El martirio blanco en Occidente
En Occidente tanto en Europa como en América se ha recrudecido la
persecución con un despliegue más sutil pero igualmente violento. Se han
atacado las expresiones públicas de fe, se ha ridiculizado la piedad llamándola
fundamentalismo y se ha relegado la misma moral que fundó todo Occidente.
La
persecución cruenta a los cristianos en Medio Oriente, África y Asia ratifica
las palabras plenamente vigentes de Jesucristo, quien hace dos mil años nos
advertía de este combate que padecería la Iglesia por causa de su nombre; el
testimonio de aquellos santos mártires nos apena por el sufrimiento padecido,
nos indigna por su injusticia, nos conmueve por su fe y fortalece en cuanto
vemos vivo el deseo de todos los apóstoles, los de antaño y los de hoy, de dar
la vida por Cristo y su Evangelio.
En Occidente, por otro
lado, tanto en Europa como América se ha recrudecido la persecución con un despliegue más sutil
pero igualmente violento: la persecución institucional a los cristianos
en las sociedades laicas.
Ya sea en
estados con tintes socialistas o bien liberales, pero siempre dentro de un
marco notoriamente ateo, se han atacado reiteradamente las expresiones
públicas de fe, haciéndolas pasar por atropello a las libertades, se ha
ridiculizado la piedad llamándola fundamentalismo y se ha relegado la misma
moral que fundó todo Occidente acusándola de obsoleta y arcaica.
Pero
Occidente ha ido un paso más allá. Lo que antes era marginación o burla, ha pasado a ser
un constante intento por expulsar todo rastro de los principios cristianos de
la plaza pública, ello por ser considerados como vulneratorios de los
derechos de las personas y de su dignidad. Así, muchos cristianos se han visto
envueltos en juicios y denuncias de odio, se han establecido en sus países
leyes atentatorias al derecho natural, se les han impuesto multas, se han
impartido clases de adoctrinamiento obligatorias, se han proscrito ciertas
ideas del debate universitario, arriesgan sus trabajos, o han sido objeto del
escarnio y hostigamiento en redes sociales, todo aquello con la pretensión de
acallar el mensaje de Dios que resuena en los católicos que lo difunden.
La retirada
de la moral cristiana de la sociedad y la secularización de las instituciones llevó a la
corrosión del sistema público y lo ha tornado a él mismo en contra de
los católicos, quienes hoy deben elegir entre soportar la expulsión de los espacios de la
sociedad, o bien ocultar la fe y seguir relegándola aún más a lo privado, hasta que
esta no vaya más allá de la Iglesia luego de misa, ni salga de la puerta de la
casa.
Es por
esto, que la Iglesia Occidental debe continuar con su misión apostólica y
retomarla con fuerza. No será el blanqueamiento de la doctrina lo que salvará
esta barca en que en medio de los embates amenaza con hundirse, sino que el
reafirmarse en la íntegra Fe de una Iglesia que debe estar más viva que
nunca. Hoy se demanda el ejemplo de entrega en medio de un
mundo individualista y cómodo, y se exige valentía en medio de este asedio. No acabará
esta guerra declarada a la Cruz espontáneamente, sino que será necesario
reevangelizar las mismas tierras en donde inició el catolicismo y se requerirá
de la acción organizada y fiel del pueblo de Dios que al unísono debe confirmar
su Fe y avocarse realmente a ella.
Esta misión
es la misma que anunció Cristo y la que nos ha marcado a lo largo de los
siglos, ya en la Carta a Diogneto, del siglo II d.c, se describe a los cristianos de esta
forma: “Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su
ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de
vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los
condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son
pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la
deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello
atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia,
y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y,
al ser castigados a muerte, se alegran como si les diera la vida”.
Así, los
cristianos de todo el mundo, en Oriente y Occidente, se unirán a la misma
vida cristiana que se ha tenido desde la primera venida de Cristo, y que se
tendrá hasta su segunda: una vida marcada por el profundo amor a Dios que
conlleva al amor de los demás, a una paz y alegría características, pero también
al sello ya anunciado de la persecución, la marca inescindible del dolor que cobra un
nuevo sentido a la luz de la Cruz. Nos reconfortamos en la unidad de los hermanos de todo
el mundo, bajo la protección de nuestra Madre la Virgen, y nos consolamos con
la visión de Cristo crucificado y resucitado como modelo de santidad; así, se
cobran nuevas fuerzas para continuar con la misma tarea encomendada de anunciar
la Verdad. Ayer, hoy, y siempre.
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