« EL QUE PERMANECE EN MI DA FRUTO ABUNDANTE…»
Jn. 15.1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento
que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé
más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado;
permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por
sí, si no permanece en la vid, así tampoco
vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da
fruto abundante; porque
sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento,
y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí y mis
palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto
recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.
Otras
Lecturas: Hechos 9,26-31; Salmo 21; 1Juan 3,18-24
LECTIO:
La alegoría de la vid es muy común en la tradición profética de
Israel. Servía para designar el pueblo de Israel, como pueblo elegido por Dios.
En boca de Jesús, esta alegoría afirma
que Él es la verdadera viña. Que el verdadero pueblo ya no es Israel, sino la comunidad fundada por
Jesús: a ella estamos llamados todos los hombres.
Jesús es la vid que el Padre cuida con
esmero y dedicación: corta las ramas que no dan fruto y poda las ramas
fructíferas, para que den más fruto. El Padre poda a los que ama. Corta
nuestros brotes malignos: soberbia, comodidad, envidia… Nos poda por medio de
los demás: los que nos critican, siembran injusticias, hacen sufrir al prójimo…
somos podados por las cruces que la vida y los demás nos ponen encima. El
seguimiento de Jesús exige renuncia: “si alguno quiere venir detrás de mi…”
La unión con Jesús es necesaria para
que las ramas produzcan frutos. La
imagen de la vid y los sarmientos nos ayuda a comprender la unión íntima entre
el Señor y sus discípulos. De la misma manera que las ramas
están unidas al tronco y recibe la savia de él y así es capaz de mantenerse
viva y dar fruto, el
cristiano no puede vivir sin Cristo, sin estar unido íntimamente a Él.
Esta unión íntima se manifiesta en la oración, en el trato
personal con Jesús en un diálogo de amigo a amigo, y, sobre todo, en la vida
sacramental. En los sacramentos, especialmente en la Eucaristía el Señor nos
ofrece la savia que vivifica y santifica nuestro ser cristiano.
Nuestra unidad no es fruto del esfuerzo humano sino que nos
viene del mismo Jesús que nos une en un mismo amor. Por eso, el mandamiento
principal es: Amar, como Él nos amó. Si somos uno en Cristo, estamos llamados a
expresar un mismo amor en Él.
MEDITATIO:
Nuestra
primera tarea hoy y siempre es “permanecer” en la vid, no vivir desconectados
de Jesús, no quedarnos sin savia. Hemos de esforzarnos para que las palabras de
Jesús permanezcan en nosotros. “El que permanece en mí…”
■ Permanecer en Él es vivir en sintonía con la
Palabra, hacer de ella la norma de tu vida, vivir el amor fraterno en verdad,
preocuparte por el que pasa necesidad, está solo…
■ Jesús nos
ha dicho que si no estamos unidos a la vid no tenemos vida, no damos fruto. La oración intensifica esta unión. La oración te
hace estar unido a Él, que se produzca un flujo de Él a ti y de ti a Él. La
oración te va adentrando en una
identificación con Jesús tal que puedas exclamar: “Vivo yo, pero no soy yo
quien vive, es Cristo quien vive en mí”.
■ Si no se poda,
la vid crece demasiado desordenadamente y los frutos que da no son buenos. Así en tu vida
tienes que quitar cosas que estorban y no te hacen crecer, que te dispersan… ¿Te das cuenta de algo en
especial que debes cambiar y por tanto dejarte podar por el Señor? ¿Reconoces
qué te pide el Señor para que tu vida de fe sea más fecunda, vivencial y
testimonial?
ORATIO:
Ayúdame, Señor, a permanecer en Ti, a unirme
a Ti, a dejar que pase tu savia de vida y de amor por mí. Tú sabes de mis
flaquezas, de mis debilidades… que impiden tu trabajo de poda en mí. Poda sin
miedo, Señor.
Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador.
Deseo dar fruto, ofrecer vida, deseo ser
rostro humano y cercano del Padre, aunque sea muy confusa su imagen en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos;
Deseo, Señor, que en mí te vean y yo sepa
verte en ellos, deseo ser sarmiento que se prolongue desde Dios a mis hermanos
los hombres.
CONTEMPLATIO:
“Yo soy la vid…sin mi no puedes hacer nada…”
¿Cómo te sientes? ¿Cómo acoges su Palabra?
¿Qué va a cambiar en ti? Es más fácil de lo que piensas separarte de la vid, de
que se rompa tu unión vital con el Señor. A veces esta ruptura se va dando poco
a poco, sin que apenas te des cuenta.
“el que permanece en mí y yo en él, ese da
fruto abundante;
”
El fruto del que habla es una vida santa,
una vida de plenitud humana y cristiana, una vida que ha desarrollado todas sus
potencialidades, una vida de hijos de Dios. Dar fruto significa vivir así y
ayudar a los demás a que lo hagan también. Ayudar a otras personas es dar fruto
de verdad.
Los primeros domingos de Pascua han subrayado con una insistencia “demostrativa” que efectivamente Jesús había resucitado, que la muerte no tenía dominio sobre Él, que ha sido muerta y vencida arrebatando así la palabra última sobre la vida. El domingo pasado veíamos cómo este Jesús resucitado es el Pastor bueno que nos conoce y nos conduce hasta el redil eterno de la casa del Padre. Este domingo, nos habla de la vinculación que existe entre Él y cada uno de los cristianos, como un anticipo de lo que se nos dirá al llegar la solemnidad de la Ascensión del Señor. Efectivamente, cuando Jesús vuelva al Padre, dejará a los suyos el relevo de su propia carrera, la herencia de la misma misión que el Padre le confió a Él. Los cristianos podrán llevar adelante semejante encargo si permanecen unidos a su Señor. Así, en los pocos versículos de este Evangelio, aparece con nitidez repetitiva el argumento de fondo, casi un estribillo: dar fruto (6 veces), permanecer en Jesús (7 veces).
ResponderEliminarNo se trata simplemente de estar ocupados, de ser diligentes trabajadores, sino de estar y ser en una viña que no es nuestra sino del Señor, y actuando no en nombre propio sino en el Nombre de Dios. Este es el sentido que tiene ese gesto de enorme sencillez con el que empezamos casi todas las cosas los cristianos: “en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu...”.
Nos encontramos ante la prueba de fuego para discernir todo cuanto hacemos. Importa que sea mucho y que esté bien hecho, pero ésto no basta. Lo que nos dice Jesús en el Evangelio de la vid y los sarmientos es que la condición imprescindible para hacer un bien fecundo, para dar un fruto verdadero y abundante, es estar unidos a Él: “... permaneced en mi y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mi” (Jn 15,4). Este fue el consejo, la amable exhortación de Jesús en aquella cena última de adioses y confidencias. Y esto es lo que la larga historia cristiana atestigua a través de los mejores hijos de la Iglesia: los santos. Sólo quien hace las obras, quien dice las cosas en nombre de Jesús y unido a la Iglesia, puede dar fruto. Lo demás es ruido e incluso daño. Pero ¡qué hermoso y qué fecundo cuando nuestra palabra es eco de la Voz del Señor y cuando nuestras manos custodian el discreto hacer de Dios!
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo