SEPTIEMBRE 2020
«Dad y se os dará; una medida
buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos» (Lc 6, 38)
«Había una gran multitud de discípulos
suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región
costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírlo...» (Lc 6, 17-18): así introduce el
evangelista Lucas el largo discurso de Jesús que proclama las bienaventuranzas,
las exigencias del Reino de Dios y las promesas del Padre a sus hijos.
Jesús anuncia libremente
su mensaje a hombres y mujeres de distintos pueblos y culturas que han acudido a
escucharlo; es un mensaje universal, dirigido a todos y que todos pueden acoger
para realizarse como personas, creadas por Dios Amor a su imagen.
«Dad y se os dará; una
medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros
vestidos».
Jesús revela la novedad del
Evangelio: el Padre ama a cada uno de sus hijos personalmente, con un amor
«desbordante», y le da la capacidad de expandir el corazón hacia los hermanos,
cada vez con mayor generosidad. Son palabras acuciantes y exigentes: dar de lo
nuestro; bienes materiales, pero también acogida, misericordia, perdón; con
generosidad, a imitación de Dios.
La imagen de la
recompensa abundante vertida en el regazo nos da a entender que la
medida del amor de Dios para con nosotros es desmedida, y que sus promesas se
realizan por encima de nuestras expectativas, a la vez que nos libera de la
ansiedad de nuestros cálculos y plazos y de la desilusión de no recibir de los
demás según nuestra medida.
«Dad y se os dará; una
medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros
vestidos».
A propósito de esta invitación de Jesús,
Chiara Lubich escribió: «¿Nunca te ha pasado, al recibir un regalo de un amigo,
que también tú has sentido la necesidad de hacerle otro...? [...] Si te sucede
así a ti, imagínate a Dios, a Dios, que es Amor. Él recompensa siempre cada
regalo que hacemos a nuestro prójimo en su nombre. [...] Dios no se comporta
así para enriquecerte o para enriquecernos. [...] Lo hace porque cuanto más
tenemos, más podemos dar; para que -como verdaderos administradores de los
bienes de Dios- hagamos circular todas las cosas en la comunidad que nos rodea
[...]. Ciertamente, Jesús pensaba en primer lugar en la recompensa que
tendremos en el Paraíso, pero todo lo que sucede en esta tierra es ya preludio
y garantía de ello»[1].
«Dad y se os dará; una medida
buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos».
Y ¿qué sucedería si nos comprometiésemos a
practicar este amor juntos, con muchos otros hombres y mujeres? Ciertamente
daría origen a una revolución social.
Cuenta Jesús, de España: «Mi mujer y yo
trabajamos en consultoría y formación. Nos apasionaron los principios de la
Economía de Comunión[2] y
quisimos aprender a mirar al otro: a los empleados, considerando los sueldos y
las alternativas a los despidos necesarios; a los proveedores, respetando los
precios, los pagos, las relaciones de larga duración; a la competencia, con
cursos conjuntos y ofreciendo nuestra experiencia; a los clientes,
aconsejándoles en conciencia aun a costa de nuestro propio interés. La
confianza que se generó nos salvó cuando llegó la crisis de 2008. Más tarde, a
través de la ONG «Levántate y Anda», conocimos a un profesor de español en
Costa de Marfil que quería mejorar las condiciones de vida en su pueblo
mediante un paritorio. Estudiamos el proyecto y le dimos la cantidad necesaria.
No se lo podía creer. Tuve que explicarle que eran los beneficios de la
empresa. Actualmente la maternidad «Fraternidad», construida por musulmanes y
cristianos, es símbolo de la convivencia. En los últimos años los beneficios de
nuestra empresa se han multiplicado por diez».
[1]
C. LUBICH, Palabra de vida, junio 1978, en EAD., Palabras
de vida/1 (1943-1990) (ed. F. Ciardi), Ciudad Nueva, Madrid 2020, pp.
106-108.
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