Queridos
hermanos y hermanas:
Siguiendo a Jesús en el camino de su pasión, no sólo vemos la pasión de
Jesús; también vemos a todos los que sufren en el mundo. Y esta es la profunda
intención de la oración del Vía Crucis: abrir nuestro corazón, ayudarnos a ver
con el corazón.
Los Padres de la Iglesia consideraban que el mayor pecado del mundo pagano era su insensibilidad, su dureza de
corazón, y citaban con frecuencia la profecía del profeta Ezequiel: «Os
quitaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne» (cf. Ez 36,26).
Convertirse a Cristo, hacerse cristiano,
quería decir recibir un corazón de carne, un corazón sensible ante la pasión
y el sufrimiento de los demás.
Nuestro Dios no es un Dios lejano, intocable en su bienaventuranza. Nuestro
Dios tiene un corazón; más aún, tiene un corazón de carne. Se hizo carne
precisamente para poder sufrir con nosotros y estar con nosotros en nuestros
sufrimientos. Se hizo hombre para darnos
un corazón de carne y para despertar en nosotros el amor a los que sufren,
a los necesitados.
Oremos ahora al Señor por todos los que
sufren en el mundo. Pidamos al Señor que nos dé realmente un corazón de
carne, que nos haga mensajeros de su amor, no sólo con palabras, sino también
con toda nuestra vida. Amén.
Benedicto XVI, pp
emérito
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