«… VIENE
EL QUE PUEDE MÁS QUE YO…»
Lc. 3,10-18
En aquel tiempo, la gente
preguntaba a Juan: «¿Entonces, qué hacemos?» Él contestó: «El que tenga
dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida,
haga lo mismo.»
Vinieron también a bautizarse unos
publicanos y le preguntaron: «Maestro, ¿qué hacemos nosotros?» Él les
contestó: «No exijáis más de lo establecido.»
Unos militares le preguntaron: «¿Qué
hacemos nosotros?» Él les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis
de nadie, sino contentaos con la paga.»
El pueblo estaba
en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la
palabra y dijo a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más
que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu
Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su
trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.»
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al
pueblo y le anunciaba el Evangelio.
Otras Lecturas: Sofonías 3, 14-918a; Salmo Isaías 12,2-6;
Filipenses 4,4-7
LECTIO:
Si
a los publicanos y militares Juan les había pedido que no estafaran y que no
abusaran de nadie, a la gente le pide que
compartan. Si con una túnica tienes suficiente, hay otro hermano que ni
siquiera tiene una. A nosotros, hoy, este mensaje del compartir y del ser
solidario nos afecta directamente.
Un detalle de este evangelio es que la gente, el pueblo, estaba expectante. Esperaba
no una época de bonanza económica o de prosperidad política, esta gente
esperaba al Mesías.
Deseaban que llegara este enviado de Dios.
¿Tenemos
nosotros ese mismo deseo de encontrarnos con Jesús?
Ellos, confundieron al Bautista con el Mesías. Juan será un hombre humilde y
reconocerá que él solo es quien prepara el camino al Mesías.
Ojalá que en nosotros también esté el deseo de encontrarnos
cada día con Jesús, que no olvidemos que también cada uno debemos hacer nuestro
camino de conversión.
Es necesario,
urgente e indispensable que ayudemos con nuestra oración, con nuestro tiempo,
con nuestros bienes, con nuestras capacidades y valores a remediar la indigencia,
necesidades, soledad… de tantos semejantes nuestros. Éste será, no el
único, pero sí un precioso fruto de nuestra conversión y de nuestro amor a
Jesús.
MEDITATIO:
La predicación del Bautista sacudió la
conciencia de muchos. Estaba diciendo en voz alta lo que muchos sentían en su
corazón: era necesario cambiar, volver a Dios, prepararse para acoger al
Mesías.
“… ¿qué debemos hacer?”
La Palabra de este domingo invita a vivir con alegría y señala el camino para
encontrarse con Jesús. Con Él llegará el ánimo de vivir, el entusiasmo por
Jesús, la fascinación de estar en su compañía, el gozo y la alegría de la
“Buena Nueva”, anunciada por Juan y traída por Jesús.
■ ¿Cómo vivo los valores que Juan dice de cómo
ser honesto, no exigir, contentarte con lo que tienes, ser generoso, acompañar…?
■ En
la misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama.
Él da todo sí mismo gratuitamente y sin pedir nada a cambio… Él viene a
salvarnos de la condición de debilidad en la que vivimos. Su auxilio consiste
en permitirnos captar su presencia y cercanía. (Misericordiae
Vultus).
ORATIO:
La compasión no es lástima. No existe una
compasión que no se detenga. Si no te detienes no padeces con, no tienes la
divina compasión. No existe una compasión que no escuche. No existe una
compasión que no se solidarice con el otro.
La compasión no es silenciar el dolor, es
la lógica propia del amor, el padecer con. No se centra en el miedo sino en la
libertad que nace de amar y pone el bien del otro sobre todas las cosas.
…te
pedimos que la esperanza nos ayude a afrontar
el duro
combate diario de la fe. Acrecienta nuestro ánimo,
robustece
nuestra valentía…
La compasión nace de no tener miedo de
acercarse al dolor de nuestra gente. Aunque muchas veces no sea más que estar a
su lado y hacer de ese momento una oportunidad de oración.
CONTEMPLATIO:
¿Qué podemos hacer nosotros para
acoger a Cristo en medio de esta
sociedad en crisis?
Podemos
esforzarnos más en dejar nuestra pasividad
y conocer lo que está pasando, no tolerar la mentira o el encubrimiento de la
verdad. Conocer y acompañar el sufrimiento que se está generando de manera
injusta entre nosotros.
Podemos
dar pasos hacia una vida más sobria para compartir con los más
necesitados tantas cosas que tenemos y no necesitamos para vivir. Hacernos más sensibles
al sufrimiento de la gente, crecer en solidaridad… Esta será nuestra manera de
acoger con más verdad a Cristo en nuestras vidas.
■…
Si se considera necesario algo un poco más severo con el fin de
corregir los vicios o mantener la caridad, no abandones en seguida sobrecogido
de temor, el camino de
la salvación, forzosamente ha de iniciarse con un comienzo estrecho.
Mas, al progresar en la vida monástica y
en la fe, ensanchado el corazón por la dulzura de un amor inefable, vuela el
alma por el camino de los mandamientos de Dios (Benito de Nursia).
Fue como una extraña lotería que tocó sin haber jugado, sin merecerla, pero que tuvo tino. Y explotó una alegría regalada y sin fecha de caducidad. Todos los profetas que en el mundo han sido, han sufrido el vértigo de anunciar esperanza a un pueblo desesperanzado; anunciar alegría, a gentes resignadas a tristeza y luto: ¿veis el desierto y los yermos, el páramo y la estepa? Pues florecerán como el narciso, y sonreirán con un gozo verdadero. ¿Os abruma la soledad, que vuestra situación no hay nada ni nadie que la pueda cambiar?
ResponderEliminarPues no pactéis con la tristeza y que el miedo no llene vuestro corazón, sed fuertes, no temáis: vuestro Dios viene en persona, para resarciros y salvaros. Y como quien está ciego y vuelve a la luz, como quien renquea de cojera y salta cual cervatillo, como mudo amilanado que consigue cantar... así veréis terminar vuestro destierro, soledad, tristeza, pesadumbre..., y volveréis a vuestra tierra como rescatados del Señor.
Esta explosión de vida que tiene la huella creadora el único Hacedor, se prolonga en el evangelio: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, a los pobres se les anuncia la Buena Noticia.
La alegría profetizada por Isaías encontrará su plenitud en Jesús. Cada uno tendrá que reconocer cuáles son sus desiertos, sus yermos, sus páramos; y poner biográficamente nombre a la ceguera, la sordera, la cojera o la mudez que nos embargan. Pero es en toda esa situación donde hemos de esperar a quien viene para rescatarnos de la muerte, de la tristeza, del fatalismo.
Somos llamados a testimoniar ante el mundo esa alegría que nos ha acontecido, que se ha hecho también para nosotros el Rostro, la Carne y la Historia de Jesucristo: id y anunciad no las fantasías que se os ocurran, sino lo que estáis viendo y oyendo. Así hicieron los primeros cristianos, y así transformaron ya una vez el mundo.
Entonces la alegría deja de ser un lujo conquistado o un pose fingido, y se convierte en una urgencia, en una evangelización, en un catecismo. Esta es la alegría que esperamos y que se nos dará por quien está viniendo. Una alegría que no nos podrán arrebatar, como ya profetizó Cristo. La alegría que consiste en reconocer ese factor nuevo que se ha introducido en la historia, que permite ver las cosas de modo distinto, y abrazarlas, y disponerse de la mejor manera para llegar a cambiarlas. Ese factor se llama gracia, y tiene el nombre y el rostro de quien nos la da: Jesús el esperado, Jesús el que vino, Jesús el que volverá sin haber dejado nunca nuestro camino.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo