TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 11 de julio de 2020

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 12 DE JULIO DEL 2020, 15º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de +Francisco Cerro Chaves-Arzobispo de Toledo. Primado de España)

«BIENAVENTURADOS VUESTROS OJOS PORQUE VEN Y VUESTROS OÍDOS PORQUE OYEN»

Mt. 13. 1-23

         Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló muchas cosas en parábolas:   
     «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta. El que tenga oídos, que oiga».
     Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?». Él les contestó: «A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender.
     Así se cumple en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”. Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
    Vosotros, pues, oíd lo que significa la parábola del sembrador: si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe. Lo sembrado entre abrojos significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno».

Otras Lecturas: Isaías 55,10-11; Salmo 64; Romanos 8,18-23

LECTIO:
   Este domingo se nos habla de semillas, de lluvia que las riegan, de libertad que permite que sencillamente sean
     La Gracia de Dios es como la lluvia, pero si nuestros cauces de absorción están embotados, cerrados a cal y canto,  Él respetará delicadamente nuestra cerrazón y ni siquiera nos humedecerá el más grande de los torrentes, por más que Dios quiera empaparnos. Este es el plan de Dios, su proyecto y su deseo. Pero Él no lo impone, sino que lo propone, dejando la última palabra a nuestra libertad. Así se entiende esta parábola que Jesús mismo explica a sus discípulos.
     La semi­lla es la misma, pero los terrenos de acogida no. Y aquí está la cuestión: no entender la Palabra de Dios porque no nos ha calado (la semilla que cae en el camino); no cuidar eso que se ha entendido ya pero que no nos ha llegado hasta el fondo de nuestro corazón (la que cae en terreno pedregoso); pretender escuchar al mismo tiempo a Dios y a otros que contra Él hablan, yéndonos al final tras los seductores de turno haciendo así estéril lo que el Señor sembró en noso­tros (lo sembrado entre zarzas)
     Dios quiere sembrarse en nosotros para fructificar el don de la paz y de la gracia, el de la luz y la miseri­cordia, el del perdón y la alegría... Ojalá tengamos oídos para oír, corazón para acoger y manos para compartir la semilla de cuanto Él hace y dice en nuestra pequeñez. (+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm. Arzobispo de Oviedo).

MEDITATIO:
     Jesús se presenta como uno que no se impone, sino que propone; no nos atrae conquistándonos, sino donándose: echa la semilla. Él esparce con paciencia y generosidad su Palabra, que no es una jaula o una trampa, sino una semilla que puede dar fruto. ¿Y cómo puede dar fruto? Si nosotros lo acogemos. (Papa Francisco)
   La parábola se refiere sobre todo a nosotros: habla efectivamente del terreno más que del sembrador. …Nuestro corazón, como un terreno, puede ser bueno y entonces la Palabra da fruto —y mucho—pero puede ser también duro, impermeable. Ello ocurre cuando oímos la Palabra, pero nos es indiferente, precisamente como en una calle: no entra. Entre el terreno bueno y la calle, el asfalto, hay dos terrenos intermedios que, en distinta medida, podemos tener en nosotros. (Papa Francisco)
     Jesús nos invita hoy a mirarnos por dentro: a dar las gracias por nuestro terreno bueno y a seguir trabajando sobre los terrenos que todavía no son buenos. Preguntémonos si nuestro corazón está abierto a acoger con fe la semilla de la Palabra de Dios. (Papa Francisco)

ORATIO:
     Jesús, divino Sembrador y semilla de vida eterna, ven, en esta hora de gracia, siembra en nuestros corazones tu Palabra, para que germine, florezca y fructifique para los graneros del Cielo.
Señor, prepara mi tierra,
limpia el campo de mi vida,
quita las piedras, arranca los espinos.

 CONTEMPLATIO:
     Esta parábola habla hoy a cada uno de nosotros, como hablaba a quienes escuchaban a Jesús hace dos mil años. Nos recuerda que nosotros somos el terreno donde el Señor arroja incansablemente la semilla de su Palabra y de su amor. ¿Con qué disposición la acogemos?
     Como Jesús mismo explica a sus discípulos, este sembrador representa al Padre, que esparce abundantemente la semilla de su Palabra. Con el don de fortaleza el Espíritu Santo libera el terreno de nuestro corazón nos da fuerza y nos libera también de muchos impedimentos.
  Podemos plantearnos la pregunta: ¿cómo es nuestro corazón? ¿A qué terreno se parece: a un camino, a un pedregal, a una zarza?
   Depende de nosotros convertirnos en terreno bueno sin espinas ni piedras, pero trabajado y cultivado con cuidado, a fin de que pueda dar buenos frutos para nosotros y para nuestros hermanos. También nosotros somos sembradores. Dios siembra semilla buena. Podemos plantearnos la pregunta: ¿qué tipo de semilla sale de nuestro corazón y de nuestra boca? Nuestras palabras pueden hacer mucho bien y también mucho mal; pueden curar y pueden herir; pueden alentar y pueden deprimir. Lo que cuenta no es lo que entra, sino lo que sale de la boca y del corazón. (Papa Francisco)



 Mas ¿en qué cabeza cabe, me dirás, sembrar sobre espinas y sobre roca y sobre camino? — Tratándose de semillas que han de sembrarse en la tierra, eso no tendría sentido; mas, tratándose de las almas y de la siembra de la doctrina, la cosa es digna de mucha alabanza. […] Aquí sí que es posible que la roca se transforme y se convierta en tierra grasa, y que el camino deje de ser pisado y se convierta también en tierra feraz, y que las espinas desaparezcan y dejen crecer exuberantes las semillas. De no haber sido así, el Señor no hubiera sembrado. (San Juan Crisóstomo).

1 comentario:

  1. Sembrar la vida y el amor es el oficio del Señor. Jesús hablaba en parábolas porque es el lenguaje sencillo y para todos los públicos. Las parábolas es el lenguaje de todos los pueblos y culturas para sacar sus moralejas, sus enseñanzas.
    Salió un sembrador a sembrar. Imagen que Jesús había contemplado muchas veces en las tierras de Galilea. Insiste Jesús en su deseo de sembrar, para decirnos que por parte de Dios no va a quedar la siembra. Ni por parte de la buena tierra que siempre acoge la semilla. La moraleja es siempre la actitud del corazón humano que sembrado de malas hierbas, de espinos y expuestos a que los pájaros se los coman. Aquí están nuestros deberes de acogida de la Palabra de Dios. Somos nosotros los que somos sembrados por su Amor y es el abrirse a su Amor lo que transforma nuestro hombre viejo en tierra buena.
    La parábola presenta tantos corazones, tantas formas de tierra como acogida o rechazo a su semilla. Es necesario abrirse a su Misericordia, sabiendo que su amor es el que cuando le dejamos entrar en nuestra vida, la hace fecunda y crece aun en medio de no pocas dificultades. La fecundidad de nuestra vida está en ser semilla buena que sembrado en los surcos de la vida vive cumpliendo la voluntad de Dios.
    En esta parábola está reflejada nuestra vida. Existen muchas experiencias de la siembra de Dios en nuestro corazón. Es verdad que nos perdemos y enredamos en tantas cosas que nos impiden crecer en el amor entregado al Señor. A veces los afanes de la vida, la mundanidad no dejan crecer la semilla nueva del amor. La infinita paciencia del Señor es admirable. No se deja vencer. Vuelve una y otra vez... pues no es culpa del sembrador ni culpa de la semilla la culpa estaba en el hombre y en como la recibía.

    + Francisco Cerro Chaves - Arzobispo de Toledo
    Primado de España

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