MARÍA, PRIMER
FRUTO DE LA REDENCIÓN
La fiesta de la Inmaculada brilla con esplendor de
cielo azul. Un cielo limpio
en el que brilla el sol de la pureza y de la gracia. La fiesta de la Inmaculada
llena de alegría el alma del pueblo cristiano. Ella anuncia la cercanía de la
redención, que viene a traer al mundo el Hijo de sus entrañas, Jesucristo, que nacerá
en la nochebuena como fruto bendito de su vientre virginal.
María es el primer fruto de la redención,
porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho
hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y
santidad. Vale la pena mirar a María
continuamente, pero más todavía
cuando llegan sus fiestas, y de manera singular esta fiesta de la Inmaculada.
En un mundo como el nuestro, la vieja Europa nuestra que ignora sus raíces cristianas, va creciendo el ateísmo
militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, en una "apostasía silenciosa"
generalizada, como decía san Juan Pablo II. Todo ello es fruto del pecado, del egoísmo en todas
sus formas. Injusticias, corrupción, desprecio de la vida y de los derechos
humanos, odios, guerras. El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad. En medio de todo ese estiércol ha brotado
una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Es un
balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo mirar a María, la Purísima,
la concebida sin pecado, la llena de gracia. Nosotros que somos pecadores, y
que no somos capaces de salir de nuestro pecado por nuestras solas fuerzas, al
mirarla a ella sentimos el alivio de la gracia, que en ella resplandece con
toda plenitud. El corazón se nos llena de esperanza. Nosotros hemos nacido en
pecado, el pecado original, y el bautismo nos ha librado de la muerte eterna,
haciéndonos hijos de Dios. En nosotros permanece la inclinación al pecado, el
atractivo del pecado (la concupiscencia, que no es pecado, pero procede del
pecado e inclina al pecado). María, sin embargo ha sido librada de todo pecado antes
de cometerlo. Ni siquiera el pecado original ha tenido lugar en ella. Ni
tampoco sombra alguna de pecado personal mortal o venial, ni la más mínima
connaturalidad con el pecado.
"El pecado más grande de nuestros días
es la pérdida del sentido del pecado", decía hace poco el papa
Francisco recordando esta misma expresión del papa Pío XII. Ciertamente, es
necesario contemplar la belleza de María para sentirnos atraídos por esa meta a
la que Dios quiere llevarnos: libres de todo pecado y llenos de gracia y
santidad. Y esta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización:
la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María
resplandece plenamente. Muchos de
nuestros contemporáneos han perdido el sentido de Dios, andan perdidos
entre los afanes de este mundo, desnortados sin saber a dónde dirigir sus
pasos, esclavos de tantas torceduras del corazón humano, víctimas de sus propios vicios que aíslan y encierran a la persona en
sí misma y la incapacitan para amar. Todas estas y muchas más son las
consecuencias del pecado, del alejamiento de Dios. Muchos incluso han perdido
el sentido del pecado, porque su vida no hace referencia a Dios para nada.
Muchos viven en esas periferias existenciales, lejos de la casa de Dios, y al encontrarse con María recuperan el
sentido de lo bello, la verdad de la vida, la fuerza para realizar el bien.
La fiesta de la Inmaculada quiere
traernos a todos esta buena noticia.
Por la encarnación redentora de su Hijo divino Jesucristo, por su muerte y
resurrección, se nos han abierto de par en par las puertas del cielo. Es posible la esperanza, es posible otra
forma de vida, es posible amar y salir de uno mismo para entregarse a los
demás, es posible la vida de gracia y santidad. Más aún, hemos nacido para eso.
Y si alguna vez nos viene la duda o se oscurece el horizonte, levantemos los
ojos a María Santísima, la llena de gracia, la toda limpia, la Purísima.
Que el Señor os conceda a todos una
profunda renovación en este Año de la misericordia, que en el día de la
Inmaculada es abierto para toda la Iglesia.
Recibid
mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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