Llega la Navidad
Se
acercan los días santos de la Navidad. Días
de gozo y salvación, porque la Madre de Dios nos da a luz al Hijo eterno de
Dios hecho hombre en sus entrañas virginales, permaneciendo
virgen para siempre. El Hijo es Dios y la madre es virgen, dos aspectos de la
misma realidad, que hacen resplandecer el misterio en la noche de la historia
humana. La
Iglesia nos invita en estos días santos a vivir con María santísima estos
acontecimientos.
El nacimiento de una nueva criatura es
siempre motivo de gozo. El Hijo de Dios ha querido entrar en la historia
humana, no por el camino solemne de una victoria
triunfal. Podría haberlo hecho, puesto que es el Rey del universo. Pero no. Él
ha venido por el
camino de la humildad, que incluye pobreza,
marginación y desprecio, anonimato, ocultamiento, etc. Y por este camino quiere
ser encontrado. Hacerse como niño, hacerse pequeño, buscar el último puesto, pasar
desapercibido... son las primeras actitudes que nos enseña la Navidad. Para acoger a Jesús, él busca corazones humildes,
sencillos y limpios, como el corazón de su madre María y del hace las veces de
padre, José.
El misterio de la Encarnación del Hijo que
se hace hombre lleva consigo la solidaridad que brota de este misterio. "El Hijo de Dios por su encarnación se ha unido
de alguna manera con cada hombre" (GS 22), nos recuerda el Vaticano II. El
misterio de la Encarnación se prolonga en cada hombre, ahí está Jesús. Y sobre
todo se prolonga en los pobres y necesitados de nuestro mundo. Con ellos ha
querido identificarse Jesús para reclamar de nosotros la compasión y la
misericordia.
El anuncio de este acontecimiento produce alegría. Es la alegría de la Navidad. Pero no se trata del
bullicio que se forma para provocar el consumo, no. Se trata de la alegría que
brota de dentro, de tener a Dios con nosotros, de estar en paz con El y con los
hermanos. Nadie tiene mayor motivo para la alegría verdadera que el creyente,
el que acoge a Jesús con todo el cariño de su corazón. Pero al mismo tiempo, el
creyente debe estar alerta para que no le roben la alegría verdadera a cambio
de un sucedáneo cualquiera.
Viene Jesús cargado de misericordia en este Año
jubilar. Viene para aliviar nuestros cansancios, para
estimular nuestro deseo de evangelizar a todos, para repartir el perdón de Dios a raudales a todo el
que se acerque arrepentido. Mirándonos a nosotros
mismos muchas veces pensamos que en mi vida ya no puede cambiar nada y que en
el mundo poco puede cambiar cuando hay tantos intereses en juego.
Sin embargo, la venida de Jesús, su venida
en este Año de la misericordia es un motivo intenso de esperanza y es un
estímulo para la conversión. Yo puedo cambiar, tú puedes cambiar, el mundo
puede cambiar. Jesús viene a eso, a cambiarlo y renovarlo todo, para acercarnos
más a él y a los demás. Se trata de esperarlo, de desearlo, de pedirlo
insistentemente. El milagro puede producirse. La navidad es novedad.
Que al saludarnos y desearnos santa Navidad, feliz
Navidad, convirtamos el deseo en oración. El mundo
actual vive serios conflictos, que pueden destruirnos a todos. Jesucristo viene como
príncipe de la paz, con poder sanador para
nuestros corazones rotos por el pecado y el egoísmo. Acudamos hasta su pesebre
para adorarlo. Él nos hará humildes y
generosos. Él nos llenará el corazón de inmensa alegría, como llenó el corazón
de los pastores y de los magos, que le trajeron regalos. Con María santísima
vivamos estos días preciosos de la Navidad.
Recibid
mi afecto y mi bendición:
+
Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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