Epifanía del Señor
Benedicto XVI, pp.
Benedicto XVI, pp.
Queridos hermanos y hermanas:
La solemnidad de la Epifanía
celebra la manifestación de Cristo a
los Magos, acontecimiento al que
san Mateo da gran relieve (cf. Mt 2,1-12). Narra en su evangelio que algunos
«Magos» llegaron a Jerusalén guiados por una «estrella», un fenómeno celeste
luminoso que interpretaron como señal del nacimiento de un nuevo rey de los
judíos. Nadie en la ciudad sabía nada; más aún, Herodes, el rey que ocupaba el
trono, se turbó fuertemente con la noticia y concibió el trágico plan de la
«matanza de los inocentes» para eliminar al rival recién nacido.
Los Magos, en cambio, se fiaron
de las sagradas Escrituras, en particular de la profecía de Miqueas, según
la cual el Mesías nacería en Belén, la ciudad de David, situada aproximadamente
diez kilómetros al sur de Jerusalén (cf. Mi 5,1). Al ponerse en camino en esa
dirección, vieron de nuevo la estrella y, llenos de alegría, la siguieron hasta
que se detuvo encima de una cabaña. Entraron y encontraron al Niño con María; se postraron ante él y, rindiendo homenaje a su dignidad real, le
ofrecieron oro, incienso y mirra.
¿Por qué este acontecimiento es tan
importante? Porque con él comenzó a realizarse la adhesión de los pueblos
paganos a la fe en Cristo, según la promesa hecha por Dios a Abraham, que nos
refiere el libro del Génesis: «Por ti serán bendecidos todos los linajes de la
tierra» (Gn 12,3). Por tanto, si María, José y los pastores de Belén
representan al pueblo de Israel que acogió al Señor, los Magos son, en cambio,
las primicias de los gentiles, llamados también ellos a formar parte de la
Iglesia, nuevo pueblo de Dios, que ya no se basa en la homogeneidad étnica,
lingüística o cultural, sino sólo en la fe común en Jesús, Hijo de Dios. Por
eso, la Epifanía de Cristo es al mismo
tiempo epifanía de la Iglesia, es decir, manifestación de su vocación y
misión universal.
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