Reflexiones
sobre la Fe.- 3.
Con estas frases extraídas del Catecismo
podemos resumir nuestra fe en la Trinidad: “No confesamos tres dioses sino
un solo Dios en tres personas. “El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo
mismo que es el Padre; el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es
decir, un solo Dios por naturaleza”. Y, a la vez, afirmamos: “El que es el Hijo
no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que
el Padre o el Hijo”. (Catecismo, cf. 253, 254).
La
aceptación de los misterios de la Trinidad Beatísima, de la
Encarnación del Hijo de Dios, de la vida divina en nosotros, de la venida del
Espíritu Santo, de la resurrección de los muertos, es el primer paso para que
la acción redentora de la Gracia, la participación en la naturaleza divina,
comience a germinar en nuestro espíritu,
y la realidad de la nueva criatura en Cristo inicie su configuración en
nuestro ser, en el yo personal de cada cristiano.
La Escritura nos lo dice
brevemente y con claridad: "El
justo vive de la fe" (Rom, 5, 1). La fe recibida en la
inteligencia no limita su acción a la mente del hombre; ha de convertirse en
vida. La fe afecta a la integridad de la persona; no se reduce a una mera
información acerca de una verdad o a un conocimiento más amplio y profundo de
una verdad de la que ya teníamos una cierta noticia.
La indicación de Cristo a
los discípulos no deja lugar a dudas: "Si guardáis fieles mi enseñanza,
perteneceréis a mis verdaderos discípulos. Y conoceréis la verdad, y la verdad
os hará libres" (Jn 8, 31-32).
De nada sirve que nuestra
mente sea iluminada con las verdades eternas si nuestro vivir no se convierte
en reflejo de la luz recibida. "¿Tú crees que Dios es uno?”, se pregunta
el apóstol Santiago, y añade: "Haces bien. También los demonios creen, y
se estremecen" (Jac 2, 19).
La Verdad de Dios, que es
Cristo, hace posible, y es, el fundamento de cualquier otra verdad, y sin la
cual, el campo de la inteligencia humana se reduce a la comprobación
experimental, si acaso científica de los hechos, sin penetrar jamás ni en el por
qué ni en el para qué de las personas y de los universos, de todo lo que
acontece, de todo lo que existe.
La Verdad de Cristo recibida
en la fe, y aceptada en el acto de fe, lleva al hombre a reconocerse en toda su
identidad como criatura. La sabiduría germina en la posición del espíritu que
se reconoce "creado a imagen y semejanza de Dios, hijo suyo, y llamado a
participar, de alguna forma, en la naturaleza divina".
Este desarrollo del germinar
de la fe, va en cierto modo paralelo al descubrimiento de la grandeza de Dios,
de la Verdad de Cristo, "en quien se hallan encerrados todos los tesoros
de la sabiduría y de la ciencia" (Col 2, 3). De esta forma, por la fe, habitará Cristo en nuestros corazones y
seremos capaces de comprender "con todos los santos cuál es la anchura y
longitud, y altura y profundidad del misterio de Cristo" (Ef 3, 18).
A este crecer en la fe se
corresponde, en el corazón del creyente, una relación personal con Dios y, por tanto, el deseo de adorar.
Adorar no es ningún acto de vasallaje ni de humillación de la criatura, sino la
realización plena de la sabiduría. Adorar es gozar en el amor de la persona
amada de la verdad descubierta, conscientes de que ese amor es el que da
significado, sentido y contenido a nuestra vida, que en la fe descubre su
propia verdad.
Adorar a Dios, que es
encontrar nuestro lugar ante Él, por la fe, nos lleva a encontrar nuestro lugar
en el mundo, entre los hombres y las mujeres que nos rodean, en la tarea que
desarrollamos.
Cuestionario
· Cuando estoy en adoración ante Cristo
Eucaristía, ¿renuevo mi fe en su Presencia Real Sacramental?
· ¿Me doy cuenta de que es la acción del Espíritu Santo en mi alma, la que me
mueve a arrodillarme ante el Santísimo Sacramento?
* ¿Procuro leer con
frecuencia el Nuevo Testamento, para encontrarme con Jesucristo, y conocer
mejor su vida?
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