«ESTAD EN VELA, PORQUE NO SABÉIS QUÉ DÍA VENDRÁ VUESTRO SEÑOR»
Mt 24, 37-44
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del hombre. Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
Otras
Lecturas: Isaías 2,1-5; Salmo 121; Romanos 13, 11-14a
LECTIO:
Las
palabras que envuelven la Palabra de Dios de este primer domingo de adviento
son la espera y la vigilancia. Una
espera que nos asoma al acontecimiento que –lo sepamos o no- aguardamos que
suceda, y una vigilancia que nos despierta para no estar dormidos cuando le
veamos pasar.
...
“Vigilad”, dice Jesús en el
evangelio de este domingo,
porque el que ha venido hace veinte siglos y ha prometido volver al final de
los tiempos, llega incesantemente al corazón y a la vida de quien no se cierra.
Vigilad, es decir, entrad en la sala de espera del adviento, poned vuestras
preguntas al sol, porque va a venir Aquel que únicamente las ha tomado en serio
y Aquel que únicamente las puede responder: Jesucristo, redentor del hombre.
Vigilad,
estad despiertos, la
espera que os embarga no es una quimera pasada y cansada sino la verdadera
razón que cada mañana pone en pie nuestra vida para reconocer a Aquel que cada instante
no deja de pasar. (+Fr. Jesús Sanz Montes, ofm,
arzobispo de Oviedo)
MEDITATIO:
La página del Evangelio nos presenta uno
de los temas más sugestivos del tiempo de Adviento: la
visita del Señor a la humanidad. La
primera visita se produjo con la Encarnación, el nacimiento de Jesús en la
gruta de Belén; la segunda sucede en el presente: el Señor nos visita
continuamente cada día, camina a nuestro lado y es una presencia de
consolación; y para concluir estará la tercera y última visita, que profesamos
cada vez que recitamos el Credo: «De nuevo vendrá en la gloria para juzgar a
vivos y a muertos». El Señor hoy nos habla de esta última visita suya, la que
sucederá al final de los tiempos y nos dice dónde llegará nuestro camino. (Papa Francisco)
En este
tiempo de Adviento estamos llamados a ensanchar los horizontes de nuestro
corazón, a dejarnos sorprender por la vida que
se presenta cada día con sus novedades. Para hacer esto es necesario aprender a
no depender de nuestras seguridades, de nuestros esquemas consolidados, porque
el Señor viene a la hora que no nos imaginamos. Viene para presentarnos una
dimensión más hermosa y más grande. (Papa
Francisco)
Que Nuestra Señora, Virgen del Adviento,
nos ayude a no considerarnos propietarios de nuestra vida, a no oponer
resistencia cuando el Señor viene para cambiarla, sino a
estar preparados para dejarnos visitar por Él, huésped esperado y grato,
aunque desarme nuestros planes. (Papa
Francisco)
ORATIO:
Padre, destierra
de nosotros la pereza, la desgana y la desidia de ver "siempre lo
mismo" y enséñanos a ponernos de nuevo en camino. Vence nuestra ignorancia
que piensa conocerte ya lo suficiente. Vence nuestra tibieza que nos lleva a
pensar que te amamos bastante. Vence nuestras rutinas que nos hacen creer que
ya no podemos descubrir nada nuevo en tu compañía.
Ven,
Señor Jesús, en este nuevo Adviento
y acoge mis limitaciones y temores
y acoge mis limitaciones y temores
para que renazca a una vida nueva.
CONTEMPLATIO:
«Por eso estad también vosotros
preparados»
El tiempo de adviento nos hace presente
esta realidad, que celebramos continuamente en la Eucaristía. La Eucaristía es
Dios con nosotros en la carne de Cristo y al mismo tiempo es la plenitud de la
creación y de la historia en esa carne resucitada, transfigurada, transformada.
Vivir el
adviento es vivir a la espera del Señor, que viene a transformarlo todo.
La Palabra de Dios en este tiempo santo de
adviento es una invitación continua a la vigilancia gozosa y esperanzada. El
pecado nos adormece, nos anquilosa, nos atonta y nos hace ver la realidad
extorsionada. El Señor, por el contrario, nos invita a despertar, a ponernos
en camino, a espabilarnos, a ver las cosas como son, como las ve Dios…
Si esto es así, debemos
purificar nuestro corazón de tantas adherencias que nos retardan. Tenemos
necesidad de resetear nuestra propia historia, de poner a punto nuestro corazón
y nuestra vida. Nuestro destino es el cielo, que ya empezamos a vivir en la tierra, porque el cielo es
estar con Cristo. Y con esta perspectiva hemos de ir muriendo a tantas
realidades de la vida, que no son definitivas y en las que nos entretenemos
indebidamente o nos apartan de Dios. El adviento quiere desaletargarnos, quiere
estimularnos en el camino del bien. Hemos de vivirlo con mucha esperanza. (+ Demetrio Fernández - Obispo de Córdoba)
■… Ya ves que el Verbo de Dios provoca al ocioso y
despierta al dormido. Pues quien viene y llama a la puerta, señal de que quiere
entrar. Si no siempre entra, si no siempre permanece, eso ya depende de nosotros.
Que tu puerta esté abierta de par en par para el que viene: ábrele tu alma,
ensancha el regazo de tu inteligencia, para que pueda ver la riqueza de
simplicidad, los tesoros de paz, la suavidad de la gracia. Dilata tu corazón,
sal al encuentro del sol de la luz eterna, que alumbra a todo hombre. En realidad
la luz verdadera luce para todos: pero si uno cierra sus ventanas, él mismo se
privará de la luz eterna. (S. Ambrosio de Milán)