«…BENDITO EL FRUTO DE
TU VIENTRE »
Lc. 1,39-45
En
aquellos días, María se puso en camino y fue de prisa hacia la montaña, a una
ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en
cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó
Isabel de Espíritu Santo y, levantando
la voz, exclamó:
«¡Bendita
tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién
soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó
a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el
Señor se cumplirá».
Otras Lecturas: Miqueas 5, 1-4a; Salmo 79; Hebreos
10,5-10
LECTIO:
Esta
escena del evangelio es el pórtico a la celebración del
Misterio de la Natividad del Señor. Hoy la protagonista es
ella, la madre de Jesús, María.
“En aquellos días” María ya había recibido la visita del ángel
Gabriel, “en aquellos días” María ya
sabía que Dios la había elegido para ser la madre del Salvador. El que María estuviera viviendo unos días tan absolutamente
especiales no le impidieron olvidarse de sí misma y pensar en los demás. María,
“en aquellos días”, tuvo
noticias de que su prima Isabel había concebido un niño.
No lo pensó dos veces, “se puso en camino y fue aprisa”. Cuando se trata de servir a los demás no hay que perder mucho tiempo en
pensar si será adecuado, si acogerán bien nuestro servicio… María actúa con
determinación.
El
camino que tuvo que hacer María no fue nada fácil. Cuando llega a su destino se
produce el encuentro con Isabel y Zacarías. La sorpresa de
Isabel ante esta visita manifiesta la sorpresa humana que se produce cuando nos
sentimos visitados por Dios. Alguna vez es posible que hayamos pensado como
Isabel: Señor, pero si soy tan poca cosa, ¿cómo te vas a
fijar en mí?
¿Por qué María actuó así? María
ha actuado así porque es una mujer de fe. Es una mujer que se ha fiado
absolutamente de Dios. Y el que se fía, el que cree, lleva la alegría consigo: “dichosa tú”.
Y la profunda fe junto con la alegría te lleva a darte, a
entregarte a los demás, como hizo María, mujer admirable de quien tenemos tanto
que aprender.
MEDITATIO:
En el modo como María se comporta con la
Palabra de Dios, Lucas ve la actitud que hemos de tener al entrar en contacto
con la Palabra: acogerla, encarnarla, interiorizarla, rumiarla, hacerla nacer y
crecer, dejarse plasmar por ella, aunque, a veces, no entendamos y nos haga
sufrir. ¿Es así como tú la acoges, son estas tus actitudes?
Lucas pone el acento en la
prontitud de María para responder a las exigencias de la Palabra de Dios. El
ángel le anuncia… Ella se pone en camino, sale de casa para ayudar a una
persona que tiene necesidad. María recibe la Palabra y la pone en práctica. ¿Es
así tu respuesta ante las necesidad de los demás? ¿Qué tienes que aprender?
“Bienaventurada la que ha
creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá”.
Este es el mensaje: creer en la Palabra de
Dios que tiene la fuerza de realizar lo que nos dice. Es la Palabra que crea,
que genera vida.
■ ¿Crees, en verdad, en la Palabra de Dios?
¿Tú palabra crea y genera vida?
María comienza proclamando
el cambio realizado en su vida bajo la mirada misericordiosa de Dios. Por eso,
canta feliz:
“Proclama mi alma la
grandeza del Señor…”
■ ¿Alabas y agradeces a Dios todo lo bueno
que hace y pone en ti? ¿Eres capaz de reconocer y alabar lo bueno de las
personas que te rodean?
ORATIO:
Has salido a mi encuentro, Señor Jesús, y
me has concedido la gracia de conocerte. Llevado por la Iglesia, como por María
tu madre, me has visitado y me has dado la fe. Gracias, Señor.
Quiero
proclamar tu fuerza y tu poder,
todo lo
que has hecho en María y en mí.
Elijes
lo pobre y lo sencillo:
para
construir tus planes infinitos.
«Mi alma glorifica al
Señor»: mientras vamos preparándonos a
celebrar tu nacimiento, concédenos reconocernos todos en las palabras de María,
contar lo que el Padre sigue haciendo hoy con los humildes que le temen.
CONTEMPLATIO:
María,
“la madre de mi Señor” Para los seguidores de Jesús, María
es, antes que nada, la Madre de nuestro Señor. Éste es el punto de partida de
toda su grandeza. Ella nos ofrece a Jesús.
María, la creyente. María es grande
por haber acogido con fe la llamada de Dios a ser Madre del Salvador. Ha sabido
escuchar a Dios; ha guardado su Palabra dentro de su corazón; la ha meditado;
la ha puesto en práctica cumpliendo fielmente su vocación.
María, la evangelizadora. María ofrece a
todos la salvación de Dios que ha acogido en su propio Hijo. Ésa es su gran
misión y servicio. María evangeliza porque allá a donde va lleva consigo la
persona de Jesús y su Espíritu. Esto es lo esencial del acto evangelizador.
María, portadora de alegría. El saludo de María
contagia la alegría que brota de su Hijo Jesús. Ella ha sido la primera en
escuchar la invitación de Dios: “Alégrate…
el Señor está contigo”. Ahora, desde una actitud de servicio, ayuda a
quienes la necesitan.
María irradia la Buena Noticia de Jesús,
el Cristo, al que siempre lleva consigo. Ella es para la Iglesia el mejor
modelo de una evangelización gozosa.
Nos vamos acercando al verdadero Acontecimiento que ha marcado la historia de los hombres, ese día en el que Dios dejó de enviarnos más mensajeros para hacerse Él mismo mensaje y mensajero a la vez. Portador y portavoz de un proyecto amoroso por el que volvía a estrenar el ensueño truncado y fallido por el mal uso de la libertad de los hombres. Eso fue la pascua de su Natividad, gozne verdadero entre la pascua de la Creación y la pascua de la Resurrección.
ResponderEliminarPero en este cuarto domingo de Adviento, escala última antes de Navidad, se nos presenta a María como contrapunto de obediencia y fidelidad. Hay formas de “respetar” a Dios, que en el fondo son maneras elegantes de tenerle bajo control para que no influya ni modifique nuestra vida real. Era la pretensión del rey Acaz: no quería “tentar” a Dios, ni importunarle, dejándole donde estaba en su nimbo de nubes y en sus divinas la¬bores. Pero el profeta no aplaudirá este respeto que en el fondo desprecia, esta veneración que termina ignorando. También a nosotros se nos ha anunciado esta Buena noticia prome¬tida: Dios sin dejar de ser el Altísimo, será un Dios-con-nosotros, un Dios que ha querido acam¬parse en nuestro suelo, hablar nuestro lenguaje, sufrir en nuestros do¬lores y brindar en nuestros gozos.
Si fuera Dios pero no estuviese con noso¬tros, sería una divinidad lejana, opresora o inútil. Si estuviera con-nosotros pero no fuese Dios, estaríamos ante alguien bondadoso, mas incapaz de acceder a los entresijos de nuestro corazón y de nuestra his¬toria, en donde nuestra felicidad se hace o se deshace. Él es Dios y con-nosotros para que nosotros estemos con Él y con cuantos Él ama, para que podamos estar hasta con nosotros mismos, sin censura acalladora y sin traición reductora de cuanto nos constituye. En este horizonte aparece María, como alguien que se fió de Dios, que le dejó ser Dios (tremendo misterio de nuestra libertad humana y de la condescendencia divina), consintiendo que su Palabra eterna se hiciera biográfica en la entraña de su historia de mujer creyente. María co-protagonizó el primer Adviento y recibió la misión al pie de la cruz de co-protagonizar todos los Advientos desde su intercesión maternal hacia los hermanos de su Hijo.
Debemos descubrir que jamás molestamos a un Dios que ha querido amarnos hasta ser-estar con nosotros. Y pedimos que nos conceda tratarnos entre nosotros como somos tratados por Él: que acogiendo y contemplando al Dios-con-nosotros, podamos a nuestra vez ser también hermanos-entre-hermanos.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Obispo de Oviedo