Dichosos los que
trabajan por la paz
De un sermón atribuido a san Pedro Crisólogo
De un sermón atribuido a san Pedro Crisólogo
Bienaventurados los que trabajan por la
paz -dice el evangelista, amadísimos hermanos-, porque ellos se llamarán hijos de
Dios. Con razón cobran especial lozanía las virtudes cristianas en aquel
que posee la armonía de la paz cristiana, y no se llega a la denominación de
hijo de Dios si no es a través de la práctica de la paz.
La paz, amadísimos hermanos, es la que
despoja al hombre de su condición de esclavo y le otorga el nombre de libre y
cambia su situación ante Dios, convirtiéndolo de criado en hijo, de siervo en
hombre libre. La paz entre los hermanos es la realización de la voluntad divina, el
gozo de Cristo, la perfección de la santidad, la norma de la justicia, la
maestra de la doctrina, la guarda de las buenas costumbres, la
que regula convenientemente todos nuestros actos. La paz recomienda
nuestras peticiones ante Dios y es el camino más fácil para que obtengan su
efecto, haciendo así que se vean colmados todos nuestros deseos legítimos. La
paz es madre del amor, vínculo de la concordia e indicio manifiesto de la
pureza de nuestra mente; ella
alcanza de Dios todo lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz. Cristo, el Señor, nuestro rey, es quien nos manda conservar esta paz,
ya que él ha dicho: La paz os
dejo, mi paz os doy, lo que equivale a decir: «Os dejo en paz, y quiero
encontraros en paz»; lo que nos dio al marchar quiere encontrarlo en todos
cuando vuelva. El mandamiento celestial nos obliga a conservar esta paz que se
nos ha dado, y el deseo de Cristo puede resumirse en pocas palabras: volver a
encontrar lo que nos ha dejado. Plantar y hacer arraigar la paz es cosa de
Dios; arrancarla de raíz es cosa del
enemigo. En efecto, así como el amor fraterno procede de Dios, así el odio
procede del demonio; por esto, debemos apartar de nosotros toda clase de odio,
pues dice la Escritura: El que
odia a su hermano es un homicida.
Veis,
pues, hermanos muy amados, la razón
por la que hay que procurar y buscar la paz y la concordia; estas virtudes
son las que engendran y alimentan la caridad. Sabéis, como dice san Juan, que el amor es de Dios; por consiguiente, el que no tiene este
amor vive apartado de Dios.
Observemos, por tanto, hermanos, estos mandamientos de vida; hagamos por
mantenernos unidos en el amor fraterno, mediante los vínculos de una paz
profunda y el nexo saludable de la caridad, que cubre la multitud de los
pecados. Todo vuestro afán ha de ser la consecución de este amor, capaz de
alcanzar todo bien y todo premio. La paz es la virtud que hay que guardar con
más empeño, ya que Dios está siempre rodeado de una atmósfera de paz. Amad la
paz, y hallaréis en todo la tranquilidad del espíritu; de este modo, aseguráis
vuestro premio y vuestro gozo, y la Iglesia de Dios, fundamentada en la unidad
de la paz, se mantendrá fiel a las enseñanzas de Cristo.
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