUS.
En Él, y por eso lo
honramos y lo queremos, vemos –de alguna forma- visible e invisible el amor
inmenso que Dios nos tiene.
Mirar al corazón de Cristo
es contemplar todo el plan que Dios tenía trazado desde antiguo.
Acercarnos
al Corazón de Jesús, es beber a manos llenas, del torrente de la vida y de la
alegría, del amor y de la paz que, a través de su corazón, desciende en riadas desde
el cielo hasta la tierra. Hay un conocido refrán que dice lo siguiente: “allá
donde está tu corazón, está tu tesoro”. Observemos detenidamente el Corazón de
Jesús; ¿dónde lo tiene puesto? ¿Hacia dónde lo tiene inclinado? ¿Qué nos
señala?
El Corazón de Jesús, y es
su esencia, está puesto en Dios. Sólo se mueve por Él, desde Él y para Él.
Forman una unidad. El Corazón de Jesús, está inclinado hacia los hombres. Es un
amor que no se queda cómodamente instalado en las alturas. Adentrarse en el
Corazón de Cristo es coger una escalera rápida y segura para alcanzar el mismo
corazón de Dios.
-Como la Samaritana, también nosotros, tenemos que
asomarnos a ese profundo pozo de agua viva que es Jesús.
-Como el enfermo, también nosotros, podemos
acercarnos a ese gran mar de salud que es el corazón de Jesús.
-Como el paralítico, también nosotros, podemos
zambullirnos de lleno y nadar en las corrientes de un corazón que revitaliza la
vida de los que creen y confían en Jesús.
Hoy, en los tiempos que corren, encontramos muchos
corazones a la deriva. Corazones que palpitan pero que no sienten una felicidad
íntegra, pletórica y duradera. Corazones ansiosos, no por amar, sino por tener.
Corazones, por los que discurre la sangre, pero hace tiempo en los que se
detuvo la energía del vivir, la sensación de paz y de serenidad.
Hoy, y no pasa nada por reconocerlo, el corazón del
ser humano está enfermo. Nunca tantas posibilidades para llenarlo de
satisfacciones y, nunca, tanta medicina para calmarlo, para que siga
funcionando, para que no se detenga, para que no esté triste.
¡Volvamos, nuestros ojos, al Corazón de Jesús!
Él es la fuente de la eterna salud. No es palabrería
barata. No es frase que viene a los labios porque sí. Jesús, cuando copa el
centro de nuestras miradas, cuando dejamos que mueva los dos impulsos de
nuestro corazón, cuando dejamos que se siente a nuestra derecha, cuando lo
hacemos nuestro confidente…..se convierte en un surtidor de vida, de alegría,
de esperanza, de ilusión y de fe.
Él es la fuente, y hay que recordarlo, de consuelo. El hombre anda
mendigando amor. Nunca como hoy tan próximos (en la calle, en el metro, en los
hospitales, en las fiestas) y nunca, como hoy, tan solitarios. El Corazón de Jesús es el confidente. El
compañero que más kilómetros nos acompaña. El inspirador de muchas de nuestras
acciones. El que abre su puerta, cuando estamos bien, y el que la vuelve abrir
cuando nos encontramos mal.
Éste, ni más ni menos, es el Corazón de Cristo. Un Corazón que, por
estar orientado y conectado al cielo, es un maná de salvación, de perdón, de
acogida, de misericordia y de amor.
¿Qué y quién es el Corazón de Jesús?
Ni más ni menos que, el mismo Corazón de Dios (con los mismos
sentimientos e impulsos de Jesús) latiendo en la tierra. Y, por cierto, también
nuestros corazones necesitan, de vez en cuando,
una gran transfusión de luz divina; de fuerza divina; de ilusión divina;
de fortaleza divina.
Es el mejor donante…Jesús de Nazaret. Tiene corazón para dar y regalar.
Y, también, el mejor cardiólogo (que sabe lo que ocurre en el corazón de cada
uno, por qué sufre, por qué se acelera, por qué se detiene, por qué odia, por
qué ama, por qué se revela, etc) es Jesús.
P.
Javier Leoz
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