JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO
Aspectos relevantes, “LA REALEZA DE CRISTO”
Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo,
en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le
encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que
reina en las inteligencias de los hombres, no tanto
por el sublime y altísimo grado de su ciencia cuanto porque Él es la Verdad y
porque los hombres necesitan beber de Él y recibir obedientemente la verdad. Se
dice también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El
la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad
divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra
libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con
verdad que Cristo reina en los corazones
de los hombres porque, con su supereminente
caridad(1) y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de
manera que jamás nadie -entre todos los nacidos- ha sido ni será nunca tan
amado como Cristo Jesús. Mas, entrando ahora de lleno en el asunto, es evidente
que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo
como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se
dice de Él que recibió del Padre la potestad, el
honor y el reino(2); porque como Verbo de Dios,
cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él
lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el
mismo imperio supremo y absoluto sobre todas las criaturas.
a) En el Antiguo Testamento
Que Cristo es Rey,
lo dicen a cada paso las Sagradas Escrituras.
Así, le llaman el dominador que ha de nacer de la estirpe de Jacob (3); el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra (4). El salmo nupcial, donde bajo la imagen y representación de un Rey muy opulento y muy poderoso se celebraba al que había de ser verdadero Rey de Israel… (5). Y omitiendo otros muchos textos semejantes, en otro lugar, como para dibujar mejor los caracteres de Cristo, se predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extrema del orbe de la tierra (6). A este testimonio se añaden otros, aún más copiosos, de los profetas, y principalmente el conocidísimo de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo y se nos ha dado un Hijo, el cual lleva sobre sus hombros el principado; y tendrá por nombre el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el Príncipe de Paz. Su imperio será amplificado y la paz no tendrá fin; se sentará sobre el solio de David, y poseerá su reino para afianzarlo y consolidarlo haciendo reinar la equidad y la justicia desde ahora y para siempre (7). Lo mismo que Isaías vaticinan los demás profetas. Así Jeremías, cuando predice que de la estirpe de David nacerá el vástago justo, que cual hijo de David reinará como Rey y será sabio y juzgará en la tierra (8). Así Daniel, al anunciar que el Dios del cielo fundará un reino, el cual no será jamás destruido..., permanecerá eternamente (9); … Y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: la potestad suya es potestad eterna, que no le será quitada, y su reino es indestructible (10). Aquellas palabras de Zacarías donde predice al Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino, había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas (11), ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?
b) En el Nuevo Testamento
Por otra parte, esta
misma doctrina sobre Cristo Rey que hemos entresacado de los libros del Antiguo
Testamento, tan lejos está de faltar en los del Nuevo que, por lo contrario, se
halla magnífica y luminosamente confirmada.
En este punto, y pasando por alto el mensaje del arcángel, por el cual fue advertida la
Virgen que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David su
padre y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera
jamás fin (12), es el mismo Cristo el que da
testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las
penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a
todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de
Rey (13) y públicamente confirmó que es Rey (14), y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el
cielo y en la tierra (15). Con las cuales palabras, ¿qué otra cosa se significa
sino la grandeza de su poder y la extensión infinita de su reino? Por lo tanto,
no es de maravillar que San Juan le llame Príncipe de los reyes de la tierra
(16), y que El mismo, conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito en su
vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan (17). Puesto que el Padre constituyó a Cristo heredero universal de
todas las cosas (18), menester es que reine
Cristo hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo los pies del trono de Dios a
todos sus enemigos (19).
c) En la Liturgia
De esta doctrina
común a los Sagrados Libros, se siguió necesariamente que la Iglesia, reino de
Cristo sobre la tierra, destinada a extenderse a todos los hombres y a todas
las naciones, celebrase y glorificase con multiplicadas muestras de veneración,
durante el ciclo anual de la liturgia, a su Autor y Fundador como a Soberano
Señor y Rey de los reyes. Y así como en la antigua
salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de estos títulos honoríficos que con maravillosa variedad de palabra expresan el mismo
concepto, así también los emplea actualmente en los
diarios actos de oración y culto a la Divina Majestad y en el Santo Sacrificio
de la Misa.
d) Fundada en la unión hipostática
Para mostrar ahora en
qué consiste el fundamento de esta dignidad y de este poder de Jesucristo, he
aquí lo que escribe muy bien San Cirilo de Alejandría: Posee Cristo soberanía sobre todas las criaturas, no arrancada por
fuerza ni quitada a nadie, sino en virtud de su misma esencia y naturaleza (20). Es decir, que la soberanía o principado de Cristo se funda
en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde
se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y
por los hombres, sino que, además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben
obedecer también en cuanto hombre; de manera que por el solo hecho
de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre todas las criaturas.
e) Y en la redención
Pero, además, ¿qué cosa
habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera
sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de
conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá que todos los hombres,
harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis rescatados no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero Inmaculado y
sin tacha (21). No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado
por precio grande (22); hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de
Jesucristo (23) […]
[1] Ef 3,19. [2] Dan 7,13-14. [3] Núm 24,19. [4] Sal 2. [5] Sal 44. [6] Sal 71. [7] Is 9,6-7. [8] Jer 23,5. [9] Dan 2,44
.[10] Dan 7
13-14. [11] Zac 9,9. [12] Lc 1,32-33. [13] Mt 25,31-40. [14] Jn 18,37. [15] Mt 28,18. [16] Ap 1,5. [17] Ibíd.,
19,16. [18] Heb 1,1. [19] 1
Cor 15,25. [20] In
Luc. 10. [21] 1
Pt 1,18-19. [22] 1
Cor 6,20. [23] Ibíd.,
6,15.
Continúa una
tradición
… No
se debe pasar en silencio que, para confirmar solemnemente esta soberanía de
Cristo sobre la sociedad humana, sirvieron de maravillosa manera los
frecuentísimos Congresos eucarísticos que suelen celebrarse en nuestros
tiempos, y cuyo fin es convocar a los fieles de cada una de las diócesis,
regiones, naciones y aun del mundo todo, para venerar y adorar a
Cristo Rey, escondido bajo los velos eucarísticos; y por medio de discursos en
las asambleas y en los templos, de la adoración, en común, del augusto
Sacramento públicamente expuesto y de solemnísimas
procesiones, proclamar a Cristo como Rey que nos ha sido
dado por el cielo. Bien y con razón podría decirse que el
pueblo cristiano, movido como por una inspiración divina, sacando del silencio
y como escondrijo de los templos a aquel mismo Jesús a quien los impíos, cuando
vino al mundo, no quisieron recibir, y llevándole como a un triunfador por las
vías públicas, quiere restablecerlo en todos sus reales derechos. […]
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