La transmisión de la fe en la familia (I)
* La
transmisión de la fe forma parte del
proceso global de la evangelización pero sin confundirse con él. Puede
estar presente en cualquier momento de este proceso, pero se distingue de otras
actividades específicas como la catequesis, la liturgia o la oración. Dicha
transmisión tiene en cuenta los agentes, los destinatarios, los fines propios,
los contenidos fundamentales, los modos y medios posibles, así como los ámbitos
competentes en la educación cristiana. En una primera aproximación, pretendemos
ofrecer los rasgos básicos que identifican y distinguen el despertar religioso
en la familia, la acción catequética en la parroquia y la enseñanza religiosa
en la escuela; en consecuencia, aquellos elementos que contribuyen y facilitan
un trabajo común de coordinación.
El despertar
religioso en la familia
La
fe necesita un clima y, para la gran mayoría, la familia es el ámbito en el
que las complejas relaciones, que establecemos en la vida cotidiana, afectan a
lo más profundo de nuestra persona, porque tocan directamente lo más íntimo de
nosotros mismos. Los valores más
profundos y los bienes más valiosos los compartimos en el marco de la vida
familiar. Es ahí donde estamos
llamados a compartir el tesoro de la fe. Muchos podemos afirmar que en
nuestra familia aprendimos a rezar y a fiarnos de Dios. Hoy es necesario, antes
que nada, cuidar en las familias el despertar religioso de los hijos y
acompañar adecuadamente los pasos sucesivos del crecimiento de la fe.
La familia,
primera escuela e iglesia doméstica
En efecto, la familia es la primera
escuela y la «iglesia doméstica». Los
padres son los principales y primeros educadores. Ellos son el espejo en el
que se miran los niños y adolescentes. Ellos son los testigos de la verdad, el
bien y el amor; de ahí su gran responsabilidad en el crecimiento armónico de
sus hijos. La iniciación en la fe
cristiana es recibida por los hijos como la transmisión de un tesoro que sus
padres les entregan, y de un misterio que progresivamente van reconociendo como
suyo y muy valioso. Los padres son maestros porque son testimonio vivo de un
amor que busca siempre lo mejor para sus hijos, fiel reflejo del amor que Dios
siente por ellos. La familia cristiana
se constituye así en ámbito privilegiado donde el niño se abre al misterio
de la transcendencia, se inicia en el
conocimiento de Dios, comienza a acoger su Palabra y a reconocer las formas
de vida de los que creen en Jesús y forman la Iglesia.
Los acontecimientos más importantes de la vida familiar, especialmente
las fiestas cristianas, cobran un valor trascendente para el sentido
religioso de la vida. De ahí que a las familias les esté encomendada esta gran
misión en el despertar religioso de los hijos: «Uno de los campos en los que la
familia es insustituible es
ciertamente el de la educación
religiosa, gracias a la cual la
familia crece como “Iglesia doméstica”»[22]. La experiencia de amor
gratuito de los padres, que ofrecen de manera incondicional a sus hijos la
propia vida, prepara ya para que el don de la fe, recibido en el bautismo, se
desarrolle de manera adecuada. Se «dispone así a la persona para que pueda
conocer y acoger el amor de Dios Padre manifestado en Jesucristo, y a construir la vida familiar en torno al
Señor, presente en el hogar por la fuerza del sacramento»[23].
La propia vivencia de fe en la familia,
como testimonio cristiano, será el medio educativo más eficaz para suscitar y
acompañar en el crecimiento de esa fe a los hijos, pues en la familia cristiana
se dan las condiciones adecuadas para que se pueda vivir la fe en el día a día.
Es la misma fe celebrada en los
sacramentos, que son acontecimientos significativos en la historia de la
familia, de modo especial la Eucaristía dominical, y en la oración, expresión
de fe y ayuda a la integración de fe y vida[24].
No hay comentarios:
Publicar un comentario