Cinco caminos de penitencia
San Juan Crisóstomo, Homilía 2,6 sobre el diablo tentador
San Juan Crisóstomo, Homilía 2,6 sobre el diablo tentador
¿Queréis
que os recuerde los diversos caminos de penitencia? Hay ciertamente
muchos, distintos y diferentes, y todos ellos conducen al cielo.
El primer
camino de penitencia consiste en la acusación de los pecados: Confiesa primero tus pecados, y serás
justificado. Por eso dice el salmista: Propuse: «Confesaré al Señor
mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Condena, pues, tú mismo,
aquello en lo que pecaste, y esta confesión te obtendrá el perdón ante el
Señor, pues, quien condena aquello en lo que faltó, con más dificultad volverá
a cometerlo; haz que tu conciencia esté siempre despierta y sea como tu
acusador doméstico, y así no tendrás quien te acuse ante el tribunal de Dios.
Éste es un
primer y óptimo camino de penitencia; hay también otro, no inferior al primero,
que consiste en perdonar las ofensas que hemos recibido de nuestros enemigos,
de tal forma que, poniendo a raya nuestra ira, olvidemos las faltas de nuestros
hermanos; obrando así, obtendremos que Dios perdone aquellas deudas que ante él
hemos contraído; he aquí, pues, un segundo modo de expiar nuestras culpas. Porque
si perdonáis a los demás sus culpas -dice el Señor-, también vuestro
Padre del cielo os perdonará a vosotros.
¿Quieres
conocer un tercer camino de penitencia? Lo tienes en la oración ferviente y continuada,
que brota de lo íntimo del corazón.
Si deseas
que te hable aún de un cuarto camino, te diré que lo tienes en la
limosna: ella posee una grande y extraordinaria virtualidad. También,
si eres humilde y obras con modestia, en este proceder encontrarás, no
menos que en cuanto hemos dicho hasta aquí, un modo de destruir el pecado. De
ello tienes un ejemplo en aquel publicano, que, si bien no pudo recordar ante
Dios su buena conducta, en lugar de buenas obras presentó su humildad y se vio
descargado del gran peso de sus muchos pecados.
Te he recordado, pues, cinco caminos de
penitencia: primero, la acusación de los pecados; segundo, el perdonar las
ofensas de nuestro prójimo; tercero, la oración; cuarto, la limosna; y quinto,
la humildad.
No te
quedes, por tanto, ocioso, antes procura caminar cada día por la senda de estos
caminos: ello, en efecto, resulta fácil, y no te puedes excusar
aduciendo tu pobreza, pues, aunque vivieres en gran penuria, podrías deponer tu
ira y mostrarte humilde, podrías orar asiduamente y confesar tus pecados; la
pobreza no es obstáculo para dedicarte a estas prácticas. Pero, ¿qué estoy diciendo?
La pobreza no impide de ninguna manera el andar por aquel camino de penitencia
que consiste en seguir el mandato del Señor, distribuyendo los propios bienes
--hablo de la limosna--, pues esto lo realizó incluso aquella viuda pobre que
dio sus dos pequeñas monedas.
Ya que has aprendido con estas palabras a
sanar tus heridas, decídete a usar de estas medicinas, y así, recuperada ya tu salud,
podrás acercarte confiado a la mesa santa y salir con gran gloria al encuentro
del Señor, rey de la gloria, y alcanzar los bienes eternos por la gracia, la
misericordia y la benignidad de nuestro Señor Jesucristo.
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