Alegría en el cielo
Lucas 15:1-10 En aquel tiempo, solían acercarse a
Jesús los publícanos
y los pecadores a escucharle. Y
los fariseos y los escribas
murmuraban entre ellos: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola: «Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve
en el campo y va tras
la descarriada, hasta que la
encuentra? Y, cuando la encuentra, se
la carga sobre los hombros, muy
contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la oveja que se me había perdido" Os
digo que así también habrá más alegría en el cielo por
un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Y
si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una,
¿no enciende una
lámpara y barre la casa y busca
con cuidado, hasta que la
encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne
a las amigas y a las vecinas para decirles: "¡Felicitadme!, he encontrado la moneda que se me había perdido" Os digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
Otras Lecturas: Éxodo 32:7-11, 13-14; Salmo 50;
Timoteo 1:12-17
LECTIO:
Una vez más, las
‘autoridades’ religiosas se sienten ultrajadas. Lucas nos dice que los
dirigentes religiosos criticaban a Jesús por su actitud de amistad hacia los ‘pecadores’. Los recaudadores
de impuestos encabezaban la ‘lista de pecadores’. Los judíos los odiaban porque
recogían el dinero para los ocupantes paganos, los romanos. De hecho, uno de
los propios discípulos de Jesús había sido en otro tiempo recaudador de
impuestos: Levi, al que tradicionalmente se ha identificado con Mateo (Marcos 2:13-17).
En Lucas 15, Jesús les propone a los fariseos
tres parábolas: la oveja perdida, la moneda perdida y
el hijo pródigo. La parábola de la oveja perdida pone de relieve a qué
extremos será capaz de llegar el pastor para recobrar a una oveja que se le ha
descarriado del rebaño, y la enorme alegría cuando encuentra a la oveja perdida
y esta vuelve a estar bajo sus cuidados y su protección. La parábola de la moneda perdida corrobora esa misma
idea. Una vez más, se ha perdido algo de valor. La mujer se pone a buscar por
todas partes hasta encontrarla. Poco importa el hecho de que tenga otras nueve
monedas: se ha perdido una, y hay que hallarla. Tanto el pastor como la mujer
se llenan de gozo cuando recuperan lo que se les había perdido. De manera
semejante, todo el cielo se alegra cuando se arrepiente un pecador: se ha
restablecido una relación que estaba rota. El hijo perdido (‘pródigo’ según le llama la tradición) es el protagonista
de la tercera parábola. Regresa como pordiosero después de haber dilapidado su
herencia. Vuelve arrepentido y lo único que espera es que su padre le trate
como a uno de sus criados. El padre anhelaba el regreso de su hijo. Sale
corriendo a recibirle con los brazos abiertos. Y se prepara una gran celebración. La reacción del hermano mayor nos
devuelve directamente a la respuesta de los fariseos. Jesús se acerca a los pecadores y
celebra con ellos su arrepentimiento.
Aconseja a sus
oyentes (y a nosotros) que no nos sintamos justos ni actuemos como si fuésemos
mejores que los demás. Todos dependemos de la misericordia y del perdón de Dios.
MEDITATIO:
■ ¿Qué aspectos de
estas tres parábolas te impresionan más?
■ Considera las actitudes de los fariseos, del
pastor, la mujer y el padre. ¿Qué podemos aprender de ellas?
■ Medita sobre este versículo: “Esto es muy cierto y
todos deben creerlo: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.” (1 Timoteo
1:15).
ORATIO:
Utiliza las
palabras del Salmo 50 como oración personal. Dale
gracias a dios por su inmensa misericordia.
Reza para que
las ‘ovejas perdidas’ vuelvan a Jesús. Puede que el Espíritu santo te sugiera a
alguien en particular por quien rezar.
CONTEMPLATIO:
Considera el
papel del pastor y las distancias que ha de recorrer en busca de su oveja. Deja
que nuestro Buen Pastor te acoja con su amor.
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