TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

domingo, 3 de marzo de 2013


La Cuaresma y la conversión
Benedicto XVI, pp.
… Hoy ya no se puede ser cristianos como simple consecuencia del hecho de vivir en una sociedad que tiene raíces cristianas: también quien nace de una familia cristiana y es educado religiosamente debe, cada día, renovar la opción de ser cristiano, es decir dar a Dios el primer lugar ante las tentaciones que una cultura secularizada propone continuamente, ante el juicio crítico de muchos contemporáneos.
     Las pruebas a las cuales la sociedad actual somete al cristiano, de hecho, son muchas y tocan la vida personal y social. No es fácil ser fieles al matrimonio cristiano, practicar la misericordia en la vida cotidiana, dejar espacio a la oración y al silencio interior, no es fácil oponerse públicamente a opciones que muchos consideran obvias, como el aborto en el caso de un embarazo no deseado, la eutanasia en caso de enfermedad grave o la selección de embriones para prevenir enfermedades hereditarias. La tentación de poner aparte la propia fe siempre está presente y la conversión se vuelve una respuesta a Dios que debe ser confirmada más veces en la vida.
     Son ejemplo y estímulo las grandes conversiones como la de San Pablo en el camino a Damasco, o la de San Agustín, pero también en nuestra época de eclipse del sentido de lo sagrado la gracias de Dios actúa y obra maravillas en la vida de muchas personas. El Señor no se cansa de tocar a la puerta del hombre en contextos sociales y culturales que parecen infestados por la secularización, como sucedió con el ruso ortodoxo Pavel Florenskij. Luego de recibir una educación completamente agnóstica, tanto así como para probar verdaderamente la propia hostilidad hacia la enseñanza religiosa impartida en la escuela, el científico Florenskij se descubre exclamando: "¡No, no se puede vivir sin Dios!" y cambia completamente su vida, tanto así que se hace monje.
     Pienso también en la figura de Etty Hillesum, una joven holandesa de origen judío que murió en Auschwitz. Inicialmente lejana a Dios, lo descubre mirando en profundidad dentro de sí misma y escribe: "Un pozo muy profundo hay dentro de mí. Y Dios está en ese pozo. Tal vez logre alcanzarlo, aunque lo cubren con frecuencia la piedra y la arena Dios está sepultado. Hace falta de nuevo que lo desentierre" (Diario, 97). En su vida dispersa e inquieta, reencuentra a Dios en medio de la gran tragedia del novecientos, la Shoah. Esta joven frágil e insatisfecha, transfigurada por la fe, se transforma en una mujer llena de amor y paz interior, capaz de afirmar: "Vivo constantemente en intimidad con Dios".
     La capacidad de oponerse a las adulaciones ideológicas de su tiempo para así elegir la búsqueda de la verdad y abrirse al descubrimiento de la fe es testimoniada por otra mujer de nuestro tiempo, la estadounidense Dorothy Day. En su autobiografía confiesa abiertamente que ha caído en la tentación de resolver todo con la política, adhiriéndose a la propuesta marxista: "Quería ir con los manifestantes, ir a la cárcel, escribir, influenciar a otros y dejar mi sueño al mundo. ¡Cuánta ambición y cuánta búsqueda de mí misma había en todo esto! "El camino hacia la fe en un ambiente así secularizado era particularmente difícil, pero la Gracia obra, como ella misma subraya: "es cierto que sentí más frecuentemente la necesidad de ir a la iglesia, de arrodillarme, de poner mi cabeza en oración. Un instinto ciego, se podría decir, porque no era consciente de rezar. Pero iba, me ponía en la atmósfera de oración…" Dios la ha conducido a una adhesión consciente a la Iglesia, en una vida dedicada a los desheredados.
     En nuestra época no son pocas las conversiones intensas como el retorno de quien, luego de una educación cristiana con frecuencia superficial, se ha alejado por años de la fe y luego redescubre a Cristo y su Evangelio. En el libro del Apocalipsis leemos: "Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, entraré y cenaré con él y él conmigo" (3, 20). Nuestro hombre interior debe prepararse para ser visitado por Dios y por ello no debe dejarse invadir por las ilusiones, las apariencias, las cosas materiales.
     En este tiempo de Cuaresma, en el Año de la Fe, renovemos nuestro esfuerzo en el camino de conversión, para superar la tendencia de cerrarnos en nosotros mismos y para hacer, en vez de eso, espacio a Dios, mirando con sus ojos la realidad cotidiana. La alternativa entre cerrarnos a nuestro egoísmo y la apertura al amor de Dios y los demás, podríamos decir que corresponde a la alternativa de las tentaciones de Jesús: alternativa entre el poder humano y el amor de la Cruz, entre una redención vista solo en el bienestar material y una redención como obra de Dios, al que debemos dar el primado en la existencia.
     Convertirse significa no cerrarse en la búsqueda del propio éxito, del propio prestigio, de la propia posición, sino hacer que cada día, en las pequeñas cosas, la verdad y la fe en Dios y el amor se conviertan en la cosa más importante.


No hay comentarios:

Publicar un comentario