DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA
Durante los años treinta, cuando comenzaba a gestarse la
segunda guerra mundial, nuestro Señor
Jesucristo entregó a la humanidad, a través de Santa María Faustina
Kowalska, una serie de mensajes. Estos
mensajes, cargados de esperanza y premura, nos indican que debemos dirigir
nuestra mirada hacia Él, reconociendo y valorando el sacrificio que hizo por
nosotros.
Lamentablemente en estos días pareciera que los hombres, en un sentido
genérico, han olvidado el objetivo final de la vida, el ser dignos de alcanzar
la Gracia de Dios. Esta perdida de rumbo genera un vacío imposible de llenar.
Algunos intentan revertir lo anterior por medio de posesiones materiales.
Otros, consideran que esta necesidad de "algo" puede ser cubierta
disfrutando de la vida al máximo, justificando conductas que los alejan aún más
del propósito antes mencionado. Será tarea de cada uno el identificar cual es
su objetivo.
Los mensajes mencionados se
refieren a la Misericordia infinita que siente Nuestro Señor Jesucristo, por
cada uno de nosotros. Él reconoce nuestra miseria, se compadece de nuestras
vidas llenas de cansancio, tristeza, errores y vacíos. Él nos tiende una mano
ofreciéndonos su ayuda y el perdón de nuestras faltas.
Estos relatos en sí nos demuestran la Misericordia del Señor, ya que es Él quién nos busca, nos tiende una mano,
nos alienta y nos ofrece su perdón. No podemos desperdiciar esta
maravillosa invitación.
Todos tenemos la certeza que algún día moriremos, que nuestra vida
terrenal llegará a su fin. Esta verdad nos causa incertidumbre o inclusive
miedo. Aunque pretendamos alargar nuestras vidas, de todos modos cuando Dios
así lo disponga, moriremos. En vista de esta realidad imposible de cambiar,
nuestro Señor Jesucristo nos dice que siempre debemos estar preparados.
Precisamente la devoción a la Divina Misericordia, así como lo menciona Jesús,
es nuestra última oportunidad para prepararnos antes de la justa justicia de
nuestro Padre.
La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
publicó el 5 de mayo del 2000 un decreto en el que se establece, por indicación de Juan Pablo II, la fiesta de la Divina
Misericordia, que tendrá lugar el segundo domingo de Pascua. La denominación
oficial de este día litúrgico será “segundo domingo de Pascua o de la Divina
Misericordia.
Ya el Papa lo había anunciado durante la canonización de Sor Faustina
Kowalska, el 30 de abril de 2000: “En todo el mundo, el segundo domingo de Pascua
recibirá el nombre de domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne
para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina,
las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años
venideros”. El Papa le dedicó una de sus encíclicas a la Divina
Misericordia (“DIVES IN MISERICORDIA”).
DECRETO
Se concede la indulgencia plenaria, con las
condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración
por las intenciones del Sumo Pontífice) al
fiel que, en el domingo segundo de Pascua, llamado de la Misericordia
divina, en cualquier iglesia u oratorio,
con espíritu totalmente alejado del afecto a todo pecado, incluso venial, participe en actos de piedad realizados en
honor de la Misericordia divina, o al menos, rece en presencia del santísimo sacramento de la Eucaristía,
públicamente expuesto o conservado en el Sagrario, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una invocación piadosa al Señor Jesús
misericordioso (por ejemplo, "Jesús misericordioso, confío en ti").
Además, los navegantes, que cumplen su
deber en la inmensa extensión del mar; los innumerables hermanos a quienes los
desastres de la guerra, las vicisitudes políticas, la inclemencia de los
lugares y otras causas parecidas han alejado de su patria; los enfermos y
quienes les asisten, y todos los que por justa causa no pueden abandonar su
casa o desempeñan una actividad impostergable en beneficio de la comunidad,
podrán conseguir la indulgencia plenaria en el domingo de la
Misericordia divina si con total rechazo de cualquier pecado, como se ha dicho
antes, y con la intención de cumplir, en cuanto sea posible, las tres
condiciones habituales, rezan, frente a una piadosa imagen de nuestro Señor
Jesús misericordioso, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una
invocación piadosa al Señor Jesús misericordioso (por ejemplo, "Jesús
misericordioso, confío en ti").
Si ni
siquiera eso se pudiera hacer, en ese mismo día podrán obtener la indulgencia
plenaria los que se unan con la intención a los que realizan del modo
ordinario la obra prescrita para la indulgencia y ofrecen a Dios misericordioso
una oración y a la vez los sufrimientos de su enfermedad y las molestias de su
vida, teniendo también ellos el propósito de cumplir, en cuanto les sea
posible, las tres condiciones prescritas.
Se concede la indulgencia parcial al fiel que, al menos con
corazón contrito, eleve al Señor Jesús
misericordioso una de las invocaciones piadosas legítimamente aprobadas.
Los sacerdotes que desempeñan el
ministerio pastoral, sobre todo los
párrocos, informen oportunamente a sus fieles acerca de esta saludable
disposición de la Iglesia, préstense con espíritu pronto y generoso a
escuchar sus confesiones, y en el domingo de la Misericordia divina, después de
la celebración de la santa misa o de las vísperas, o durante un acto de piedad
en honor de la Misericordia divina, dirijan, con la dignidad propia del rito,
el rezo de las oraciones antes indicadas; por último, dado que son
"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia" (Mt 5, 7), al impartir la catequesis impulsen a los
fieles a hacer con la mayor frecuencia posible obras de caridad o de
misericordia, siguiendo el ejemplo y el mandato de Jesucristo, como se indica
en la segunda concesión general del "Enchiridion Indulgentiarum".
Este decreto tiene vigor perpetuo.
Dado en Roma,
en la sede de la Penitenciaría apostólica, el 29 de junio de 2002, en la
solemnidad de San Pedro y San Pablo, apóstoles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario