TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 7 de junio de 2014

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 8 DE JUNIO, EN LA SOLEMNIDAD DE LA PASCUA DE PENTECOSTÉS

PAZ A VOSOTROS… RECIBID EL ESPÍRITU SANTO
Jn. 20. 19-23
     Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
     Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros».  Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
     «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Otras Lecturas: Hechos 2,1-11; Salmo 103; 1 Corintios 12,3b-7,12-13.

LECTIO:
            Juan ha cuidado mucho la escena en que Jesús va a confiar a sus discípulos su misión. Quiere dejar bien claro qué es lo esencial. Jesús está en el centro de la comunidad llenando a todos de su paz y su alegría. Pero a los discípulos les espera una misión. Jesús no los ha convocado sólo para disfrutar de él, sino para hacerlo presente en el mundo.
        Jesús los «envía». No les dice en concreto a quiénes han de ir, qué han de hacer o cómo han de actuar: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Su tarea es la misma de Jesús. No tienen otra: la que Jesús ha recibido del Padre. Tienen que ser en el mundo lo que ha sido él.
      Ya han visto a quiénes se ha acercado, cómo ha tratado a los más desvalidos, cómo ha llevado adelante su proyecto de humanizar la vida, cómo ha sembrado gestos de liberación y de perdón. Las heridas de sus manos y su costado les recuerdan su entrega total. Jesús los envía ahora para que «reproduzcan» su presencia entre las gentes.
       Pero sabe que sus discípulos son frágiles. Más de una vez ha quedado sorprendido de su «fe pequeña». Necesitan su propio Espíritu para cumplir su misión. Por eso, se dispone a hacer con ellos un gesto muy especial. No les impone sus manos ni los bendice, como hacía con los enfermos y los pequeños: «Exhala su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo».
     El gesto de Jesús tiene una fuerza que no siempre sabemos captar. Según la tradición bíblica, Dios modeló a Adán con «barro»; luego sopló sobre él su «aliento de vida»; y aquel barro se convirtió en un «viviente». Eso es el ser humano: un poco de barro, alentado por el Espíritu de Dios. Y eso será siempre la Iglesia: barro alentado por el Espíritu de Jesús.
     Creyentes frágiles y de fe pequeña: cristianos de barro, teólogos de barro, diáconos, sacerdotes y obispos de barro, comunidades de barro... Sólo el Espíritu de Jesús nos convierte en Iglesia viva.
    Las zonas donde su Espíritu no es acogido, quedan «muertas». Nos hacen daño a todos, pues nos impiden actualizar la presencia viva de Jesús. Muchos no pueden captar en nosotros la paz, la alegría y la vida renovada por Cristo.
      No hemos de bautizar sólo con agua, sino infundir el Espíritu de Jesús. No sólo hemos de hablar de amor, sino amar a las personas como las amaba él.

MEDITATIO:
     Con frecuencia seguimos a Jesús, lo acogemos, pero nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones. Tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos.
 La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que realmente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. ¿Estas abierto a las “sorpresas de Dios”? ¿O te encierras, con miedo, a la novedad del Espíritu? 
 A veces parece que se repita hoy lo que sucedió en Babel: divisiones, rivalidad, envidia, egoísmo… Pregúntate ¿cómo me dejo guiar por el Espíritu Santo, para que mi testimonio de fe sea de unidad y comunión? ¿Llevo la palabra de reconciliación y amor, que es el Evangelio, en los lugares donde yo vivo?
 Llevar el Evangelio es proclamar y vivir la reconciliación, el perdón la paz, la unidad, el amor que el Espíritu Santo nos da. ¿Yo qué hago con mi vida? ¿Creo unidad a mi alrededor o divido con las críticas, la envidia, el desamor…? 
   
ORATIO:
Ven Espíritu Santo y enséñanos a invocar a Dios con ese nombre entrañable de "Padre" que nos enseñó Jesús.
Ven Espíritu Santo y haznos caminar en la verdad de Jesús. Sin tu luz y tu aliento, olvidaremos una y otra vez su Proyecto del reino de Dios.
Ven Espíritu Santo y enséñanos a anunciar la Buena Noticia de Jesús. Que no echemos cargas pesadas sobre nadie.
Ven Espíritu Santo y aumenta nuestra fe para experimentar la fuerza de Jesús en el centro mismo de nuestra debilidad.
Ven Espíritu Santo, transforma nuestros corazones y conviértenos a Jesús. Si cada uno de nosotros no cambia, nada cambiará en su Iglesia.
Ven Espíritu Santo y defiéndenos del riesgo de olvidar a Jesús. Atrapados por nuestros miedos e incertidumbres, no somos capaces de escuchar su voz ni sentir su aliento.

CONTEMPLATIO: 
  El Espíritu es el regalo que el Padre nos hace a los creyentes para llenarnos de vida.
  EL Espíritu nos enseña a saborear la vida en toda su hondura, a no malgastarla, a no pasar superficialmente junto a lo esencial…
   El Espíritu nos abre a una comunicación nueva y más profunda con Dios, con nosotros mismos y con los demás.
  El Espíritu nos libra del vacío interior y la soledad y nos devuelve la capacidad de dar y recibir, de amar y ser amados.
   El Espíritu nos enseña a estar atentos a todo lo bueno y sencillo, con una atención fraterna a quien sufre porque le falta la alegría de vivir.
   El Espíritu nos hace renacer cada día a pesar del desgaste, el pecado y el deterioro del vivir diario.
   El Espíritu es la vida misma de Dios que se nos ofrece como don. Es un regalo de Dios.
  El Espíritu prepara tu corazón para acogerlo con fe sencilla y gratitud.

1 comentario:

  1. Han pasado los días de resurrección. Tras diversas manifestaciones a los discípulos, Jesús ha cumplido ese periplo último de transmitir a los suyos el encargo recibido del Padre, al que ha vuelto para prepararnos una morada y seguir acompañándonos de otro modo. Pero Él prometió el envío del Espíritu Santo. Con la fiesta de Pentecostés que celebramos en este domingo hemos llegado al final de todo el ciclo pascual. Tras las ascensión de Jesús, los discípulos volvieron a Jerusalén como se les había indicado. Allí esperarían el cumplimiento de la promesa del Espíritu. “Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés”. Allí, en la sala donde tuvo lugar la última Cena, solían reunirse regularmente, eran concordes, y oraban como incipiente comunidad cristiana con algunas mujeres y con María, la madre de Jesús.
    La tradición cristiana siempre ha visto en esta escena el prototipo de la espera del Espíritu. Esperar porque quien lo ha prometido es fiel. Esperar orando, porque el Espíritu es imprevisible: se sabe que ha llegado, pero no por dónde llega ni a dónde nos lleva, y por eso es necesario saber aguardar y acoger. María, era una mujer que sabía de la fidelidad de Dios, de cómo Él hace posible lo que para nosotros es imposible; ella había aprendido a guardar en su corazón todo lo que Dios le manifestaba. Ella era, la que reunía en el Cenáculo a la primitiva iglesia.
    Se da un cambio importante en el interior de toda aquella gente, que desde los suce¬sos del Gólgota no acababan de despegar de sus miedos e inseguridades. Tras la llegada del Espíritu esperado, a aquellos mismos hombres y mujeres se les comienza a ver y a escuchar: “se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le su¬gería”. Era aquel momento como una ventana del mundo. A diferencia de la torre de Babel, con la que los hombres trataban de construir su propia maravilla para conquistar a ese Dios que no pudieron arrebatar co¬miendo la fruta prohibida del jardín del Edén, ahora en Jerusalén ocurría lo contrario: que las maravillas que se escuchaban eran las de Dios, y que lejos de ser víctimas de la confusión, aun hablando lenguas distintas, eran las justas y necesarias para enten¬derse y para hacerse entender.
    Los discípulos de Jesús que formamos su Iglesia, en nuestro tiempo y en nuestro lu¬gar, estamos llamados a continuar lo que Jesús comenzó. El Espíritu nos da su fuerza, su luz, su consejo, su sabiduría para que a través nuestro también puedan seguir escuchando hablar de las maravillas de Dios y asomarse a su proyecto de amor otros hombres, otras cul¬turas, otras situaciones. El Espíritu recuerda y enseña en plenitud, lo que ya está dicho para siempre en Jesús. Así traduce desde nuestra vida, aquel viejo, nuevo y eterno anuncio de Buena Nueva. Esto fue y sigue siendo el milagro y el regalo de Pentecostés.


    + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
    Arzobispo de Oviedo

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