( II )
+Mons. Juan Miguel Ferrer, subsecretario de la Congregación para el
Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
Algunos Pastores miran con recelo este reclamo de adoración, recuerdan
que este no es el fin primario de la Eucaristía (que es instituida “para que la
comamos” −centralidad de la Comunión−); temen que el auge de esta devoción
reste fuerza a la celebración, que favorezca unas espiritualidades demasiado
sensibles, individualistas o descuidadas en lo apostólico. En algunos casos
estas espontáneas explosiones populares de piedad eucarística pueden tener
manifestaciones que suscitan recelo, parecen tener algo de supersticioso. Pero
la práctica católica de la adoración eucarística, ya dentro
de la Misa, ya más allá de la celebración entorno al tabernáculo o a la
custodia, requieren la vigilancia y el acompañamiento de los
Pastores, pero no merecen ser objeto de su recelo.
No
se trata de una “locura” de unos aislados grupos de “devotos” o de
“nostálgicos”, es una de las expresiones de las contradicciones internas del
hombre posmoderno, en esa su “agonía” entre escepticismo y fe, entre
positivismo y trascendencia:
1) Cae con el materialismo consumista y la
“sociedad del bienestar” la práctica religiosa en nuestras iglesias, pero
surgen las modas del
orientalismo, la etérea espiritualidad de la “nueva era” y una
efervescencia de supersticiones y morbosas aproximaciones al esoterismo.
2) Parece que la fe
cristiana tiene que liberarse del ropaje religioso en una sociedad secularizada y se redescubre el valor de los símbolos y del mundo
onírico; y los
jóvenes creyentes son muchas veces incomprendidos y censurados porque, contra
toda lógica de sus mayores, gustan el sentido religioso del cristianismo y
abrazan con mucho más gusto que las generaciones inmediatamente pasadas el “sentido
del misterio” en la liturgia (se
admiran las liturgias orientales −no reformadas−, se acude a las celebraciones
en la “forma extraordinaria” del rito romano −aunque se haya nacido mucho
después de 1970− y el canto gregoriano ejerce una atracción que llega a hacer
de él ocasionalmente moda en la “disco”).
3) Se
descuida la vida litúrgico-parroquial pero los santuarios reciben cada vez
más visitas y las manifestaciones de piedad popular se consolidan con creciente
número de participantes.
Todas estas paradojas nos hablan de que algo está cambiando radicalmente en el mundo con respecto a los años 60/70
del siglo pasado, algo que reclama la atención solícita de la
Iglesia y su acompañamiento pastoral. ¡Ojalá seamos capaces de, entre otras
cosas, provocar una mayor atención por parte de los Pastores de la Iglesia a
este campo de la adoración eucarística y sus asociaciones! Así lo hizo ya la
Santa Sede impulsando la Federación Mundial de la Obras Eucarísticas de la
Iglesia, regulada como asociación de fieles laicos por el Pontificio Consejo de
los Laicos y, en lo que se refiere a su actividad, reconocida por la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
Las asociaciones eucarísticas y, más aun la acción eclesial de la
adoración eucarística, a la que estas sirven, es ya una realidad emergente en
la vida de la Iglesia y está llamada a ser un punto fundamental de la vida y
acción de la misma en el nuevo milenio, en la base de su tarea esencial de
evangelizar, hoy tan apremiante. Entre la Pastoral litúrgica y el
asociacionismo seglar tendría que existir, en cada diócesis, un
servicio destinado específicamente a cuidar y promover la adoración eucarística
y coordinar la acción de las diversas asociaciones eucarísticas.
2. Nos conviene recordar qué quiere decir “adorar”
No
quiero entretenerme en demasía en este apartado de mi exposición, que no
pretende ser sino un recordatorio que nos ayudará a centrarnos
en nuestro argumento. Para este ejercicio de memoria de la fe voy a recurrir
al Catecismo de la Iglesia Católica (CEC
1997), que dice:
2096. La
adoración es el primer acto (principal, traduce la versión italiana) de
la virtud de la religión.
Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador,
Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto” (Lc
4,8), dice
Jesús citando el Deuteronomio (6,13).
2097. Adorar a Dios es reconocer, con respeto y
sumisión absolutos, la “nada de la
criatura”, que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y
humillarse a sí mismo, como hace María en el Magníficat, confesando con
gratitud que Él ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo. La adoración
del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud
del pecado y de la idolatría del mundo.
2628. La adoración es la primera actitud (fundamental, dice la versión italiana) del hombre que se reconoce criatura ante su
Creador. Exalta la grandeza del Señor que
nos ha hecho y la
omnipotencia del Salvador que nos libra del mal. Es la acción de humillar (postergar, dice en italiano) el espíritu
ante el “Rey de la gloria” y el silencio
respetuoso en presencia de Dios “siempre… mayor”. La
adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos
llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.
(…)
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