JUEVES SANTO
MISA VESPERTINA DE LA CENA DEL SEÑOR
La Eucaristía
vespertina del Jueves Santo inaugura ya la celebración de la Pascua del Señor.
En ella la Iglesia conmemora aquella última Cena en la cual el Señor Jesús
instituyó el sacramento de la Eucaristía como anticipo y memorial de su entrega
en la cruz.
Conocemos que ya en
el siglo IV, la Iglesia de Jerusalén se
reunía el Jueves Santo por la tarde para celebrar una Eucaristía en
conmemoración de la última cena del Señor. Después se retiraban a sus casas
para cenar y se volvían a reunir para celebrar una prolongada vigilia nocturna
en la que iban recorriendo los distintos lugares por los que esa noche pasó
Jesús.
En Roma esta misa
vespertina del Jueves Santo no se introduce hasta el siglo VII. A partir de las
reformas de Pío XII y del Concilio Vaticano II se introduce en esta misa el
rito del lavatorio de los pies, que hasta entonces se realizaba aparte.
Tres elementos
litúrgicos marcan la peculiaridad de esa celebración:
1º.
La misma celebración de la
Eucaristía como memorial de la Pascua de Jesús.
Para
comprender el significado de la celebración del Jueves Santo es muy importante destacar el significado que Jesús quiso dar
a aquella última Cena con sus discípulos.
Según los
evangelios, aquella última cena que Jesús celebró con sus discípulos fue la cena pascual judía. Todos los años, el
pueblo de Israel se reunía, el 14 del mes de nisán, para celebrar la Pascua. Es
decir, el “paso” del Señor, que les liberó de la esclavitud de Egipto y les
hizo atravesar el Mar Rojo, por medio de las aguas, para llevarlos a la tierra
prometida. La celebración consistía en una cena ritual en la que se cantaban
salmos, se bendecía a Dios al comer el pan sin fermentar y al beber el vino, y
se comía el cordero pascual sacrificado en el templo.
Precisamente, la primera lectura del Jueves Santo está
tomada del capítulo 12 del libro del Éxodo. Y nos recuerda la cena pascual
instituida como memorial de aquella obra de Dios que fue la liberación de
Israel de la esclavitud de Egipto.
En aquella Cena,
Jesús va a realizar una serie de gestos en los que va a cambiar para siempre el sentido de la Pascua. Los cristianos ya no
celebrarán la Pascua judía, recuerda de la liberación de la esclavitud de
Egipto, sino la Pascua universal, memorial de la liberación de la esclavitud
del pecado y de la muerte, a la que está sometida la humanidad, y de la que el
Hijo de Dios hecho hombre nos libera por medio de su muerte y resurrección.
La segunda lectura del día, tomada del
capítulo 11 de la primera carta del apóstol Pablo a los cristianos de Corinto,
no resume los gestos y las palabras de Jesús en aquella última cena. Pablo
trasmite a los corintios la misma tradición que él había recibido de los
discípulos de Jesús.
Jesús, sintiendo
cercana la hora de pasar de este mundo al Padre, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:
“esto es mi cuerpo, que se entrega por
vosotros”.
- El
cuerpo en el mundo judío es expresión de toda la persona, en su realidad
integral. Decir “esto es mi cuerpo” equivale a decir “esta es mi persona”,
“este pan soy yo”, que se entrega por vosotros.
- Con
ese gesto, Jesús resume su vida: ha sido como un pan repartido para sustento de
la vida de todos.
- Y
también anticipa su muerte: no le arrebatan la vida, él la entrega
voluntariamente a favor de la vida de todos.
-
Para Jesús, aquella última cena fue como el prólogo sacramental de su entrega
en la cruz. Fue una profecía, un sacramento que anticipaba lo que sucedería
después en el Calvario. Aquél que se entregó en la Eucaristía del Jueves es el
mismo Cordero que el Viernes se inmoló en la cruz.
Y lo mismo hizo con el cáliz, después de
cenar. “Este cáliz es la nueva alianza
sellada con mi sangre”.
-
Moisés había sellado la Antigua Alianza de Dios con Israel rociando con sangre
de animales el altar (signo de Dios) y al pueblo. Pero aquello era sólo una
imagen, una sombra, una profecía de la verdadera y definitiva Alianza que Dios
iba a sellar con la humanidad entera por medio de su Hijo.
- La
sangre de Cristo sí es el sello de una Alianza Nueva y Eterna. Porque es la
sangre es la sangre de Dios. De un Dios que se ha hecho hombre por amor a los
hombres, y que ha asumido las mayores humillaciones por nuestra salvación. Y es
la sangre del hombre nuevo, fiel a Dios hasta las últimas consecuencias. Por
eso, la sangre derramada de Jesús es el sello de una Alianza nueva y eterna,
que nos ha reconciliado con Dios para siempre.
Y
Jesús nos dice: “Haced esto en memoria mía”.
-
Cada
vez que partimos el pan y bebemos del cáliz, proclamamos la muerte del Señor
hasta que vuelva.
-
El
sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor es memorial que actualiza su
entrega. Cada vez que celebramos la Eucaristía se hace realmente presente,
aunque en forma sacramental, el sacrificio de Cristo en la cruz, para que todos
podamos unirnos a él, y ofrecernos, junto con Cristo, al Padre, por la
salvación del mundo. La Eucaristía es el memorial incruento del sacrificio
cruento de Cristo en la cruz.
-
Cada
vez que celebramos la Eucaristía hacemos memoria del amor de Cristo, de su
entrega por nosotros; hacemos realmente presente su sacrificio redentor; y nos
unimos a esa misma ofrenda de Cristo por la salvación del mundo.
-
La
invitación y la posibilidad real de unir nuestra entrega a la de Jesús
constituye una permanente invitación a cambiar radicalmente nuestras vidas.
Quien está invitado a unir su entrega a la de Cristo, y recibe en cada comunión
eucarísticas las gracias necesarias para poder hacerlo, queda comprometido a
vivir como Jesús vivió.
Nuestra
participación en la Eucaristía de este día quedará realzada con la comunión
bajo las dos especies.
2º.
El lavatorio de los pies.
Es
un rito que al principio se hacía aparte de la Misa vespertina. Hasta las
reformas de Pío XII no se incorporó dentro de la celebración de la Eucaristía.
Se trata de un gesto
simbólico que Jesús realizó con sus discípulos y que la Iglesia repitió desde
antiguo. Precisamente este es el pasaje de la vida del Señor que recoge el Evangelio que se proclama en la
celebración.
Cuando
el ministro que preside la Eucaristía lava los pies a un grupo representativo
de los miembros de su comunidad imita lo que Jesús hizo en la última Cena,
cuando se quitó el manto, se ciñó la toalla, echó agua en la jofaina y lavó los
pies de sus apóstoles a pesar de las protestas de Pedro, que no acababa de
entender la humillación de su Maestro.
Cristo quiso darles
una lección plástica de la actitud de servicio que deben tener los cristianos,
y sobre todo los que ejercen la autoridad, constituidos en representantes de
Aquél que dijo que no había venido a ser servido sino a servir. Jesús se lo
había enseñado por medio de infinidad de palabras y hechos. En la última Cena
quiso recordarlo, una vez más, con un gesto que resultase sumamente expresivo e
inolvidable: el lavatorio de los pies, acompañado de un solemne mandato: “Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado
los pies, también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros”.
El
evangelista Juan ve en este gesto la inauguración del camino pascual de Cristo.
En efecto, Aquél que manifestó su condición de siervo lavando los pies de sus
discípulos, manifestó máximamente su espíritu de servicio cuando entregó su
vida en la cruz. Al lavar los pies de los suyos, se despojó del manto; en la
cruz se despojó hasta de su propia vida. El lavatorio de los pies Jesús anticipó en símbolo la entrega
que luego consumó en la cruz.
Quizás por eso, el
evangelista Juan, que nos relata el gesto del lavatorio de los pies, no
encuentra necesario narrar la institución de la Eucaristía, pues con la
institución del sacramento eucarístico y con el lavatorio de los pies, Jesús ha
pretendido una misma cosa:
-
resumir
el sentido de su vida,
-
anticipar
el gesto de su entrega en la cruz
-
y
dejar señalado el camino de amor, de entrega y de servicio que habrán de
recorrer todos los que quieran ser sus discípulos. ”Amaos unos a otros como yo os he amado. En eso conocerán que sois mis
discípulos”. Ése es el mandamiento nuevo que, junto a la institución de la
Eucaristía -como memorial de su entrega- y el gesto del lavatorio de los pies
–como mandato de servicio fraterno- nos dejó Jesús en aquella memorable cena.
El
rito del lavatorio de los pies lo
hace quien preside la comunidad. No es necesario que sean doce personas. Sí es
más importante que sean verdaderamente representativas de la comunidad que
celebra. El rito va acompañado de cantos que hacen referencia al mandamiento
nuevo de la caridad fraterna.
Nuestra
comunidad, queriendo practicar lo que significa el rito del lavatorio, realiza un nuevo gesto en el momento de la
colecta y del ofertorio.
-
Todos los miembros de la comunidad participan en la procesión de ofrendas
realizando una colecta extraordinaria en la que se entregan las huchas que
contiene el fruto material de sus ayunos y privaciones cuaresmales. Todo ello
será destinado a la atención de los más necesitados, de nuestra tierra y del
tercer mundo.
- De
este modo no es sólo el sacerdote, lavando los pies de la comunidad, sino toda
la comunidad con la comunicación fraternal de sus bienes, a veces obtenidos con
renuncias y privaciones, quien expresa su obediencia al mandamiento nuevo del
amor.
-
Así, el espíritu de caridad y servicio fraterno que el rito del lavatorio de
los pies trata de inculcar, se hace realidad a través de la comunicación
cristiana de bienes con los más pobres.
3º.
La solemne reserva de la
Eucaristía.
Terminada
la oración después de la comunión, se traslada procesionalmente el Santísimo
Sacramento, hasta el lugar de la reserva habitual.
De ordinario
reservamos en el Sagrario el Cuerpo del Señor, pensando en los enfermos y
moribundos, y en la adoración de los fieles. La costumbre de reservar la Eucaristía después de la Misa del Jueves Santo
surgió para facilitar la comunión de los fieles el Viernes Santo, día en que no
hay celebración de la Eucaristía. A partir de los siglos XIII y XIV, como
reacción a las herejías que negaban la presencia real de Cristo en el Sacramento
Eucarístico, la comunidad cristiana fue rodeando la reserva y adoración de la
Eucaristía de una especial solemnidad. De este modo reafirmaba su fe en la
presencia real y sustancial de Jesús en el Santísimo Sacramento.
La
Capilla del Reservado se debe adornar de modo que invite a la oración y la
meditación, pero evitando una ostentación que distraiga más que ayude al
recogimiento y que contradiga la austeridad y sobriedad propias de la Semana
Santa.
Esta
solemne reserva del Jueves Santo debe convertirse en una ocasión propicia para que la comunidad cristiana contemple y adore a su
Señor, que ha querido hacerse, para nosotros, Pan de Vida, y que nos ha dejado el Sacramento de su
Cuerpo y de su Sangre como presencia permanente entre nosotros.
Por
eso, durante las últimas horas del Jueves Santo, hasta la medianoche, es muy
conveniente tener algún momento para la adoración personal y comunitaria ante
Jesús Sacramentado.
A
partir de la medianoche, la liturgia pasa a centrarse en la contemplación y adoración
de la cruz del Señor. Por eso, el Misal manda que se apaguen las luces
extraordinarias y se retiren los signos festivos de la reserva, limitándose a
lo que normalmente existe en el Sagrario. El Viernes Santo, la celebración
litúrgica de la muerte del Señor reclama un clima de mayor sobriedad.
El Rvd. Padre D. Oscar González
Esparragosa ha sido Consiliario de éste Turno nº 5 de la Adoración nocturna Española.
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