Sentido actual del ayuno
penitencial
beato
Juan Pablo II
He aquí brevemente la interpretación del ayuno hoy día.
La renuncia a las sensaciones, a los estímulos, a los placeres y también
a la comida y bebida, no es un fin en sí misma. Debe ser, por así decirlo, allanar el camino para contenidos más
profundos de los que «se alimenta» el hombre interior. Tal renuncia, tal
mortificación debe servir para crear en el hombre las
condiciones en orden a vivir los valores
superiores, de los
que está «hambriento» a su modo.
He aquí el significado «pleno» del ayuno en el lenguaje de hoy. Sin
embargo, cuando leemos a los autores cristianos de la antigüedad o a los Padres
de la Iglesia, encontramos en ellos la misma verdad, expresada frecuentemente
con lenguaje tan «actual» que nos sorprende. Por ejemplo, dice San Pedro
Crisólogo: «El ayuno es paz para el
cuerpo, fuerza de las mentes, vigor de las almas», y más aún: «El ayuno es
el timón de la vida humana y rige toda la nave de nuestro cuerpo». Y San
Ambrosio responde así a las objeciones eventuales contra el ayuno: «La carne,
por su condición mortal, tiene algunas concupiscencias propias: en sus
relaciones con ella te está permitido el derecho de freno. Tu carne te está
sometida (...): no seguir las solicitaciones de la carne hasta las cosas
ilícitas, sino frenarlas un poco también por lo que respecta a las lícitas. En
efecto, el que no se abstiene de ninguna
cosa lícita, está muy cercano a las ilícitas». Incluso escritores que no
pertenecen al cristianismo declaran la misma verdad. Esta verdad es de valor
universal. Forma parte de la sabiduría universal de la vida.
Ahora ciertamente es más fácil para nosotros comprender por qué Cristo
Señor y la Iglesia unen la llamada al ayuno con la penitencia, es decir, con la conversión. Para convertirnos a Dios
es necesario descubrir en nosotros mismos lo que nos vuelve sensibles a cuanto
pertenece a Dios, por lo tanto: los contenidos espirituales, los valores superiores
que hablan a nuestro entendimiento, a nuestra conciencia, a nuestro «corazón»
(según el lenguaje bíblico). Para
abrirse a estos contenidos espirituales, a estos valores, es necesario
desprenderse de cuanto sirve sólo al consumo, a la satisfacción de los
sentidos. En la apertura de nuestra personalidad humana a Dios, el ayuno
-entendido tanto en el modo «tradicional» como en el «actual»-, debe ir junto
con la oración, porque ella nos dirige directamente hacia Él.
Por otra parte, el ayuno, esto es, la mortificación de los sentidos, el dominio del cuerpo, confieren a la
oración una eficacia mayor, que el hombre descubre en sí mismo.
Efectivamente, descubre que es «diverso», que es más «dueño de sí mismo», que
ha llegado a ser interiormente libre. Y
se da cuenta de ello en cuanto la conversión y el encuentro con Dios, a
través de la oración, fructifican en él.
Resulta claro
de estas reflexiones nuestras de hoy que el ayuno no es sólo el «residuo» de
una práctica religiosa de los siglos pasados, sino que es también indispensable
al hombre de hoy, a los cristianos de nuestro tiempo. Es necesario reflexionar
profundamente sobre este tema.
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