EL TRIDUO PASCUAL Y SU
SIGNIFICACIÓN (III)
Domingo de resurrección, último día del triduo
Joan
Bellavista
El domingo de resurrección fundamentalmente es una vigilia, la vigilia pascual. La pascua del Éxodo
era ya noche de vigilias en honor de Yavé (Ex 12,42). El apócrifo Epístola
Apostolorum (s. II) subraya este aspecto, que probablemente se remonta a
los tiempos apostólicos.
Es esta tradición la que recoge el misal
actual al advertir que se trata de una celebración nocturna, y que por lo tanto
no ha de empezar antes del inicio de la noche y ha de terminar antes del
amanecer; así se da cumplimiento al mandato del Señor “la noche santa rompe el
ayuno”, y es la inauguración de la gran fiesta de alegría cincuentenaria. Es el
tercer día del triduo, como el paso del
duelo a la fiesta, de la muerte a la vida, juntamente con el Señor. De
todos los tiempos, es la noche de la celebración sacramental de la pascua por
la palabra, el bautismo y la eucaristía. La originalidad de la pascua es el
hecho de ser la eucaristía que alcanza su máxima expresividad por encima de las
restantes celebraciones del año de tener encendidas las lámparas (Lc
12,35ss).
La liturgia de la palabra es mucho más
larga que la habitual; y la liturgia
sacramental no sólo celebra la eucaristía, sino también el bautismo. El antiquísimo rito del
lucernario, utilitario y simbólico, de Jerusalén y del Oriente, dará lugar al
del alumbramiento del cirio pascual. En el s. XII entrará en ella la bendición
del mismo y la procesión.
La complicada historia de las lecturas
bíblicas de la vigilia pascual no quita su importancia central en la liturgia,
sino al contrario. Haciéndose eco de esta tradición, la liturgia actual no teme
afirmar que ellas constituyen el elemento fundamental de la vigilia. La
liturgia de la palabra es el memorial
agradecido por la salvación, recordada por unas referencias
históricas-base, que culminan en el Cristo de la pascua.
Las tres últimas lecturas están más
directamente orientadas hacia la celebración inmediata del bautismo. A la
lectura del Nuevo Testamento (Rom 6,3-11), igualmente bautismal,
sigue el relato evangélico de la resurrección.
Las oraciones del final de las lecturas
continúan su vieja función, heredada de los sacramentariós, de actualizar la
salvación en Cristo, anunciada en la lectura, al tiempo que los responsorios
bíblicos invitan a la contemplación agradecida de la misma.
Hoy
continúa siendo la noche por excelencia del bautismo por la
entrañable vinculación del sacramento con el misterio de la muerte y
resurrección, de acuerdo con la teología paulina.
La gran vigilia llega a la cima con la
eucaristía nocturna, que inicia el domingo de resurrección. Es la eucaristía
por antonomasia, en que el neófito y todo cristiano ha sido adentrado en la
comunión con Cristo, nuestra pascua, en la espera de la venida gloriosa del
Señor. La eucaristía pascual,
culminación del memorial de la muerte y resurrección del Señor hasta que
venga. El paso de la austeridad a la alegría es la iniciación de la fiesta para
siempre, simbolizada en pentecostés (= cincuenta días).
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