Santa y piadosa es la idea de rezar por los muertos
de los Sermones de San Gregorio Nacianceno
de los Sermones de San Gregorio Nacianceno
¿Qué es el
hombre para que te ocupes de él? Un gran misterio me envuelve y me penetra. Pequeño soy
y, al mismo tiempo, grande, exiguo y sublime, mortal e inmortal, terreno y
celeste. Con Cristo soy sepultado, y con Cristo debo resucitar; estoy llamado a
ser coheredero de Cristo e hijo de Dios; llegaré incluso a ser Dios mismo.
Esto es lo que significa nuestro gran misterio; esto lo que Dios nos ha
concedido, y, para que nosotros lo alcancemos, quiso hacerse hombre; quiso ser
pobre, para levantar así la carne postrada y dar la incolumidad al hombre que
él mismo había creado a su imagen; así todos nosotros llegamos a ser uno en Cristo,
pues él ha querido que todos nosotros lleguemos a ser aquello mismo que él es
con toda perfección; así entre nosotros ya no hay distinción entre
hombres y mujeres, bárbaros
y escitas, esclavos y libres, es decir, no queda ya ningún residuo
ni discriminación de la carne, sino que brilla sólo en nosotros la imagen de
Dios, por quien y para quien hemos sido creados y a cuya semejanza estamos
plasmados y hechos, para que nos reconozcamos siempre como hechura suya.
¡Ojalá alcancemos un día aquello que esperamos de la gran magnificencia
y benignidad de nuestro Dios! Él pide
cosas insignificantes y promete, en cambio, grandes dones, tanto en este mundo
como en el futuro, a quienes lo aman sinceramente. Sufrámoslo, pues, todo por él y aguantémoslo todo esperando en él; démosle gracias por
todo (él sabe ciertamente que, con frecuencia, nuestros sufrimientos son un
instrumento de salvación); encomendémosle
nuestras vidas y las de aquellos que, habiendo vivido en otro tiempo con nosotros, nos han precedido ya en la morada
eterna.
¡Señor y hacedor de todo, y especialmente del ser
humano! ¡Dios, Padre y guía de los hombres
que creaste! ¡Árbitro de la vida y de la muerte! ¡Guardián y bienhechor de
nuestras almas! ¡Tú que lo realizas todo en su momento oportuno y, por tu Verbo,
vas llevando a su fin todas las cosas según la sublimidad de aquella sabiduría
tuya que todo lo sabe y todo lo penetra!...
…Dígnate también,
Señor, velar por nuestra vida, mientras moramos en este mundo, y, cuando
nos llegue el momento de dejarlo, haz que lleguemos a ti preparados por el
temor que tuvimos de ofenderte, aunque no ciertamente poseídos de terror. No
permitas, Señor, que en la hora de nuestra muerte, desesperados y sin
acordarnos de ti, nos sintamos como arrancados y expulsados de este mundo, como
suele acontecer con los hombres que viven entregados a los placeres de esta
vida, sino que, por el contrario, alegres y bien dispuestos, lleguemos a la
vida eterna y feliz, en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien sea la gloria por
los siglos de los siglos. Amén.
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