TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 20 de abril de 2013

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 21 DE ABRIL, 4º DE PASCUA


Mis ovejas reconocen mi voz.

Juan 10:27-30     En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno».

        Otras lecturas: Hechos 13:14, 43-52; Salmo 99; Apocalipsis 7:9, 14b-17

LECTIO:
     Estos pocos versículos forman parte de un pasaje más largo en el Juan recoge un interesante debate entre Jesús y el pueblo a propósito de su relación con Dios Padre. Y el final de todo aquello es que la gente quiere apedrear a Jesús. Cuando Jesús les preguntó sobre sus intenciones criminales, respondieron: ‘No vamos a apedrearte por ninguna cosa buena que hayas hecho, sino porque tus palabras son una ofensa contra Dios. Tú, que no eres más que un hombre, te haces Dios a ti mismo’ (Juan 10:33).
     Jesús penetra sus corazones con más profundidad de lo que se creían. Sabía que no le aceptarían ‘porque no sois de mis ovejas’ (versículo 26). Y no eran ovejas suyas porque el Padre no les había concedido ser creyentes suyos.
     Jesús alude al don misterioso y a la maravillosa gracia de la fe. Nadie puede creer en Jesús a no ser que se lo conceda la gracia del Padre. En Juan 6 Jesús expresa esta idea de distinta manera. Jesús les dice a sus desconcertados oyentes que él es el pan de Dios y que necesitan comerle si quieren vivir (Juan 6:25-59). Una vez más es preciso el  generoso don de Dios para tener fe y creer. Y el Padre es el único que concede esa gracia.
     Si Dios Padre otorga esa gracia a una persona, ésta pertenece a Jesús y se convierte en una de sus ‘ovejas’. Recibe así la capacidad de madurar en el conocimiento de todo lo que enseña Jesús y de recibir la vida eterna. Pero para que se produzca ese crecimiento necesitamos estar constantemente en contacto con Jesús.
     Las gentes que querían apedrear a Jesús todavía no habían recibido del Padre el don de la fe. Si hubieran abierto sus mentes y sus corazones, habrían visto que aquella era una oportunidad de buscar la ayuda del Padre y su gracia para creer. Pero las ‘cabras’ (Mateo 25:32) no quisieron escuchar y se negaron a aceptar a Jesús como Hijo de Dios.
     En esta época nuestra de tanta incertidumbre, no podemos contar con mayor promesa que la que Jesús les hace a quienes le siguen: nada ni nadie puede separarnos de Dios. Romanos 8:38-39 nos explica todo esto mucho mejor. No cabe duda de que nada puede separarnos del amor de Dios que se nos ha mostrado en Cristo Jesús. Esta promesa no se limita a esta vida, sino que se prolonga, más allá de nuestra muerte, hasta la eternidad.

MEDITATIO:
En estos pocos versículos Jesús menciona los diversos beneficios de ser una de sus ovejas. Piensa en lo que significa para ti cada una de ellos.
Como cristianos, creemos que Dios todo lo sabe, pero a veces actuamos y rezamos como si no fuera así. En el versículo 27 Jesús nos recuerda que él conoce personalmente a cada una de sus ovejas. ¿Te consuela esto, o más bien te inquieta? Considera tu respuesta a esta pregunta.
‘Mis ovejas reconocen mi voz…y ellas me siguen’ ¿Cuál es tu capacidad de escuchar la voz de Jesús y de realizar lo que te dice? Pregúntale a Jesús qué es lo que más te conviene para ayudarte a ser más obediente.
Si la Fe en Jesús es un don del Padre, ¿de qué manera debe influir esto mismo en nuestra actitud hacia quienes no creen en Jesús?

ORATIO:
     Ofrécele a Dios en tu oración lo que él mismo te revela a través de este pasaje, e incluso tu propio tiempo de meditación. No te precipites, ten calma.
     Lee el Salmo 99 y utilízalo para darle gracias a Dios por haberte concedido el don de la fe en Jesús.

CONTEMPLATIO:
    ¿Te has parado a pensar que, como creyente, tú mismo eres un regalo del Padre a su Hijo Jesús? Piensa en tu relación con Jesús como pastor tuyo.

1 comentario:

  1. Posiblemente nos resulta ajena y hasta extraña la imagen que en este cuarto domingo de Pascua se nos presenta en el Evangelio. No estamos tan acostumbrados a ver esa escena de un pastor que cuida de sus ovejas. Y sin embargo esa metáfora resultaba muy cercana para aquellos oyentes de Jesús, tan acostumbrados al pastoreo tanto en su vida nómada como en la asentada. Pero aquella parábola era casi una crónica autobiográfica de Jesús en relación con aquellas gentes: no ser extraño ni extrañarse, dar vida y darse en la vida, hasta dejarse la piel antes que nadie pueda arrebatarlas.
    En esa convivencia con Jesús, rápidamente se entendía su “secreto”. Y consistía en que este Maestro no estaba huérfano: tenía un Padre, en cuyas manos Jesús cuidaba sus ovejas, y de allí nadie podrá arrebatarlas. Jesús, el Padre, nosotros. El Pastor, el redil, las ovejas. Como en la metáfora del evangelio y como en la vida de cada día. Esta es la escena que Jesús describe en la parábola, que viene a ser una descripción biográfica de su propia vida y de su entrega amorosa a los que el Padre le quiso confiar. De hecho, es uno de los apuntes del sentimiento de Jesús: cuando sintió lástima al ver a toda una muchedumbre que parecía como ovejas que no tenían pastor, y a continuación se puso a enseñarles.
    No obstante, aquel Buen Pastor no se quedó allí, hace dos mil años. Él ha prometido su presencia y cercanía hasta el final de los tiempos. Seremos “ovejas” de tan Buen Pastor si también nosotros oímos su voz, palpamos su vida entregada, y las manos del Padre de las que nadie nos podrá arrebatar. En la medida en que permanecemos en ese Pastor Bueno, crece nuestro corazón y se ve rodeado de una paz que no engaña, y de una esperanza sin traición. Tenemos necesidad de pastores que nos recuerden las actitudes del Buen Pastor, y debemos pedir al Señor que nos bendiga con muchos y santos sacerdotes según el corazón de Dios. Pero cada uno, desde la vocación que haya recibido, debe testimoniar lo que supone la compañía de tal Buen Pastor: dejarse pastorear es dejarse conducir hacia el destino feliz para el que fuimos creados, para que aquello que Él nos prometió se siga cumpliendo, y esto llene de alegría a nuestro corazón, de esa alegría de la pascua, que como las ovejas de Jesús de las manos del Padre, nadie nos podrá arrebatar.


     Jesús Sanz Montes, ofm
    Arzobispo de Oviedo

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