Reflexiones
sobre la Fe.4
Dios Padre y Creador.
Dios Padre y Creador.
“Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del
cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible” (Credo de
Nicea-Constantinopla).
“Dios es Padre Todopoderoso. Su
paternidad y su poder se esclarecen mutuamente. Muestra, en efecto, su
paternidad por la manera de cómo cuida de nuestras necesidades; por la adopción
filial que nos da (“Yo seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas,
dice el Señor todopoderoso”, 2 Cor 6, 18); finalmente,
por su misericordia infinita, pues muestra su poder en el más alto grado
perdonando libremente los pecados” (Catecismo, n. 270).
Benedicto XVI nos recuerda la
dificultad que, a veces, podemos tener para ver a Dios como padre: “Tal
vez el hombre moderno no percibe la belleza, la grandeza y el profundo consuelo
contenidos en la palabra padre, con la que podemos dirigirnos a Dios en
la oración, porque la figura paterna no está suficientemente presente, hoy en
día, y no es lo bastante positiva en la vida diaria”.
Dios es
Padre, y quiere que nos relacionemos con Él como hijos, verdaderos hijos. Por eso, para descubrir y vivir en
el misterio de Dios Padre es importante que enraicemos bien en el alma la
conciencia de ser hijos de Dios en Cristo: es la acción más importante
del Espíritu Santo en cada cristiano.
“Ésta es la gran osadía de la fe cristiana –escribe Josemaría
Escrivá-: proclamar el valor y la dignidad de la humana naturaleza, y afirmar
que, mediante la gracia que nos eleva al orden sobrenatural, hemos sido creados
para alcanzar la dignidad de hijos de Dios. Osadía ciertamente increíble, si no
estuviera basada en el decreto salvador de Dios Padre, y no hubiera sido
confirmada por la sangre de Cristo y reafirmada y hecha posible por la acción constante del Espíritu Santo” (Es Cristo que pasa, n. 133).
Ya nos lo había recordado el
evangelista san Juan en su primera Carta: “Ved qué amor nos ha manifestado el
Padre, que seamos hijos de Dios y lo seamos. Por esto el mundo no nos conoce,
porque no le conoce a Él. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque no se ha
manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos
semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (3, 1-2).
Con esta conciencia viva de ser hijos
de Dios, de ser, por tanto, miembros de la familia de Dios, el acto de fe
nos mueve a “una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del
mundo”. Y en esa conversión, profundizamos en el conocimiento del misterio
de Dios, que “en el misterio de la muerte y resurrección de su Hijo, ha
revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de
vida mediante la remisión de los pecados”. Descubrimos a Dios, Padre misericordioso.
Esta afirmación de la paternidad
de Dios, nos lleva a aceptar la plenitud de nuestra condición de criaturas, y
nos abre el camino para dar el segundo paso como nuevas criaturas en Cristo;
para que, por la gracia y con la gracia, el mismo Cristo Redentor se enraíce en
nuestra persona, convirtiéndonos en hijos de Dios en Cristo: la
filiación divina; y así vivamos siempre injertados en Cristo.
“La catequesis sobre la creación
reviste una importancia capital. Se refiere a los fundamentos mismos de la vida
humana y cristiana: explica la respuesta a la pregunta básica que los
hombres de todos los tiempos se han formulado: “¿De dónde venimos?” “¿A dónde
vamos?” “¿Cuál es nuestro origen?” “¿Cuál es nuestro fin?” “De dónde viene y a
dónde va todo lo que existe?” Las dos cuestiones, la del origen y la del fin,
son inseparables. Son decisivas para el sentido y la orientación de nuestra
vida” (Catecismo, n. 282).
Con una fe sincera en Dios Padre,
afirmamos que Dios nos ha creado por amor y nos ha dado la vida, para “que le
conozcamos, le amemos, vivamos con Él en esta vida; y lleguemos a vivir
eternamente con Él en el Cielo”.
Dios
nos conoce personalmente y nos llama, a cada uno, por nuestro nombre. Dios
nos crea, nos da la vida, uno a uno.
Ante un padre que nos ama y nos da la
vida, hemos de tener plena confianza, sabiendo que Dios busca siempre nuestro
bien. A veces, no queremos recibir ese bien, y nos obstinamos en alejarnos de
Dios, de la relación con Dios; dejamos de rezarle y de pedirle; dejamos de
dirigirnos a Él. Es el mayor dolor que podemos provocar al corazón paternal y
misericordioso de Dios, que nos espera siempre para perdonar nuestros pecados,
sanar nuestras miserias y darnos su Amor.
Cuestionario
·
Cuando rezo,
¿me dirijo siempre a Dios sabiendo que es mi Padre?
·
¿Tengo toda
confianza en el amor que Dios me tiene, consciente de que me ama como si yo
fuera su único hijo?
* ¿Recibo con
alegría el perdón de mi Padre Dios, en el sacramento de la Reconciliación?
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