TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 14 de junio de 2014

( II )

     +Mons. Juan Miguel Ferrer, subsecretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.


     Algunos Pastores miran con recelo este reclamo de adoración, recuerdan que este no es el fin primario de la Eucaristía (que es instituida “para que la comamos” −centralidad de la Comunión−); temen que el auge de esta devoción reste fuerza a la celebración, que favorezca unas espiritualidades demasiado sensibles, individualistas o descuidadas en lo apostólico. En algunos casos estas espontáneas explosiones populares de piedad eucarística pueden tener manifestaciones que suscitan recelo, parecen tener algo de supersticioso. Pero la práctica católica de la adoración eucarística, ya dentro de la Misa, ya más allá de la celebración entorno al tabernáculo o a la custodia, requieren la vigilancia y el acompañamiento de los Pastores, pero no merecen ser objeto de su recelo.
       Hay algo de Dios en este contradictorio movimiento mundial de adoración eucarística. Como ocurrió con la vida de santidad del padre Pío de Pietralcina, un “bofetón” al racionalismo y al escepticismo del siglo XX. Aquí, ahora, cuando se dice que la cuestión de Dios no interesa, cuando se quiere mandar a Dios al “lugar escondido” de las casas particulares, son millones de personas las que sienten la necesidad más radical de la expresión de la fe en Dios: la adoración. Y adoran al Dios verdadero proclamando su presencia real y sustancial en las especies eucarísticas, la realidad más “escandalosa”, pues reclama la fe más radical, del cristianismo.
      No se trata de una “locura” de unos aislados grupos de “devotos” o de “nostálgicos”, es una de las expresiones de las contradicciones internas del hombre posmoderno, en esa su “agonía” entre escepticismo y fe, entre positivismo y trascendencia:

1) Cae con el materialismo consumista y la “sociedad del bienestar” la práctica religiosa en nuestras iglesias, pero surgen las modas del orientalismo, la etérea espiritualidad de la “nueva era” y una efervescencia de supersticiones y morbosas aproximaciones al esoterismo.
2) Parece que la fe cristiana tiene que liberarse del ropaje religioso en una sociedad secularizada y se redescubre el valor de los símbolos y del mundo onírico; y los jóvenes creyentes son muchas veces incomprendidos y censurados porque, contra toda lógica de sus mayores, gustan el sentido religioso del cristianismo y abrazan con mucho más gusto que las generaciones inmediatamente pasadas el “sentido del misterio” en la liturgia (se admiran las liturgias orientales −no reformadas−, se acude a las celebraciones en la “forma extraordinaria” del rito romano −aunque se haya nacido mucho después de 1970− y el canto gregoriano ejerce una atracción que llega a hacer de él ocasionalmente moda en la “disco”).
3) Se descuida la vida litúrgico-parroquial pero los santuarios reciben cada vez más visitas y las manifestaciones de piedad popular se consolidan con creciente número de participantes.
      Todas estas paradojas nos hablan de que algo está cambiando radicalmente en el mundo con respecto a los años 60/70 del siglo pasado, algo que reclama la atención solícita de la Iglesia y su acompañamiento pastoral. ¡Ojalá seamos capaces de, entre otras cosas, provocar una mayor atención por parte de los Pastores de la Iglesia a este campo de la adoración eucarística y sus asociaciones! Así lo hizo ya la Santa Sede impulsando la Federación Mundial de la Obras Eucarísticas de la Iglesia, regulada como asociación de fieles laicos por el Pontificio Consejo de los Laicos y, en lo que se refiere a su actividad, reconocida por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
           Las asociaciones eucarísticas y, más aun la acción eclesial de la adoración eucarística, a la que estas sirven, es ya una realidad emergente en la vida de la Iglesia y está llamada a ser un punto fundamental de la vida y acción de la misma en el nuevo milenio, en la base de su tarea esencial de evangelizar, hoy tan apremiante. Entre la Pastoral litúrgica y el asociacionismo seglar tendría que existir, en cada diócesis, un servicio destinado específicamente a cuidar y promover la adoración eucarística y coordinar la acción de las diversas asociaciones eucarísticas.

2. Nos conviene recordar qué quiere decir “adorar”

      No quiero entretenerme en demasía en este apartado de mi exposición, que no pretende ser sino un recordatorio que nos ayudará a centrarnos en nuestro argumento. Para este ejercicio de memoria de la fe voy a recurrir al Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 1997), que dice:

2096. La adoración es el primer acto (principal, traduce la versión italiana) de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto” (Lc 4,8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6,13).
2097. Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la “nada de la criatura”, que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magníficat, confesando con gratitud que Él ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo. La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo.
2628. La adoración es la primera actitud (fundamental, dice la versión italiana) del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho y la omnipotencia del Salvador que nos libra del mal. Es la acción de humillar (postergar, dice en italiano) el espíritu ante el “Rey de la gloria” y el silencio respetuoso en presencia de Dios “siempre… mayor”. La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.

(…)

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