ACTITUDES CRISTIANAS AL ESTILO DEL RESUCITADO
(I)
JESÚS DE LAS HERAS MUELAS
La Pascua es el tiempo de la Iglesia. “Ahora os toca a vosotros”, parece
decirnos el Señor Resucitado cuando nos muestra sus llagas -el ministerio
eclesial de la caridad, espléndido ejercicio del llamado “munus
regendi”-, su Palabra -el ministerio eclesial docente o “munus
docendi” y su pan tierno y partido -“munus sanctificandi”-. Ahora
nos toca a nosotros y tenemos cincuenta días consecutivos y todos los domingos
del año -la vida entera, en definitiva- para reconocer y ser testigos del
Resucitado, la mejor noticia y realidad de toda la historia de la humanidad.
Sí, la Pascua es la vocación de la
Iglesia. Es su destino y su heredad. Somos ciudadanos del cielo, de
un cielo y de una Pascua que solo se pueden ganar en la tierra. La cruz de
Cristo nos redime, pero no nos garantiza automáticamente la salvación que hemos
de lograr completando en nuestra carne y en nuestra alma lo que le falta a su
Pasión redentora. Pasión y Pascua se funde, de este modo, en una unidad
indivisible y santa.
Somos herederos de la Pascua, de una Pascua a la que solo se
llega desde la cruz. La Pascua es el Calvario y la cruz es la gloria. La muerte
es la resurrección. El fracaso es la victoria. El dolor es el gozo. La angustia
es la satisfacción. Es preciso saber morir -no solo la muerte corporal y
terrena, sino también tantas pequeñas muertes cotidianas al hombre viejo- para
poder resucitar. Muriendo -sí- se resucita a la vida eterna. La única manera de
vencer el dolor y la tristeza es dejar de amarlos, sentenció con acierto un
escritor. Pero ello, todo ello, solo desde Jesucristo crucificado y resucitado,
en Quien y de Quien hemos de aprender estas diez actitudes claves para vivir la
Pascua, para dejar que la Pascua nos transforme:
1.- Una actitud de admiración y reconocimiento
de la verdad de la Pascua:
¡Verdaderamente ha resucitado el Señor.
Aleluya! La verdad de la resurrección de
Jesucristo no es una fábula, una parábola, una moraleja o un símbolo. Es una
verdad histórica, indestructible e invencible. ¡Verdaderamente ha resucitado el
Señor. Aleluya! La resurrección de Jesucristo es la clave de bóveda de nuestra
fe. Ha resucitado realmente, corporalmente, glorificadamente. Es también cierta
y verdadera su resurrección como lo fue su vida, su pasión, su cruz y su
muerte. Y al igual siempre que su cruz siempre nos llama a la compunción, a la
emoción, a la admiración y al agradecimiento, lo mismo su resurrección, tan
auténtica una como la otra. ¡Verdaderamente, sí, ha resucitado el Señor.
Aleluya!
2.-
Una actitud de inserción en el misterio de la cruz de Cristo:
¡Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa
resurrección glorificamos. Por el madero ha venido la alegría al mundo entero! No
hay dicotomía entre el Cristo Crucificado y el Cristo Resucitado. Para ello es
preciso hallar el equilibrio entre la cruz y la gloria. Nos hemos pasado tantos
años en la Iglesia clavados en el Viernes Santo, plantados en la contemplación
de la Pasión, que ahora, como si se tratara de un movimiento pendular, nos
hemos instalado con verdad y también con demasía solo en la gloria. Hasta
ufanamente decimos estar solo pendientes de la Pascua. Y no hay Pascua sin
Viernes Santo. Entonces la resurrección tendrá consecuencias en nuestra vida,
comprendiendo progresivamente la resurrección a la luz de la vida de Cristo y
recorriendo nuestra vida a la luz de esta resurrección, a cuya “escuela” hemos
de acudir cada día, humilde, gozosa y esperanzadora.
3.- Una actitud de novedad:
Somos panes nuevos, los panes ácimos de la Pascua. Esta actitud
consiste en saber ver y juzgar con ojos y corazón nuevos. Ya les pasó a los
apóstoles. Ya les pasó a Pedro y a Juan. Dudaron del anuncio de las mujeres y
necesitaron ir al sepulcro, hallarlo vacío, contemplar las vendas y el sudario.
Y ver con el corazón. “…y entonces vio y creyó, pues no habían entendido la
Escritura que anunciaba que Él iba a resucitar de entre los muertos”.
4.- Una actitud de confiada, esperanzada y contagiosa alegría.
La alegría es la característica de los textos bíblicos y litúrgicos de
la Pascua. La alegría es el grito, el clamor de los testigos del sepulcro vacío
y del Señor Resucitado. Se trata de una alegría exultante y a la vez serena, de
una alegría contagiosa y expansiva, de una alegría confiada y esperanza. El
“aleluya” de la Pascua es etimológica y conceptualmente alegría. ¡Claro que hay
en la vida y en nuestra vida motivos para el pesar y la tristeza! Los hay, sí,
pero, ante todo y sobre todo, ha de haberlos para la esperanza y la alegría.
Cristo ha resucitado. Tiene sentido la vida. Tiene sentido nuestra fe. El
cristiano de esta hora del siglo XXI habrá de ser testigo de esta alegría con
su propia alegría. Si siempre fue cierto que nada más triste que un cristiano
–un santo, dice el refrán- triste, en medio de acosos y cortapisas al cristianismo
y a la Iglesia, hemos de ser alegres, hemos de transmitir que esta alegría que
nadie no ha de arrebatar.
5.- Una actitud de búsqueda y de escucha de la Palabra de Dios.
La escuela de la Pascua tiene, por tanto, como primera lección la
escucha atenta, constante y orante de la Palabra de Dios. Hemos de regresar una
y otra vez a la Biblia. Es la fuente, el sustrato y el nutrimento capital de
nuestra fe y de nuestra vida. Los cristianos -particularmente los católicos- no
podemos ser los grandes desconocedores y hasta prófugos de la Palabra de Dios,
que es siempre viva y eficaz, actual, interpeladora, pensada para ti, para mí y
para todos. La Palabra de Dios es la gran pedagoga, la gran educadora de
nuestros ojos y de nuestro corazón. Es la gran maestra y descubridora de la
Pascua, como aconteció con los discípulos de Emaús.
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