EUCARISTÍA E IGLESIA
Benedicto XVI, pp emérito - Exhortación «Sacramentum caritatis»,
Benedicto XVI, pp emérito - Exhortación «Sacramentum caritatis»,
Por el Sacramento eucarístico
Jesús incorpora a los fieles a su propia «hora»; de este modo nos muestra la unión que ha querido
establecer entre Él y nosotros, entre su
persona y la Iglesia. En efecto, Cristo mismo, en el sacrificio de la cruz,
ha engendrado a la Iglesia como su esposa y su cuerpo. Los Padres de la Iglesia
han meditado mucho sobre la relación entre el origen de Eva del costado de Adán
mientras dormía y de la nueva Eva, la Iglesia, del costado abierto de Cristo,
sumido en el sueño de la muerte: del costado traspasado, dice Juan, salió
sangre y agua, símbolo de los sacramentos (Const.
LG 3). Contemplar «al que atravesaron» (Jn 19,37)
nos lleva a considerar la unión causal entre el sacrificio de Cristo, la
Eucaristía y la Iglesia. En efecto, la Iglesia «vive de la Eucaristía» ( Ecclesia
de Eucharistia, 1). Ya que en ella se hace presente
el sacrificio redentor de Cristo, se tiene que reconocer ante todo que «hay un
influjo causal de la Eucaristía en los orígenes mismos de la Iglesia» ( Ibid.
21).
La Eucaristía es Cristo que se nos entrega, edificándonos continuamente
como su cuerpo. Por tanto, en la sugestiva correlación entre la Eucaristía que
edifica la Iglesia y la Iglesia que hace a su vez la Eucaristía, la primera
afirmación expresa la causa primaria: la Iglesia puede celebrar y adorar el
misterio de Cristo presente en la Eucaristía precisamente porque el mismo
Cristo se ha entregado antes a ella en el sacrificio de la Cruz. La posibilidad
que tiene la Iglesia de «hacer» la Eucaristía tiene su raíz en la donación que
Cristo le ha hecho de sí mismo. Descubrimos también aquí un aspecto elocuente
de la fórmula de san Juan: «Él nos ha amado primero» (1 Jn 4,19).
Así, también nosotros confesamos en cada celebración la primacía del don de
Cristo. En definitiva, el influjo causal de la Eucaristía en el origen de la
Iglesia revela la precedencia no sólo cronológica sino también ontológica del
habernos «amado primero». Él es quien eternamente nos ama primero.
La Eucaristía es, pues, constitutiva del
ser y del actuar de la Iglesia. Por eso la antigüedad cristiana designó con
las mismas palabras Corpus
Christi el Cuerpo nacido de
la Virgen María, el Cuerpo eucarístico y el Cuerpo eclesial de Cristo. Este
dato, muy presente en la tradición, ayuda a aumentar en nosotros la conciencia
de que no se puede separar a Cristo de
la Iglesia. El Señor Jesús, ofreciéndose a sí mismo en sacrificio por
nosotros, anunció eficazmente en su donación el misterio de la Iglesia. Es
significativo que en la segunda plegaria eucarística, al invocar al Paráclito,
se formule de este modo la oración por la unidad de la Iglesia: «que el
Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y
Sangre de Cristo». Este pasaje
permite comprender bien que la res del Sacramento eucarístico incluye
la unidad de los fieles en la comunión eclesial. La Eucaristía se muestra así
en las raíces de la Iglesia como misterio de comunión.
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