Convertíos
de la carta de San Clemente pp.
de la carta de San Clemente pp.
Fijemos con atención nuestra mirada en la sangre de Cristo, y
reconozcamos cuán preciosa ha sido a los ojos de Dios, su Padre, pues,
derramada por nuestra salvación, alcanzó la gracia de la penitencia para todo
el mundo.
Recorramos todas las generaciones y aprenderemos cómo el Señor, de generación en generación, concedió
un tiempo de penitencia a los que deseaban convertirse a él. Noé
predicó la penitencia, y los que lo escucharon se salvaron. Jonás anunció a los
ninivitas la destrucción de su ciudad, y ellos, arrepentidos de sus pecados,
pidieron perdón a Dios y, a fuerza de súplicas, alcanzaron la indulgencia, a
pesar de no ser del pueblo elegido.
De la penitencia hablaron, inspirados por el Espíritu Santo, los que
fueron ministros de la gracia de Dios. Y el mismo Señor de todas las cosas
habló también con juramento de la penitencia, diciendo: Vivo yo -dice el
Señor- que no me complazco en la muerte del pecador, sino en que se
convierta, añadiendo aquella hermosa sentencia: Arrepentíos, casa de
Israel, de vuestra iniquidad; di a los hijos de mi pueblo: Aun cuando vuestros
pecados alcanzaren de la tierra al cielo y fueren más rojos que la escarlata y más
negros que un manto de piel de cabra; si os convirtierais a mí con toda vuestra
alma y me dijerais «Padre», yo os escucharé como a un pueblo santo.
Queriendo, pues, el Señor que todos los que él ama tengan parte en la
penitencia, lo confirmó así con su omnipotente voluntad.
Obedezcamos, por tanto, a su magnífico y glorioso designio, e,
implorando con súplicas su misericordia y benignidad, recurramos a su misericordia y convirtámonos, dejadas a un lado las
vanas obras, las contiendas y la envidia que conduce a la muerte.
Seamos, pues, humildes, hermanos, y, deponiendo toda jactancia,
ostentación, insensatez y arrebatos de ira, cumplamos lo que está escrito, pues
lo dice el Espíritu Santo: No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se
gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza, sino el
que se gloría, gloríese en el Señor, para buscarle a él y practicar el derecho
y la justicia, especialmente si tenemos presentes las palabras del Señor
Jesús, aquellas que dijo enseñando la benignidad y longanimidad; dijo, en
efecto: Compadeceos y seréis
compadecidos; perdonad para que se os perdone a vosotros. De la manera que vosotros hiciereis, así se
hará también con vosotros. Como diereis, así se os dará a vosotros; como
juzgareis, así se os juzgará a vosotros; como usareis de benignidad, así la
usarán con vosotros; con la medida que midiereis, así se os medirá a vosotros.
Que estos mandamientos y estos preceptos nos comuniquen firmeza para
poder caminar, con toda humildad, en la obediencia a sus santos consejos. Pues
dice la Escritura santa: En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido,
que se estremece ante mis palabras.
Como quiera, pues, que hemos participado de tantos, tan grandes y tan
ilustres hechos, emprendamos otra vez la carrera hacia la meta de paz que nos
fue anunciada desde el principio y fijemos nuestra mirada en el Padre y Creador
del universo, acogiéndonos a los
magníficos y sobreabundantes dones y beneficios de su paz.
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