«ESTE ES MI HIJO AMADO, EN QUIEN ME COMPLAZCO»
Mt. 3,13-17
En aquel tiempo, vino
Jesús desde Galilea al Jordán y se presenta a Juan para que lo bautice. Pero
Juan intentaba disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me
bautices, ¿y tú acudes a mí?». Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Conviene que
así cumplamos toda justicia».
Entonces
Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y
vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una
voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».
Otras
Lecturas: Isaías 42, 1-4.6-7; Salmo 26; Hechos 10, 34-38
LECTIO:
El ciclo
litúrgico de Navidad concluye con la fiesta del bautismo del Señor junto al
Jordán, acto con el cual inicia su
ministerio público y la misión encomendada por el Padre.
El
evangelio de este domingo nos describe esa escena, en la que Juan el Bautista
está predicando junto al Jordán un bautismo de penitencia, y se le van
acercando aquellos que quieren prepararse a la venida del Mesías. Escuchan,
hacen penitencia, se reconocen pecadores y entran en el agua con el deseo de
ser purificados.
En esto
que entre la multitud se acerca Jesús y se mezcla con los pecadores, siendo él
inocente. Y al acercarse al Bautista, éste le reconoce y le señala delante de
todos: Éste es el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo. Jesús pide que le bautice, y Juan se resiste: “Soy
yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?”. La insistencia de
Jesús empuja a Juan a realizar aquel bautismo también sobre Jesús… Cuando Jesús entra en el agua, fue plenificado de
Espíritu Santo, el amor del
Padre que lo envuelve con su amor, acogiendo el Espíritu Santo…
A partir de este momento, el agua se ha convertido en vehículo
transmisor del Espíritu para todos los que reciban el nuevo bautismo, por el que somos hechos hijos de Dios, amados en el Amado,
por la efusión del Espíritu Santo, que nos capacita para la gloria. En el
bautismo del Jordán, donde Jesús es sumergido en las aguas, tiene origen
nuestro propio bautismo, primero de los sacramentos que nos abre la puerta para
todas las demás gracias de Dios en nuestra vida. (+ Demetrio Fernández - Obispo de Córdoba)
MEDITATIO:
En
el momento en el que Jesús, bautizado por Juan, sale de las aguas del río
Jordán, la voz de Dios Padre se hace oír desde lo alto:
«Este
es mi Hijo amado, en quien me complazco».
Y al mismo tiempo el
Espíritu Santo, en forma de paloma, se posa sobre Jesús, que da públicamente
inicio a su misión de salvación; misión caracterizada por un estilo, el estilo
del siervo humilde y dócil, dotado sólo de la fuerza de la verdad. (Papa Francisco)
Siervo humilde y manso, he
aquí el estilo de Jesús, y también el estilo misionero de los discípulos de
Cristo: anunciar el Evangelio con docilidad y firmeza, sin gritar, sin regañar
a alguien, sino con docilidad y firmeza, sin arrogancia o imposición. La
verdadera misión nunca es proselitismo sino atracción a Cristo. (Papa Francisco)
¿Cómo se hace esta atracción a Cristo? Con
el propio testimonio, a partir de la fuerte unión con Él en la oración, en la
adoración y en la caridad concreta, que es servicio a Jesús presente en el más
pequeño de los hermanos. (Papa Francisco)
Esta
fiesta nos hace redescubrir el don y la belleza de ser un pueblo de bautizados, es
decir, de pecadores —todos lo somos— de pecadores salvados por la gracia de
Cristo, insertados realmente, por obra del Espíritu Santo, en la relación
filial de Jesús con el Padre, acogidos en el seno de la madre Iglesia, hechos
capaces de una fraternidad que no conoce confines ni barreras. (Papa Francisco)
ORATIO:
Te pedimos Espíritu Santo nos hagas
redescubrir el significado de nuestro bautismo como don tuyo y del amor del
Padre, y te damos gracias porque has consagrado a Jesús profeta y Mesías y te
has manifestado en él con plenitud, para que él pudiera derramar tus dones
sobre nosotros.
CONTEMPLATIO:
Los signos del cielo que tuvieron lugar en aquel momento transcendental de la vida de Jesús debieron
impresionar tanto a los testigos del acontecimiento hasta el punto de que los cuatro evangelistas
lo narran. Por otra parte, la teofanía maravillosa en la que el Padre declara que Jesús es el Hijo amado, el predilecto, mientras el Espíritu Santo unge a Jesús en
el comienzo de su ministerio público, es la prueba más palmaria de su mesianidad y el
más seguro refrendo de su divinidad. El relato del Bautismo del Señor es además
para la Iglesia primitiva la mejor catequesis sobre el significado del bautismo
cristiano.
Efectivamente, la fiesta
del Bautismo del Señor evoca el día de nuestro bautismo, el día más
importante de nuestra vida, aquella fecha magnífica que todos deberíamos conocer y celebrar
más incluso que el día de nuestro nacimiento físico. En aquel día grandioso fuimos purificados del pecado original y lo que es más importante, fuimos consagrados
a la Santísima Trinidad que vino a morar
en nuestros corazones. En aquel
día memorable recibimos el don de la gracia santificante,, el mayor tesoro que nos es dado poseer en esta vida. Es la
vida divina en nosotros, que nos permite formar
parte de la familia de Dios como hijos bien amados del Padre, hermanos del
Hijo y ungidos por el Espíritu. En aquel día fuimos incorporados al misterio pascual de Cristo muerto y resucitado, sacerdote, profeta y rey, y en consecuencia, recibimos una participación de su sacerdocio real
y de su condición de profeta, que nos habilitó y destinó al culto, a ofrecer sacrificios gratos a Dios por Jesucristo, y a
testimoniarlo con obras y palabras. Al mismo tiempo, al incorporarnos a Cristo, Cabeza
del Cuerpo Místico, quedamos incorporados a
la Iglesia, la porción más
valiosa de la humanidad, la Iglesia de los mártires, de los confesores, de las vírgenes,
la Iglesia de los héroes y los santos, que han dado la vida por Jesús y que nos estimulan con su ejemplo en nuestro
caminar… (+ Juan José Asenjo Pelegrina - Arzobispo
de Sevilla)
■… Ahora, sin embargo, hay otra acción de
Cristo y otro misterio: Cristo es iluminado, Cristo es bautizado. Meditemos un
poco sobre las distintas formas de bautismo. Bautiza Juan con el propósito de
suscitar la penitencia; bautiza también Jesús y Él, sí, bautiza en el Espíritu.
Éste es el bautismo perfecto. Conozco también otro bautismo, el del testimonio
de sangre, que fue impartido también a Cristo mismo y es un bautismo mucho más
venerable que los otros, (...) Al hombre ha sido dada toda palabra y para él se
ha instituido todo misterio, a fin de que vosotros lleguéis a ser como lámparas
en el mundo, potencia vivificadora para los demás hombres (Gregorio Nacianceno).
El Bautismo del Señor nos habla de la profunda humildad del Señor y de nuestro agradecimiento por ser hijos de Dios y hermanos de la familia del Padre. Es precioso que no se cierre el ciclo de la Navidad sin contemplar el BAUTISMO del Señor con estas tres claves:
ResponderEliminarLa profunda humildad del Señor que elige el camino de los últimos, de ponerse a la cola de los pecadores para compartir su condición y pasar por uno de tantos. No eligió significarse. No quiso llamar la atención. Su profunda sencilla humildad nos recuerda la del pesebre de la Navidad.
El protagonismo del Espíritu Santo que revela la profunda identidad de Jesús, hijo amado del Padre y hermano de pobres y pecadores. No esta lejos de nadie. Los preferidos de su Corazón los que nunca cuentan para nadie. Sus preferidos los últimos y los penúltimos.
El Jordán, con Jesús dentro, se convierte, por el Bautismo, en la fuente de la salvación. Naaman el sirio fue curado de su lepra en el Jordán por obedecer los designios de Dios. Cuando vivimos por el Bautismo, cumpliendo los proyectos de su Corazón, subsisten en nosotros de edad en edad, y de su Corazón abierto en la cruz, de donde brotan por el agua y la sangre, los sacramentos de la vida que curan nuestras heridas.
+ Francisco Cerro Chaves - Arzobispo electo de Toledo
Administrador Apostólico de Coria-Cáceres