TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 29 de marzo de 2014

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 30 DE MARZO, 4º DE CUARESMA

Crees en el Hijo del hombre

Juan 9, 1- 41     En aquel tiempo, al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién pecó: este o sus padres, para que naciera ciego?». Jesús contestó: «Ni este pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo».
       Dicho esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)». Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna peguntaban: «¿No es ese el que se sentaba a pedir?». Unos decían: «El mismo». Otros decían: «No es él, pero se le parece». Él respondía: «Soy yo». Y le preguntaban: «¿Y cómo se te han abierto los ojos?». Él contestó: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver». Le preguntaron: «¿Dónde está él?». Contestó: «No lo sé».
       Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: «Me puso barro en los ojos, me lavé y veo». Algunos de los fariseos comentaban: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?». Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?». Él contestó: «Que es un profeta».
       Pero los judíos no se creyeron que aquel había sido ciego y que había comenzado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: «¿Es este vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?». Sus padres contestaron: «Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos; y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse». Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos: porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él».
       Llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». Contestó él: «Si es un pecador, no lo sé; solo sé que yo era ciego y ahora veo». Le preguntan de nuevo: «¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?». Les contestó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra vez?, ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?». Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: «Discípulo de ese lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ese no sabemos de dónde viene». Replicó él: «Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos.
       Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es piadoso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si este no viniera de Dios, no tendría ningún poder». Le replicaron: «Has nacido completamente empecatado, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?». Y lo expulsaron.
       Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del hombre?». Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es». Él dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante él. Dijo Jesús: «Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos».
       Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: «¿También nosotros estamos ciegos?». Jesús les contestó: «Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado; pero como decís “vemos”, vuestro pecado permanece.

Otras Lecturas: 1Samuel 16,1b.6-7.10; Salmo 22; Efesios 5,8-14.

LECTIO:
            El núcleo de este texto evangélico es la proclamación de Jesús: Yo soy la luz del mundo. Jesús es la Palabra, Él es la luz verdadera que ilumina a todo hombre.
        A Jesús, le observaban de cerca, buscando cualquier oportunidad para acusarlo.
        La ocasión se presenta cuando traen ante ellos a un hombre al Jesús ha curado en sábado. No es la primera vez que Jesús contraría a las autoridades judías realizando una curación en sábado.
        Los fariseos observaban estrictamente la ley que prohibía cualquier tipo de trabajo en sábado. Jesús guardaba el sábado, pero no estaba de acuerdo con los fariseos en qué constituía el ‘trabajo’. En opinión de Jesús, curar era hacer una buena obra y dar gloria a Dios: guardar verdaderamente el sábado.
        El milagro acontece en las inmediaciones del templo. El enfermo no pide nada. Es Jesús quien le mira. Los discípulos toman la palabra y abordan un tema fundamental: el significado del sufrimiento, que, según la mentalidad de aquel tiempo, estaba vinculado al pecado. Jesús afirma claramente Ni este pecó ni sus padres…”
        La ceguera (el sufrimiento) indica la situación natural del hombre. Todos estamos ciegos de nacimiento. Estamos “enfermos” y nos faltan fuerzas para acudir al único que puede curar. Es el Médico quien toma la iniciativa. Jesús da un mandato al ciego. Él no conoce a Jesús, pero su obediencia es el acto de una gran fe, de total abandono.
        El encuentro de Jesús con aquel hombre concluye con el acto de fe reconociendo a Jesús como Hijo de Dios.

MEDITATIO:                                                                                                                                                               
         En el camino de la cuaresma hoy brilla una luz particular que nos invita a encontrarnos con mayor profundidad con el Señor Jesús. El ciego ha seguido un proceso desde las tinieblas a la luz de la fe en Jesús, que le habla, que está delante de él. Debemos ir más allá del creer ser cristianos, para manifestar con toda nuestra vida este encuentro que nos vincula indisolublemente al Señor Jesús como su fuente.
También tú puedes andar a oscuras, con los ojos cerrados, porque no tengas total fe en Jesús.
Jesús quiere una adhesión plena e incondicional a su persona. Hoy te pregunta: "¿Quieres encontrarte conmigo para vivir para mí?".
¿Te excusas ante Jesús, temiendo que su curación te lleve a un compromiso más fuerte con Él.
                                                                                                                                                                      
ORATIO:                                                                                                                                                     
     Señor Jesús, como el ciego aquí estoy. Cúrame de mis miserias, de mis ingratitudes, de mi falta de respuesta a tu amor. Enséñame, Señor, a mirar con ojos nuevos a los hermanos y sus necesidades.
     Cúrame de acostumbrarme a las situaciones de degradación y de miseria que encuentro caminando por las calles.
     Aquí estoy ante ti, Jesús, cura mi ceguera, aumenta mi fe.

CONTEMPLATIO: 
     Contempla como el ciego dice a Jesús «Creo, Señor». Y se postró ante él. ¿Te has planteado que la conversión cuaresmal puede expresarse en términos de seguimiento de Cristo? ¿Qué le respondes?
     Esta llamada de Cristo es personal como dirigida singularmente a mí que soy quien me tengo que convertir. ¿Qué aspectos de tu vida necesitas convertir? La conversión es esperanza porque nos confiamos a un camino que a grandes rasgos supone la transformarse en Cristo.

1 comentario:

  1. Decimos en el dicho popular que los ojos son las ventanas del corazón. Y el autor de El Principito (Antoine de Saint Exupery), dirá aquello célebre: que lo importante sólo se ve con el corazón. No siempre vemos bien las cosas, ni las gentes, ni la misma vida, porque no siempre amamos. Hay una especie de “miopía” del corazón. En el camino hacia la Luz pascual, la Iglesia hoy nos invita con la Palabra de Dios a comprobar la vista de nuestro corazón y el amor de nuestra mirada. Son tres los protagonistas que llenan este escenario evangélico: Jesús, el ciego de na¬cimiento y los fariseos.
    En primer lugar está el ciego de nacimiento que es visto por Jesús, un invidente que es alcanzado por la mirada de Jesús. No es una ceguera culpable la suya, ni tam¬poco maldita, cuando su destino último será nacer a la luz. El encuentro con Jesús, sencillamente anticipa ese nacimiento luminoso. A pesar de su tara física, menos mal que su madre no lo abortó y tampoco lo “eutanasiaron” después. Para él fue posible con antelación el encuentro con Aquel después del cual ni la oscuridad, ni la ceguera, ni el mal, ni el pecado... tiene ya la última palabra.
    Los fariseos tenían otra ceguera, mucho más compleja y difícil de salvar porque estaba ideologizada, tenía intereses creados, tantos que hasta les impedía reco¬nocer lo evidente: que un ciego de verdad, de verdad llegó a ver. Y tendrán que en¬contrar alguna razón para seguir justificándose en su posición. Ellos determinarán que Jesús no puede venir de Dios cuando hace cosas “aparentemente” prohibidas por Dios por ser en sábado –son las apariencias del mirar humano–. Se afanan en un capcioso interrogatorio: preguntan al ciego, a sus padres, al ciego de nuevo... pero no quieren oír cuando lo que escuchan no coincide con sus previsiones.
    Hemos de situarnos dentro de este Evangelio: con nuestras cegueras y oscuridades ante Jesús Luz del mundo. La gran diferencia entre el ciego y los fariseos estaba en que el primero reconocía su ceguera sin más, y por eso acogió la Luz, mientras que los segundos decían que veían y por eso permanecían en su oscuridad, en su pecado. No les bastaba a ellos con estar en la si¬nagoga, como no nos basta a nosotros con estar en la Iglesia, si nuestro estar no está iluminado y no es luminoso, si no caminamos como hijos de la luz buscando lo que agrada al Señor. Los fariseos sabían mu¬chas cosas de Dios, pero no sabían a lo que sabe Dios; ellos pensaban que veían las co¬sas en su justa medida –la suya–, pero ésta no coincidía con la de los ojos de Dios. Este es nuestro reto.

    + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
    Arzobispo de Oviedo

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