TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 30 de marzo de 2013

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 31 DE MARZO, PASCUA DE RESURRECCIÓN


Ha resucitado

Juan 20:1-9
     El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio quitada la piedra que tapaba la entrada. Corrió entonces a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús quería mucho, y les dijo:” ¡Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto! ”
     Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se agachó a mirar y vio allí las vendas, pero no entró. Detrás de él llegó Simón Pedro, que entró en el sepulcro. Él también vio allí las vendas, y vio además que el sudario que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollado y puesto aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio lo que había pasado y creyó. Y es que todavía no habían entendido lo que dice la Escritura, que Él tenía que resucitar de entre los muertos.

Otras lecturas: Hechos 10:34, 37-43; Salmo 117, 22-23; Colosenses 3:1-4

LECTIO:
     Es ésta una lectura fascinante. Ha desparecido el cuerpo de Jesús y María Magdalena es la primera que aparece en escena. Puedes leer su encuentro con Jesús en los versículos que siguen a la lectura de hoy.
     Este pasaje se centra principalmente en los dos discípulos, Pedro y otro al que la tradición identifica como el apóstol Juan.
     El narrador nos dice que Juan cree en la resurrección de Jesús tan pronto como ve los lienzos abandonados en la tumba. ¿Qué hace que Juan crea que Jesús está vivo? Algunos comentaristas piensan que la manera particular en que estaban doblados era la manera propia de Jesús, algo que Juan reconoció inmediatamente. Quienquiera que lo hubiera hecho no estaba muerto sino vivo. Sin duda, tenía que ser Jesús. Este fue el primer encuentro de Juan con Cristo resucitado. ¿Hizo Juan partícipe de esta convicción a Pedro? No sabemos. Todo lo que se nos dice es que los discípulos todavía no entendían la escritura que decía que Jesús tenía que resucitar de entre los muertos. Esto cambiaría bien pronto. Pero cada individuo tuvo una experiencia ligeramente distinta.
     María Magdalena, Pedro, Juan y los otros discípulos se encuentran cara a cara con Cristo en los versículos que siguen al relato de Juan en evangelio de hoy.
     Los relatos de estos discípulos, de los que son testigos oculares, son fundamentales para la fe de los cristianos. Sabían que Jesús había muerto en la cruz, sabían con exactitud dónde estaba enterrado y cada uno se encontró personalmente con Cristo resucitado. Esos encuentros con el Señor resucitado confirmaban su fe en que él era efectivamente lo que decía que era: el Mesías Prometido, el Hijo de Dios.

MEDITATIO:
Imagínate en aquella primera mañana después de la crucifixión de Jesús. Despertar, tratar de comer o beber, ir a la tumba con María Magdalena, o con Pedro y Juan.
     ¿Qué pensarías? ¿Qué sentirías? Y en contraste con esto: ¿cómo te sentirías al acostarte aquella noche?
Piensa en cómo le podrías explicar a un amigo que no cree en Jesús por qué aquellos acontecimientos que sucedieron la primera Pascua siguen siendo tan importantes hoy día.

ORATIO:
     Hoy es uno de los días más gozosos del calendario litúrgico.
     Las palabras de los otros evangelistas “No está aquí; ha resucitado” han resonado siglo tras siglo.
     Busca tu propia alabanza y expresa tu gozo y tu agradecimiento a Dios.
     Usa los versos del Salmo 117 para ayudarte.

CONTEMPLATIO:
     ‘Ya que habéis sido resucitados con Cristo, buscad las cosas del cielo, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios.’
     Colosenses 3:1-4 nos dicen que en Cristo ya hemos experimentado nuestra propia ‘resurrección’ a una nueva vida espiritual. Dedica algo de tiempo a reflexionar sobre lo que significa tener la ‘vida escondida con Cristo en Dios” y poner el corazón y la mente en el cielo en vez de en los afanes mundano.

1 comentario:

  1. Como en una mañana primera, como si el primer y el último instante se estrenara, amaneció aquella aurora que llenó de luz todo lo que estaba. Sucedió al alba. Pero casi nadie lo creía, casi ninguno lo esperaba Y andaban cabizbajos, llorosos y fugitivos para volver cada uno a sus andadas. ¿Será posible -se preguntaban destrozados-, que aquellos labios hayan enmudecido para siempre sus palabras? ¿Será posible que aquellas manos hayan dejado ya de bendecirnos desde que las vimos a la muerte clavadas? Y así estaban unos y otros, de aquí para allá, mientras lloraban sus recuerdos haciendo sus cábalas.
    Pero alguien dio la alarma: no está ya entre los muertos, su muerte ha sido despertada, la tumba está vacía y sólo hospeda su nada. No sabían cómo, pero allí en el sepulcro ya no estaba. Y se pusieron nerviosos, y corría como un reguerillo el comentario de la noticia más increíble, la más inmerecida y más inesperada. ¿Será verdad que ha sucedido, que ha resucitado de veras como nos dijo?
    Fue al alba. Sucedió al alba. Y de pronto las lágrimas no eran ya el llanto de la pérdida maldita, sino la emoción de un reencuentro que bendecía. La noche había pasado con sus sombras, se había encendido la luz amanecida. Los colores de la vida que nacieron en los labios creadores de Dios, volvían a brillar con toda su dicha.
    La penúltima palabra que correspondió a la proclama del sinsentido, a la condena del inocente, a la censura de la verdad y al asesinato de la vida, cedió inevitable la palabra final a quien como Palabra se hizo hombre, se hizo hermano, se hizo historia y se hizo pascua rediviva.
    Hoy encendemos los cristianos ese cirio cuya luz nos acompaña en nuestros vericuetos y nos perdona nuestras cuitas. La luz que nos habla del perdón, de la gracia, del abrazo del mismo Dios que en su Iglesia nos bendice, nos acoge y nos guía. Por eso entonamos el canto de los vencedores, el canto de la verdadera alegría, la que no es fruto de nuestro cálculo o pretensión, o de nuestras nostalgias e insidias. Es un canto dulce, apasionado, con un brindis de triunfo que no se hace triunfalista. Porque Cristo ha vencido con su resurrección bendita su muerte y la nuestra, y ha terminado la mentira la diga quien la diga; y no tiene hueco ya lo que nos enfrenta por fuera y nos rompe por dentro.
    Fue al alba, sí, sucedió al alba. Y desde entonces, a pesar de nuestros cansancios, pecados, lentitudes y cobardías, sabemos que Dios nos ha abierto su casa, nos acoge, nos redime y nos regala su vida. Por eso cantamos un aleluya mañanero, por eso cantamos al alba nuestro mejor albricias. De corazón, os deseo felices pascuas.
    + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
    Arzobispo de Oviedo

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