LA MISIÓN DE LOS DISCÍPULOS
Mt. 28. 16-20 En
aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había
indicado.
Al verlo, ellos se
postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado todo
poder en el cielo y en la tierra. Id y
haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles
a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos
los días, hasta el fin del mundo».
Otras
Lecturas: Hechos 1,1-11; Salmo 46; Efesios 1,17-23.
LECTIO:
Mateo concluye su relato evangélico con una escena de importancia
excepcional. Jesús convoca por última
vez a sus discípulos para confiarles su misión. Son las últimas palabras que
escucharán de Jesús: las que han de orientar su tarea y sostener su fe a lo
largo de los siglos.
Siguiendo
las indicaciones de las mujeres, los discípulos se reúnen en Galilea. Allí
había comenzado su amistad con Jesús. Allí se habían comprometido a seguirlo
colaborando en su proyecto del reino de Dios. Ahora vienen sin saber con qué se
pueden encontrar. ¿Volverán a verse con Jesús después de su ejecución?
El
encuentro con el Resucitado no es fácil. Al verlo llegar, los discípulos «se
postran» ante él; reconocen en Jesús algo nuevo; quieren creer, pero «algunos vacilan». El grupo se mueve
entre la confianza y la tristeza. Lo
adoran pero no están libres de dudas e inseguridad. Los cristianos de hoy
los entendemos. A nosotros nos sucede lo mismo.
Lo
admirable es que Jesús no les reprocha nada. Los conoce desde que los llamó a
seguirlo. Su fe sigue siendo pequeña, pero a pesar de sus dudas y vacilaciones,
confía en ellos. Desde esa fe pequeña y
frágil anunciarán su mensaje en el mundo entero. Así sabrán acoger y
comprender a quienes a lo largo de los siglos vivirán una fe vacilante. Jesús
los sostendrá a todos.
La tarea fundamental que les confía es
clara: «hacer discípulos» suyos en
todos los pueblos. Les manda a trabajar para que el mundo haya hombres y
mujeres que vivan como discípulos de Jesús. Seguidores
que aprendan a vivir como él. Que lo acojan como Maestro y no dejen nunca de
aprender a ser libres, justos, solidarios, constructores de un mundo más humano.
Mateo
entiende la comunidad cristiana como una "escuela de Jesús". Seremos
muchos o pocos. Entre nosotros habrá creyentes convencidos y creyentes
vacilantes.
Cada
vez será más difícil atender a todo como quisiéramos. Lo importante será que
entre nosotros se pueda aprender a vivir con el estilo de Jesús. El es nuestro
único Maestro. Los demás somos todos hermanos que nos ayudamos y animamos
mutuamente a ser sus discípulos.
MEDITATIO:
Celebrar
la Ascensión del Señor es motivo de esperanza, pero también implica una llamada
a ser sus testigos en el mundo. Hoy Él sigue enviándonos a todos los pueblos
con la fuerza de su Palabra y la promesa de estar siempre con nosotros.
■ “…estoy
con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”. Esta presencia del
Señor nos compromete a entusiasmar a otros para que lo sigan. ¿Qué sentimientos
y actitudes de esperanza despierta en ti esta promesa de Jesús? ¿Cómo la
experimentas en tu vida diaria?
■ Agradece al Señor
su presencia entre nosotros. Dile que te perdone las ocasiones en que, quizás
por ignorancia, has pretendido adueñarte de su presencia en lugar de sentirte
responsable de prolongar su testimonio y enseñanzas.
■ “Id, pues, y haced
discípulos a todos los pueblos…” ¿Eres consciente de que eres responsable de prolongar en nuestra
historia, en el aquí y ahora, lo que Jesús dijo e hizo? ¿Cómo estás dispuesto,
en este momento de tu vida, a salir al encuentro de todos y formar una
auténtica comunidad de hermanos?
■ “…bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. ¿Recuerdas la fecha de tu bautismo? ¿Cómo vives tu
bautismo? En el Bautismo hemos adquirido una nueva dimensión. “Somos hijos en
el Hijo”. De aquí se desprende toda nuestra identidad como cristiano. Intenta
descubrir si en la vida eres como te ungieron con el Crisma “sacerdote, profeta
y rey”.
ORATIO:
Quédate,
Señor, con nosotros, quédate en mí, enséñame a subir contigo y a dar todo el amor que has puesto en mí.
Quédate,
Señor, en medio de nosotros, acompaña nuestro dolor y nuestra esperanza y
mantén vivo los mejores deseos de nuestro corazón.
Señor,
quédate, no importa que sea en silencio, que casi pases desapercibido.
Quédate
y sé la fuente y la fuerza de nuestra capacidad de crear humanidad.
CONTEMPLATIO:
Contempla
la escena del evangelio, recreando cada parte en tu corazón, camina con los
discípulos a Galilea, al ver a Jesús póstrate
ante Él y escucha su voz, escucha lo que te quiere pedir… quédate junto a
Jesús, escucha lo que te dice en lo más profundo, en la raíz de tu vida.
¿Vives
en camino, en búsqueda de nuevas presencias de Jesús? ¿Qué presencias son
significativas para ti? ¿A dónde te puedes encaminar para encontrar nuevos
rostros del Resucitado? ¿Cómo valoras y agradeces los espacios de misión en los
que estás trabajando?
¿Cómo
haces realidad el encargo de Jesús, Id y
haced discípulos a todos los pueblos…enseñándoles a guardar todo lo que os he
mandado”, en tu familia, en tu trabajo, en tu vida profesional, en tu comunidad
cristiana, en tu aquí y ahora?
Llega el momento de la despedida del Maestro y sus discípulos. Los día pascuales fueron iluminando las penumbras de la Pasión, y el acompañamiento de Jesús a sus discípulos asustados y dispersos fue introduciendo anticipadamente un modo nuevo de acompañarles. Con la ascensión de Jesús que celebramos este domingo, no se trata de un adiós sin más, que provoca la nostalgia sentimental o la pena lastimera, sino que el mar¬charse del Señor inaugura un modo nuevo de Presencia suya en el mundo, y un modo nuevo también de ejercer su Misión. Es una alternativa, no torera, que el Maestro confió a sus discípulos más cercanos al darles la encomienda que Él recibiera del Padre Dios.
ResponderEliminarCuando los discípulos vieron al Señor “algunos vacila¬ban”. Esta vacilación no es tanto una duda sobre Jesús, sino sobre ellos mismos: esta¬rían desconcertados y confusos sobre su destino y su quehacer ahora que el Maestro se marchaba. Y efectivamente, la primera lectura nos señala esa situación de perplejidad que anidaba en el interior de los discípulos: mientras Jesús les hace las recomendaciones finales y les habla de la promesa del Padre y del envío del Espíritu, ellos, completamente ajenos a la trama del Maestro y ha¬ciendo cábalas todavía sobre sus pretensiones, le espetarán la es¬calofriante pregunta: “¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?”, que era como proclamar que no habían entendido nada.
Es importante entender bien la despedida de Jesús, pues Él comienza a es-tar... de otra manera. Como dice bellamente S. León Magno en una homilía sobre la ascensión del Señor: “Jesús bajando a los hombres no se separó de su Padre, como ahora que al Padre vuelve tampoco se alejará de sus discípulos”. Él cuando se hizo hombre no perdió su divinidad, ni su intimidad con el Padre bienamado, ni su obediencia hasta el final más abandonado. Ahora que regresa junto a su Padre, no perderá su humanidad, ni su comunión con los suyos, ni su solidaridad hasta el amor más extremado.
Nosotros somos también los destinatarios de esta escena. Como discípulos que somos de Jesús, Él nos encarga su misión. Contagiar esta esperanza, hacer nuevos discípulos; bautizar y hablar¬les de Dios nuestro Padre, de Jesús nuestro Hermano, del Espíritu Santo nuestra fuerza y consuelo; de María y los santos, de la Iglesia del Señor, enseñándoles lo que nosotros hemos aprendido que nos ha de¬vuelto la luz y la vida. Y todo esto es posible, más allá de nuestras vacilaciones y dificul¬tades, porque Jesús se ha comprometido con nosotros, con y a pesar de nuestra pe¬queñez. Es lo que celebramos los cristianos en la Iglesia, cuerpo de Jesús en plenitud. Él no se ha marchado, vive en nosotros y a través nuestro.
Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo