EL SACRIFICIO
ESPIRITUAL
Tratado sobre la oración, Tertuliano, (Caps. 28-29)
Tratado sobre la oración, Tertuliano, (Caps. 28-29)
La oración es el sacrificio espiritual que abrogó los antiguos sacrificios. ¿Qué me importa el número de
vuestros sacrificios? -dice
el Señor-. Estoy harto de
holocaustos de carneros, de grasa de cebones, la sangre de toros, corderos y
machos cabríos no me agrada. ¿Quién pide algo de vuestras manos? Lo que Dios desea, nos lo dice el
evangelio: Se acerca la hora -dice- en
que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad.
Porque Dios es espíritu, y desea un culto espiritual.
Nosotros somos, pues, verdaderos
adoradores y verdaderos sacerdotes cuando oramos en espíritu y ofrecemos a Dios nuestra oración como una
víctima espiritual, propia de Dios y acepta a sus ojos. Esta víctima,
ofrecida del fondo de nuestro corazón, nacida de la fe, nutrida con la verdad,
intacta y sin defecto, íntegra y pura, coronada por el amor, hemos de
presentarla ante el altar de Dios, entre salmos e himnos, acompañada del cortejo de nuestras buenas obras, seguros de que
ella nos alcanzará de Dios todos los bienes.
¿Podrá Dios negar algo a la oración hecha en espíritu y verdad, cuando
es él mismo quien la exige? ¡Cuántos testimonios de su eficacia no hemos leído,
oído y creído! Ya la oración del antiguo Testamento liberaba del fuego, de las
fieras y del hambre, y, sin embargo, no había recibido aún de Cristo toda su
eficacia. ¡Cuánto más eficazmente actuará, pues, la oración cristiana! No
coloca un ángel para apagar con agua el fuego, ni cierra las bocas de los
leones, ni lleva al hambriento la comida de los campesinos, ni aleja, con el
don de su gracia, ningún sufrimiento; pero enseña la paciencia y aumenta la fe
de los que sufren, para que comprendan lo que Dios prepara a los que padecen
por su nombre.
En el pasado, la oración alejaba las plagas, desvanecía los ejércitos de
los enemigos, hacía cesar la lluvia. Ahora, la verdadera oración aleja la ira
de Dios, implora a favor de los enemigos, suplica por los perseguidores. ¿Y qué
tiene de sorprendente que pueda hacer bajar del cielo el agua del bautismo, si
pudo también impetrar las lenguas de fuego? Solamente la oración vence a Dios;
pero Cristo la quiso incapaz del mal y todopoderosa para el bien.
La oración sacó a las almas de los muertos del mismo seno de la muerte,
fortaleció a los débiles, curó a los enfermos, liberó a los endemoniados, abrió
las mazmorras, soltó las ataduras de los inocentes. La oración perdona los
delitos, aparta las tentaciones, extingue las persecuciones, consuela a los
pusilánimes, recrea a los magnánimos, conduce a los peregrinos, mitiga las
tormentas, aturde a los ladrones, alimenta a los pobres, rige a los ricos,
levanta a los caídos, sostiene a los que van a caer, apoya a los que están en
pie.
Los ángeles oran también, oran todas las criaturas, oran los ganados y
las fieras, que se arrodillan al salir de sus establos y cuevas y miran al
cielo, pues no hacen vibrar en vano el aire con sus voces. Incluso las aves,
cuando levantan el vuelo y se elevan hasta el cielo, extienden en forma de cruz
sus alas, como si fueran manos, y hacen algo que parece también oración. ¿Qué
más decir en honor de la oración? Incluso oró
el mismo Señor, a quien corresponde el honor y la fortaleza por los siglos
de los siglos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario