TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 21 de noviembre de 2020

JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO 


     Toca poner el broche de oro en el Año Litúrgico. Y no se trata de buscar una celebración más, sino que la clausura de estos 365 día del Año de la Salvación comenzaban con la Natividad del Señor y se cierran con la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo que celebramos hoy, Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario. La historia de este día nos traslada al 11 de diciembre de 1925. Ese día el Papa Pío XI sacaba una Encíclica que llevaba por título Quas Primas -en español, así como al principio

  La Carta surgía para conmemorar el XVI Centenario de la celebración del Concilio I de Nicea. La cuestión es que en ese Concilio tuvo que salir al paso de las diatribas heréticas en ese tiempo. Situémonos. Habían finalizado las centurias sangrientas del martirio en la persecución contra la Iglesia y el Edicto de Milán había otorgado la libertad de culto.

   En 1970 el Papa Pablo VI dio a la fiesta su actual título completo: «Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo» y la trasladó al último domingo del año litúrgico, destacando más el carácter cósmico y escatológico del reinado de Cristo, apuntando al tiempo de Adviento que anuncia la venida gloriosa del Señor.

  Se le daba también un sentido nuevo… se resaltaba la importancia de Cristo como centro de toda la historia universal. Es el alfa y el omega, el principio y el fin. Por eso esta fiesta tiene ante todo un sentido escatológico, ya que celebramos a Cristo como Rey de todo el universo.

       Encíclica “Quas Primas”  de ss. Pio XI

En la primera encíclica, que al comenzar nuestro Pontificado enviamos a todos los obispos del orbe católico, analizábamos las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y afligir al género humano. Y en ella proclamamos Nos, claramente, no sólo que este cúmulo de males había invadido la tierra, porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador



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