La
costumbre de venerar la Santa Cruz se remonta a las primeras épocas del
cristianismo en Jerusalén. Esta tradición comenzó a festejarse el día en que se
encontró la Cruz donde padeció Nuestro Señor.
Hacia el
año 320 la Emperatriz Elena de Constantinopla encontró la Vera Cruz, la cruz en
que murió Nuestro Señor Jesucristo. La Emperatriz y su hijo Constantino
hicieron construir en el sitio del descubrimiento la Basílica del Santo
Sepulcro, en el que guardaron la reliquia.
La Iglesia en este día celebra la veneración a las reliquias de la
cruz de Cristo en Jerusalén, tras ser recuperada de manos de los persas por
el emperador Heráclito (siglo VII). Según manifiesta la historia, al recuperar el precioso
madero, el emperador quiso cargar una cruz hasta su primitivo lugar en el Calvario, como había hecho Cristo a través de la ciudad, pero tan pronto puso el
madero al hombro e intentó entrar a un recinto sagrado, no pudo hacerlo y quedó
paralizado. El patriarca Zacarías que iba a su lado le indicó que todo aquel
esplendor imperial iba en desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso de
Cristo cuando iba cargando la cruz por las calles de Jerusalén. Entonces el
emperador se despojó de su atuendo imperial, y con simples vestiduras, avanzó
sin dificultad seguido por todo el pueblo hasta dejar la cruz en el sitio donde
antes era venerada.
Los fragmentos de la santa Cruz se encontraban en el cofre de plata
dentro del cual se los habían llevado los persas, y cuando el patriarca y
los clérigos abrieron el cofre, todos los fieles veneraron las reliquias con
mucho fervor, incluso, se produjeron muchos milagros. Para evitar
nuevos robos, la Santa Cruz fue partida. Una parte se llevó a Roma, otra a
Constantinopla; una se dejó en Jerusalén y una más se partió en pequeñas
astillas para repartirlas en diversas iglesias del mundo entero.
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