NOVIEMBRE 2020
«Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados» (Mt 5, 5).
¿Quién no ha
llorado nunca en su vida? Y ¿quién no se ha cruzado con personas
cuyo sufrimiento rebosa entre las lágrimas? Hoy, cuando los medios
de comunicación nos traen a casa imágenes de todo el mundo, corremos el
peligro de acostumbrarnos, de endurecer el corazón ante una
corriente de dolor que puede llegar a arrollarnos.
También Jesús
lloró (cf. Jn 11,35; Lc 19,41) y conoció el
llanto de su pueblo, víctima de la ocupación extranjera.
Muchos enfermos, pobres, viudas, huérfanos, marginados y pecadores acudían a Él
para escuchar su Palabra sanadora y ser curados en el cuerpo y en el alma. En
el Evangelio de Mateo, Jesús es el Mesías que cumple las promesas de Dios a
Israel, y por eso anuncia:
«Bienaventurados
los que lloran, porque ellos serán consolados».
Jesús no es indiferente a nuestra
tribulación, y se implica personalmente en curar nuestro corazón de la dureza
del egoísmo, en colmar nuestra soledad y dar fuerza a nuestra acción.
Así dice Chiara Lubich en
su comentario a esta misma Palabra del Evangelio: «[...] Con estas palabras
suyas, Jesús no quiere ofrecer a quien es infeliz una simple resignación,
prometiéndole una compensación futura. Él piensa también en el presente. Pues
su Reino, aunque no de manera definitiva, está ya aquí. Está presente en Jesús,
el cual, al resucitar de una muerte sufrida con la mayor aflicción, venció a la
muerte. Y está presente también en nosotros, en nuestro corazón de cristianos: Dios está en
nosotros. La Trinidad ha hecho morada en él. Así pues, la
bienaventuranza anunciada por Jesús puede hacerse realidad ya desde ahora.
[...] Los sufrimientos pueden perdurar, pero hay un nuevo
vigor que nos ayuda a llevar las pruebas de la vida y a ayudar a los demás en sus
penas, a superarlas, a verlas como Él las vio y las aceptó: como medio de
redención»[1].
«Bienaventurados
los que lloran, porque ellos serán consolados»
Siguiendo las enseñanzas de Jesús, podemos
aprender a ser, los unos para los otros, testigos e instrumentos del amor
tierno y creativo del Padre. Es el nacimiento de un mundo
nuevo, que sanea desde la raíz la convivencia humana y atrae la presencia de
Dios entre los hombres, fuente
inagotable de consuelo para enjugar las lágrimas.
Lena y Philippe, libaneses, compartieron
así su experiencia con los amigos de su comunidad eclesial: «Queridos todos, os
damos las gracias por vuestras felicitaciones de Pascua, tan especial este año.
Estamos bien y procuramos estar atentos para no exponernos al virus. Sin
embargo, como estamos en primera fila en la acción «Parrainaqe Líban»[2], no
siempre podemos quedarnos en casa; salimos cada dos días más o menos para
proveer a las necesidades urgentes de varias familias: dinero, ropa, comida,
artículos de farmacia, etc. Ya antes de la Covid-19 la situación económica del
país era muy dura, y ahora ha empeorado, como en todo el mundo. Pero la
Providencia no nos falla: lo último llegó la semana pasada de un libanés que
vivía fuera del país. Le pidió a Lena asegurar una comida completa, tres días a
la semana, para doce familias durante todo el mes de abril. Una bonita
confirmación del amor de Dios, que no se deja vencer en generosidad».
Leticia
Magri
[1]
Palabra de vida, noviembre de 1981: C.
LUBICH, Palabras de Vida/1 (1943-1990) (ed. F. Ciardi), Ciudad Nueva,
Madrid 2020, pp. 230-231.
[2]
2 Explica Lena: «La acción Parrainage
Liban (Apadrinamiento Líbano) nació en 1993 de un grupo de familias que
viven la Palabra de vida, para ayudar a una madre con 5 hijos y con su marido
en la cárcel. Hasta ahora hemos ayudado a unas 200 familias de todo Líbano de
diversas religiones. Las personas que colaboran se ingenian como pueden para
que esas familias recobren la autonomía: visitas domiciliarias, búsqueda de
alojamiento y trabajo, ayudas en los estudios. Nos sostienen económicamente un
centenar de personas y empresas que creen en nuestra acción».
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