«ESTE ES EL CORDERO DE DIOS…»
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que
venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por
delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía, pero he salido a
bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel».
Y Juan dio testimonio diciendo: «He
contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre
él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel
sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese
es el que bautiza con Espíritu Santo”. Y yo lo he visto y he dado testimonio de
que este es el Hijo de Dios».
Otras Lecturas: Isaías 49, 3.5-6; Salmo 39; 1Coríntios
1, 1-3
LECTIO:
Retomamos
el tiempo ordinario y volvemos a la trayectoria de Jesús en su vida pública que
a lo largo del año litúrgico se nos propondrá. La primera escena tiene lugar a
orillas del Jordán… «Al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: este es
el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29).
Los ojos del evangelista que relata este
momento quedarán prendados, como quien encuentra
finalmente a Aquél que esperaba. De hecho, tanto Juan como Andrés seguirán a ese Cordero, y
preguntándole dónde vivía se quedarían con Él aquel día y para siempre...
El Evangelio de Juan,
desarrollará este momento inicial a través de los diferentes encuentros entre
el Cordero Jesús y las personas que se cruzarán en su camino. Todos ellos
recibirán la liberación de su desgracia sea cual sea su nombre (oscuridad, sed,
enfermedad, confusión... pecado), con tal que la confiesen, con tal que no la
maquillen ni la disfracen, y reconozcan en Jesús a quien trae la Gracia eficaz
para todas sus desgracias impotentes. Por esta razón, en aquel momento no
estaban los que después a lo largo del Evangelio de Juan van a aparecer como los
difidentes de Jesús, los prejuiciosos de sus signos y palabras, los enemigos de
su vida… (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo)
MEDITATIO:
«Este es el Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo». Juan predica que el Reino de los cielos está
cerca, que el Mesías va a manifestarse y es
necesario prepararse, convertirse y comportarse con justicia; e inicia a
bautizar en el Jordán para dar al pueblo un medio concreto de penitencia. Esta
gente venía para arrepentirse de sus pecados, para hacer penitencia, para
comenzar de nuevo la vida. (Papa Francisco)
Juan sabe, que el Mesías,
el Consagrado del Señor ya está cerca, y el signo para reconocerlo será que
sobre Él se posará el Espíritu Santo; de
hecho Él llevará el verdadero bautismo, el bautismo en el Espíritu Santo. Y el
momento llega: (Papa Francisco)
Sobre Jesús baja el Espíritu Santo en
forma de paloma y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto. ¡Es
Él! Jesús es el Mesías. Juan está desconcertado, porque se ha
manifestado de una forma impensable: en medio de los pecadores, bautizado como
ellos. El Espíritu hace entender a Juan que así se cumple la justicia de Dios,
se cumple su diseño de salvación: Jesús es el Mesías, el Rey de Israel, pero no
con el poder de este mundo, sino como Cordero de Dios, que toma consigo y quita
el pecado del mundo. (Papa Francisco)
¿Por qué nos detenemos mucho en esta escena?
¡Porque es decisiva! Es decisiva por nuestra fe; es decisiva también por la
misión de la Iglesia. La Iglesia, en todos los tiempos, está llamada a hacer lo
que hizo Juan el Bautista, indicar a Jesús a la gente diciendo: «Este es el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». Él es un el único Salvador, Él
es el Señor, humilde, en medio de los pecadores. Pero es Él. Él, no es otro
poderoso que viene. No, es Él. (Papa Francisco)
ORATIO:
Llénanos de energía, Señor, para dar todo
lo bueno en tu nombre, que vayamos por el mundo dando a conocer que eres el
“Hijos de Dios”. Derrama tu Espíritu sobre todos los hombres para que caminemos
en la unidad que Jesús pidió al Padre para nosotros.
Jesús, vienes a llevarte
mi pecado,
pero a veces yo me detengo
en mi culpa
y no dejo que el pasado
quede atrás.
CONTEMPLATIO:
«Este es el Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo»
Jesús es llamado el Cordero: es el Cordero
que quita el pecado del mundo. Uno puede pensar: ¿pero cómo, un cordero, tan
débil, un corderito débil, cómo puede quitar tantos pecados, tantas maldades? Con su Amor, con su mansedumbre.
Jesús no dejó nunca de
ser cordero: manso, bueno, lleno de amor, cercano a los pequeños, cercano a los
pobres. Estaba allí, entre la gente, curaba, enseñaba, oraba. Tan débil Jesús,
como un cordero. Pero tuvo la fuerza de cargar sobre sí todos nuestros pecados,
todos. Muchas veces, cuando miramos nuestra conciencia, encontramos en ella
algunos que son grandes. Pero Él los carga.
¿Qué significa para la Iglesia, para
nosotros, hoy, ser discípulos de Jesús Cordero de Dios? Significa poner en el sitio de la malicia, la inocencia; en el
lugar de la fuerza, el amor; en el lugar de la soberbia, la humildad; en el
lugar del prestigio, el servicio.
Os
invito a hacer una cosa: cerremos los ojos, imaginemos esa escena, a la orilla
del río, Juan mientras bautiza y Jesús que pasa. Y escuchemos la voz de Juan:
«Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Miremos a Jesús en
silencio, que cada uno de nosotros le diga algo a Jesús desde su corazón. (Papa Francisco).
■… «Vi entonces en medio del trono un
Cordero en pie con señales de haber sido degollado» (Ap 5,6). Cuando el vidente de Patmos contempló esta visión, aún estaba vivo
en él el recuerdo inolvidable de ese día junto al Jordán, cuando Juan el
Bautista le señaló al «Cordero de Dios» que «quita el pecado del mundo». Pero,
el Señor ¿por qué había elegido el cordero como símbolo privilegiado? ¿Por qué
se mostró, incluso, de ese modo en el trono de la eterna gloria? Porque él estaba
libre de pecado y era humilde como un cordero; y porque él había venido para «dejarse
llevar como cordero al matadero» (Is 53,7).
Todo eso también lo presenció Juan cuando el Señor se dejó atar en el Monte de
los Olivos. Allí, en el Gólgota, fue llevado a cumplimiento el auténtico sacrificio
de reconciliación. A partir de entonces los antiguos sacrificios perdieron su
eficacia; y pronto desaparecerían del todo, igual que el antiguo sacerdocio,
cuando el templo fue destruido. Todo esto lo vivió Juan de cerca. Por eso no le
asombraba ver al Cordero en el Trono. (S. Teresa Benedicta de la Cruz)
Volver al tiempo ordinario, es volver a descubrir que lo extraordinario de nuestra vida está en el amor con que se vive todo. No consiste en lo que hacemos, sino, en el cómo, y por qué lo hacemos.
ResponderEliminarEl evangelio de Juan nos presenta una imagen tan querida para el pueblo judío, la del cordero. Jesús es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
El Mesías es el Señor, el cordero inmolado por nosotros y por nuestra salvación que quita el pecado del mundo. Es una novedad y es que Jesús lleva sobre si el pecado del mundo. Se presenta como cordero manso y humilde. Llevado al matadero. Humilde. No abre la boca ante el esquiador. Jesús manso y humilde de corazón hace suyo y lleva sobre si el pecado del mundo.
Otra novedad es que Jesús es a la vez el pastor y el cordero. Pastor y pasto que repite un himno de la fiesta del Corpus Christi. El Cordero es el que nos alimenta con su cuerpo y con su sangre redentora. No nos ha amado en bromas. Su Amor incondicional le ha llevado a entregar la vida por Amor. Es su vida entregada hasta la cruz, la que nos habla de su amor extremo, como pan partido y sangre derramada.
El inicio, el transcurso, y el final de la vida de Jesús, se ha presentado siempre ante los hombres, no como una amenaza contra lo bueno que hay en el corazón humano, sino como una lucha campal contra el Maligno y el mal, que siembran las relaciones humanas de odio y violencia. Al mal se vence a fuerza de Bien.
Es necesario mirar al Cordero traspasado en su Corazón por nuestros pecados y repetir a todo el mundo con nuestra vida, mirad al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo llevándolo sobre sí.
+ Francisco Cerro Chaves - Arzobispo electo de Toledo
Administrador Apostólico de Coria-Cáceres.