MARÍA EN EL NACIMIENTO DE JESÚS
A
la invitación del ángel los pastores responden con entusiasmo y prontitud:
«Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha
manifestado» (Lc 2,15).
Su búsqueda tiene éxito: «Encontraron a
María y a José, y al niño» (Lc 2,16).
Como nos recuerda el Concilio, «la Madre de Dios muestra con alegría a los
pastores (...) a su Hijo primogénito»
(LG
57). Es el acontecimiento decisivo para su vida.
El deseo espontáneo de los pastores de
referir «lo que les habían dicho acerca de aquel niño» (Lc 2,17), después de la admirable experiencia del
encuentro con la Madre y su Hijo, sugiere a los evangelizadores de todos los
tiempos la importancia, más aún, la necesidad de una profunda relación
espiritual con María, que permita conocer mejor a Jesús y convertirse en
heraldos jubilosos de su Evangelio de salvación.
Frente
a estos acontecimientos extraordinarios, san Lucas nos dice que María
«guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19).
Mientras los pastores pasan del miedo a la admiración y a la alabanza, la
Virgen, gracias a su fe, mantiene vivo el recuerdo de los acontecimientos
relativos a su Hijo y los profundiza con el método de la meditación en su
corazón, o sea, en el núcleo más íntimo de su persona. De ese
modo, ella sugiere a otra madre, la Iglesia, que privilegie el don y el
compromiso de la contemplación y de la reflexión teológica, para poder acoger el misterio de la salvación,
comprenderlo más y anunciarlo con mayor impulso a los hombres de todos los
tiempos.
San Juan Pablo II, pp
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