PRESENTE Y FUTURO DE LAS OBRAS EUCARÍSTICAS DE LA IGLESIA ( II )
en el contexto de la nueva evangelización
Algunos Pastores miran
con recelo este reclamo de adoración, recuerdan que este no
es el fin primario de la Eucaristía (que es instituida “para que la comamos”
−centralidad de la Comunión−); temen que el auge de
esta devoción reste fuerza a la
celebración, que favorezca unas
espiritualidades demasiado sensibles, individualistas o descuidadas en lo
apostólico. En algunos casos
estas espontáneas explosiones populares de piedad eucarística pueden tener
manifestaciones que suscitan recelo, parecen tener algo de supersticioso. Pero
la práctica católica de la adoración
eucarística, ya dentro de la Misa,
ya más allá de la celebración entorno al tabernáculo o a la custodia, requieren la
vigilancia y el acompañamiento de los Pastores, pero no merecen ser
objeto de su recelo.
Hay
algo de Dios en este contradictorio movimiento mundial de adoración
eucarística. Como ocurrió con la vida de santidad del padre Pío de Pietralcina,
un “bofetón” al racionalismo y al escepticismo del siglo XX. Aquí, ahora, cuando se dice que la
cuestión de Dios no interesa, cuando se quiere mandar a Dios al “lugar escondido” de las casas particulares, son millones de personas las que
sienten la necesidad más radical de la expresión de la fe en Dios: la adoración. Y adoran al Dios
verdadero proclamando
su presencia real y sustancial en
las especies eucarísticas, la realidad más
“escandalosa”, pues reclama la fe más radical, del cristianismo.
No se trata de una
“locura” de unos aislados grupos de “devotos” o de “nostálgicos”, es una de las expresiones de las contradicciones
internas del hombre posmoderno, en esa su “agonía”
entre escepticismo y fe, entre positivismo y trascendencia:
1.- Cae con el materialismo consumista y la “sociedad del
bienestar” la práctica religiosa en nuestras iglesias, pero surgen
las modas del orientalismo, la etérea
espiritualidad de la “nueva era” y una efervescencia de supersticiones y
morbosas aproximaciones al esoterismo.
2.- Parece que la fe cristiana tiene que liberarse del ropaje religioso en una sociedad secularizada y se redescubre el
valor de los símbolos y del mundo onírico; y
los jóvenes creyentes son muchas veces incomprendidos y censurados porque, contra toda lógica de sus mayores, gustan el sentido religioso del cristianismo y abrazan con mucho más gusto que las generaciones inmediatamente
pasadas el “sentido del misterio” en la liturgia (se admiran
las liturgias orientales −no reformadas−, se acude a las celebraciones en la
“forma extraordinaria” del rito romano −aunque se haya nacido mucho después de
1970− y el canto gregoriano ejerce una atracción que llega a hacer de él
ocasionalmente moda en la “disco”).
3.- Se descuida la vida
litúrgico-parroquial pero los santuarios reciben cada vez más visitas y las manifestaciones de piedad popular se consolidan
con creciente número de participantes.
Todas estas paradojas
nos hablan de que algo está
cambiando radicalmente en el mundo con respecto a los años 60/70 del siglo
pasado, algo que
reclama la atención solícita de la Iglesia y su acompañamiento pastoral. ¡Ojalá seamos capaces de, entre otras cosas, provocar
una mayor atención por parte de los Pastores de la Iglesia a este campo de la
adoración eucarística y sus asociaciones! Así lo hizo ya la Santa Sede
impulsando la Federación Mundial de la Obras Eucarísticas de la Iglesia,
regulada como asociación de fieles laicos por el Pontificio Consejo de los
Laicos y, en lo que se refiere a su actividad, reconocida por la Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
Las asociaciones eucarísticas y, más aun
la acción eclesial de la adoración eucarística, a la que estas sirven, es ya
una realidad emergente en la vida de la Iglesia y está llamada a ser un punto
fundamental de la vida y acción de la misma en el nuevo milenio, en la base de
su tarea esencial de evangelizar, hoy tan apremiante. Entre la Pastoral
litúrgica y el asociacionismo seglar tendría
que existir, en cada diócesis, un servicio destinado específicamente a cuidar y
promover la adoración eucarística y coordinar la acción de las diversas
asociaciones eucarísticas.
2. Nos conviene recordar
qué quiere decir “adorar”
No
quiero entretenerme en demasía en este apartado de mi exposición, que no
pretende ser sino un recordatorio que nos ayudará a centrarnos
en nuestro argumento. Para este ejercicio de memoria de la fe voy a recurrir
al Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 1997), que dice:
2096. La adoración es el
primer acto (principal, traduce la versión italiana) de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como
Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y
misericordioso. “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto” (Lc 4,8), dice Jesús citando
el Deuteronomio (6,13).
2097. Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión
absolutos, la “nada de la criatura”, que sólo existe por Dios.
Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y
humillarse a sí mismo, como hace
María en el Magníficat, confesando con gratitud que Él ha hecho grandes cosas y
que su nombre es santo. La adoración del Dios único libera al hombre del
repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del
mundo.
2628. La adoración es la primera actitud (fundamental, dice la versión italiana) del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho y la omnipotencia del Salvador que nos libra del mal. Es la acción de humillar (postergar, dice en italiano) el espíritu ante el “Rey de
la gloria” y el silencio respetuoso en
presencia de Dios “siempre… mayor”. La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente
amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras
súplicas. (…)
+Mons. Juan Miguel Ferrer, subsecretario de la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario