La Cuaresma y la conversión
Benedicto XVI, pp.
… Hoy ya no se puede ser cristianos como simple
consecuencia del hecho de vivir en una sociedad que tiene raíces cristianas:
también quien nace de una familia
cristiana y es educado religiosamente debe, cada día, renovar la opción de ser
cristiano, es decir dar a Dios el primer lugar ante las tentaciones que una
cultura secularizada propone continuamente, ante el juicio crítico de muchos
contemporáneos.
Las pruebas
a las cuales la sociedad actual somete al cristiano, de hecho, son muchas y
tocan la vida personal y social. No es fácil ser fieles al matrimonio cristiano,
practicar la misericordia en la vida cotidiana, dejar espacio a la oración y al silencio
interior, no es fácil oponerse públicamente a opciones que muchos consideran
obvias, como el aborto
en el caso de un embarazo no deseado, la eutanasia en caso de
enfermedad grave o la selección de embriones para prevenir enfermedades
hereditarias. La tentación de poner
aparte la propia fe siempre está presente y la conversión se vuelve una
respuesta a Dios que debe ser confirmada más veces en la vida.
Son ejemplo
y estímulo las grandes conversiones como la de San Pablo en el camino a
Damasco, o la de San Agustín, pero también en nuestra época de eclipse del
sentido de lo sagrado la gracias de Dios actúa y obra maravillas en la vida de
muchas personas. El Señor no se cansa de tocar a la puerta del hombre en
contextos sociales y culturales que parecen infestados por la secularización,
como sucedió con el ruso ortodoxo Pavel Florenskij. Luego de recibir una
educación completamente agnóstica, tanto así como para probar verdaderamente la
propia hostilidad hacia la enseñanza religiosa impartida en la escuela, el
científico Florenskij se descubre exclamando: "¡No, no se puede vivir sin
Dios!" y cambia completamente su vida, tanto así que se hace monje.
Pienso
también en la figura de Etty Hillesum, una joven holandesa de origen judío que
murió en Auschwitz. Inicialmente lejana a Dios, lo descubre mirando en
profundidad dentro de sí misma y escribe: "Un pozo muy profundo hay dentro
de mí. Y Dios está en ese pozo. Tal vez logre alcanzarlo, aunque lo cubren con
frecuencia la piedra y la arena Dios está sepultado. Hace falta de nuevo que lo
desentierre" (Diario, 97). En su vida dispersa e inquieta,
reencuentra a Dios en medio de la gran tragedia del novecientos, la Shoah. Esta
joven frágil e insatisfecha, transfigurada por la fe, se transforma en una
mujer llena de amor y paz interior, capaz de afirmar: "Vivo constantemente
en intimidad con Dios".
La
capacidad de oponerse a las adulaciones ideológicas de su tiempo para así
elegir la búsqueda de la verdad y abrirse al descubrimiento de la fe es
testimoniada por otra mujer de nuestro tiempo, la estadounidense Dorothy Day. En
su autobiografía confiesa abiertamente que ha caído en la tentación de resolver
todo con la política, adhiriéndose a la propuesta marxista: "Quería ir con
los manifestantes, ir a la cárcel, escribir, influenciar a otros y dejar mi
sueño al mundo. ¡Cuánta ambición y cuánta búsqueda de mí misma había en todo
esto! "El camino hacia la fe en un ambiente así secularizado era
particularmente difícil, pero la Gracia obra, como ella misma subraya: "es
cierto que sentí más frecuentemente la necesidad de ir a la iglesia, de arrodillarme,
de poner mi cabeza en oración. Un instinto ciego, se podría decir, porque no
era consciente de rezar. Pero iba, me ponía en la atmósfera de oración…"
Dios la ha conducido a una adhesión consciente a la Iglesia, en una vida
dedicada a los desheredados.
En nuestra
época no son pocas las conversiones
intensas como el retorno de quien, luego de una educación cristiana con
frecuencia superficial, se ha alejado por años de la fe y luego redescubre a
Cristo y su Evangelio. En el libro del Apocalipsis leemos: "Mira que estoy
a la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y me abre la puerta, entraré y
cenaré con él y él conmigo" (3, 20). Nuestro hombre interior debe
prepararse para ser visitado por Dios y por ello no debe dejarse invadir por
las ilusiones, las apariencias, las cosas materiales.
En este tiempo de Cuaresma, en el Año de la
Fe, renovemos nuestro esfuerzo en el camino de conversión, para superar la
tendencia de cerrarnos en nosotros mismos y para hacer, en vez de eso, espacio
a Dios, mirando con sus ojos la realidad cotidiana. La alternativa entre
cerrarnos a nuestro egoísmo y la apertura al amor de Dios y los demás,
podríamos decir que corresponde a la alternativa de las tentaciones de Jesús:
alternativa entre el poder humano y el amor de la Cruz, entre una redención
vista solo en el bienestar material y una redención como obra de Dios, al que
debemos dar el primado en la existencia.
Convertirse
significa no cerrarse en la búsqueda del propio éxito, del propio prestigio, de
la propia posición, sino hacer que cada día, en las pequeñas cosas, la verdad y
la fe en Dios y el amor se conviertan en la cosa más importante.
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