Queridos
adoradores de Cristo Eucaristía
Para
un enamorado todo es razonable, nada es locura. Para quien no tiene amor, todo
es exagerado o inútil, ningún esfuerzo merece la pena. El amor puede con todo
obstáculo. El desamor es en sí mismo el mayor obstáculo y no sabe, no puede, no
quiere luchar. El amor gana batallas; el desamor ni se plantea la lucha, se
desanima ante cualquier limitación...
Podríamos
seguir, pero creo que ya me vais pillando la idea. Si
estamos verdaderamente enamorados de Jesucristo, que
quiso quedarse con nosotros para siempre en la Eucaristía, no
hay edad, no hay cansancio ni rutina y el hastío no existe. Por el contrario, pasarán
los días del mes y estaremos deseando la llegada de la vigilia, no habrá frío
ni calor, ni sueño ni cansancio. Nada nos detendrá a la hora de ir al encuentro
con el Amado.
En
mis más de 50 años de adoración nocturna he conocido gente enamorada; algunos
están ya en el cielo en la -esa sí- adoración perpetua, propiamente dicha.
Estos enamorados eran, o son, gente a la que la sonrisa del corazón les
rebosaba por la boca, gente encantadora cuyo ejemplo es incontestable. Mirándoles
no valen los argumentos del
desamor: soy mayor, me duelen las rodillas,...
Ellos no hablan nunca de sus achaques sino del Amor de los amores que les
espera en la noche en audiencia privada. Y nos muestran a todos los adoradores
la raíz verdadera de lo que le pasa a la Adoración Nocturna: ¡No somos mayores!¡No somos pocos! ¡No
estamos cansados ni artríticos! A la Adoración Nocturna lo
que le pasa es que los adoradores nos hemos olvidado del Amor y las vigilias se
han anquilosado en la rutina.
Creo
sinceramente que hemos
de mirar dentro de nosotros mismos y
que esa mirada hemos de hacerla, con valentía y con sinceridad, solos ante el
Sagrario. Lo primero es tomar conciencia de que el problema no está lejos de
todos y cada uno de nosotros, sino dentro. Él nos está esperando para
decírnoslo personalmente y sentar las bases del remedio. Es preciso que reconozcamos (me
pongo por delante) que
hemos olvidado lo importante y echamos la culpa a lo
accesorio: Para
ser adorador nocturno no hace falta tener una salud de hierro, no hace falta
ser joven, no hacen falta vigilias ostentosas, ni
siquiera (con todo mi respeto) hace falta el sacerdote, sólo las llaves del
templo. Para ser adorador nocturno lo
único necesario es estar enamorado. Solos,
ante el Sagrario, os decía, hemos de pedir humildemente al Señor una
reconversión personal. Primero, tomando conciencia y confesando ante
Él nuestra falta de amor; segundo, implorando de su misericordia el perdón por
nuestra falta de cuidado de aquel amor que, hace varios años, Él inyectó en
nuestros corazones, pero hemos dejado marchitar; y tercero, pidiéndole (Él lo
está deseando) que nos vuelva a enamorar, como en los primeros tiempos. Sólo Él
puede hacerlo, pero quiere nuestro querer. Digámosle
con San Ignacio: “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad,
mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer;
Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno. Todo
es vuestro, disponed de todo a vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia,
que esto me basta”…
José Luis González Aullón – Presidente
nacional A.N.E.
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