Para vivir con fe la Eucaristía
Javier Leoz
Silencio
- El silencio es un poder. Sin él es muy difícil
escuchar. Nuestras eucaristías son
deficitarias en silencio. Parece como si nos violentásemos por el
simple hecho de estar unos segundos sin decir nada.
- El silencio es el ruido de la oración.
- El silencio, después de la homilía, es
interpelación.
- El silencio, después de la comunión, es gratitud
al Dios por tanto que nos ha dado.
- En el silencio se llena todo de nuestras
intenciones personales, peticiones o deseos.
- La música o el canto, los símbolos y otras cosas
secundarias, nunca pueden ser una especie de tapagujeros que hagan más
“digerible” la eucaristía. El
silencio no es ausencia de…., es
cultivar un lugar para que Dios nazca o hable.
Contemplación
La Eucaristía se hace más sabrosa cuando
se la contempla. En el horizonte inmenso todo parece igual, pero cuando los
ojos quedan fijos en él, surgen detalles que a simple vista parecían no
existir.
Con la
Eucaristía ocurre lo mismo. Es un paisaje que puede parecer todos los días
igual. Sentarse, relajarse, olvidarse de lo que rodea lleva al alma
contemplativa, a la persona contemplativa a vivir una serie de sensaciones que es la presencia escondida de Dios.
Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta,
lo recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los
pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos
quehaceres. Acercándose dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje
sola en el trabajo? Dile que me ayude”. Le respondió el Señor: “Marta, Marta,
te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor,
de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada”. (Lucas 10, 38-42).
Oración
La oración y la eucaristía van de la mano
como la cerradura se acciona con la llave. La eucaristía, el diálogo con Jesús
se hace más fecundo después de haber escuchado la Palabra de Dios. Para que la
Eucaristía resulte vibrante, no es cuestión de recurrir a la ayuda puntual del
ritmo maraquero o guitarrero. En el diálogo de las personas está el crecimiento
personal y comunitario. En la oración reside uno de los potenciales más grandes para entender, comprender y vivir
intensamente la Eucaristía.
“Cuando oréis, no seáis
como los hipócritas que son amigos de rezar de pie en las sinagogas y en las
esquinas, para exhibirse ante la gente. Ya han cobrado su paga, os lo aseguro.
Tú, en cambio, cuando quieras rezar, echa la llave y rézale a tu Padre que está
ahí en lo escondido; Tu Padre que ve lo escondido te recompensará” (Mt. 6,
5-6).
Caridad
La fuente de la caridad perfecta es la
Eucaristía. La fuente de la caridad que
nunca se agota ni se cansa es la Eucaristía. En ella contrastamos nuestros
personales egoísmos con las grandes carencias que existen en el mundo que nos
rodea. Cada día que pasa es una oportunidad que Dios nos da para ofrecer algo o
parte de la riqueza material o personal que podemos tener cada uno de nosotros.
Hay dos
dimensiones que nunca podemos olvidar al celebrar la eucaristía: la caridad
hacia Dios y la caridad hacia los hermanos. Amar a Dios con todo el corazón y
con toda nuestra alma es subirse al trampolín, para saltar y amar, aunque se
nos haga duro y a veces imposible, a los más próximos a nosotros. Y, esos
próximos, ¡qué lejos los tenemos muchas veces del corazón y qué cerca
físicamente! Hoy, de todas maneras, está más de moda mirar
horizontalmente al hombre que verticalmente acordarnos de que Dios existe.
«Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores,
que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto.
Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De
igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un
samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y,
cercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole
sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día
siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: “Cuida de él y,
si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva.” ¿Quién de estos tres te parece
que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» El dijo: «El que
practicó la misericordia con él». Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo».
Escucha
Cuando
Dios habla no nos da simple información: se nos revela. Su Palabra es un
escáner por el que vamos conociendo el corazón de Dios, sus sentimientos, sus
pensamientos y, también, lo qué tiene pensado para cada uno de nosotros. Lo qué
quiere de cada uno de nosotros.
El Antiguo
Testamento nos prepara a la venida de Cristo. Las epístolas u otras lecturas
nos ofrecen las reflexiones de San Pablo y de otros contemporáneos sobre
Jesucristo, su vida y su mensaje. El Evangelio nos da la clave de cada
encuentro eucarístico. Es el punto culminante de toda la Liturgia de la
Palabra. Es en este momento, cuando puestos de pie rendimos homenaje presente
en la Palabra.
Le
reclamaba una vez por la noche al Señor: – “¿Por qué Señor no me escuchas?, si
cada noche te hablo…” – “¿Por qué Señor no me atiendes?, cuando en cada momento
te pido…” – “¿Por qué Señor no te veo?, si oro constantemente…” – “En esta
noche Señor hablo y hablo contigo, mas no siento tu presencia, ¿por qué Señor
no me tomas en cuenta? A lo que Dios contestó: – “Cada noche escucho tu
clamor, cada noche trato de atender, cada noche trato de hacerme ver delante de
ti, y quisiera cumplir tus deseos. Pero me hablas y pides muchas cosas, las
cuales escucho con atención, sin embargo, en cuanto terminas de agradecer y de
pedir lo que necesitas, terminas tu oración, sin darme oportunidad de hablar”
Una
conversación es un diálogo entre dos, muchas veces hablamos con Dios pero no
nos damos un tiempo para escuchar su voz. ¿Alguna vez has tratado de hablar con
alguien que no te deja decir ni una sola palabra? Pues bien, Dios quiere hacernos escuchar su voz y para
eso necesita que le des la oportunidad de hacerlo, y solo entonces, al escuchar
su voz y guardar silencio por un momento, tu oración será completa, y Dios
cumplirá su promesa de darte todo aquello que pidas con fe.
Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el que
oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo
sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El
que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe
con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando
se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumba
enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra,
pero los preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la
Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que
oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro
sesenta, otro treinta.
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