«DE LO QUE REBOSA EL
CORAZÓN HABLA LA BOCA»
Lc. 6, 39-45
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos una parábola: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán
los dos en el hoyo? No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando
termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por
qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga
que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que
te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo?
¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar
la mota del ojo de tu hermano. Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni
árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su
fruto;
porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los
espinos. El
hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es
malo, de la maldad saca el mal; porque de
lo que rebosa el corazón habla la boca».
Otras lecturas: Eclesiástico 27, 4-7;
Salmo 92; 1Corintios 15, 54-58
LECTIO:
El
Evangelio hoy nos invita a no juzgar. Y
nos da varias razones: No debemos juzgar a los demás, primero
porque el juicio pertenece a
Dios, sólo Dios conoce el corazón del hombre. Nosotros siempre
nos equivocamos, nos falta misericordia y comprensión ante los demás. La
segunda razón que la
medida que usemos con los demás la usaran con nosotros.
Esta tendría que ser suficiente para ayudarnos a controlar nuestros
pensamientos, y nuestra boca. Es mejor elegir la medida de misericordia que la
legalista, ya que si nos cae el peso de la ley todos andamos faltos. Y en
tercer lugar porque todos
somos imperfectos, tanto y más que los otros.
Aprendamos a ser intransigentes con el
pecado -¡comenzando por el nuestro!- e indulgentes con las personas. Conocer
nuestra debilidad, nos ayudará a ser un
poco más comprensivos para con nosotros y con los que nos rodean, con aquellos
que nos toca compartir nuestro tiempo y nuestra persona. Conocer nuestras
propias limitaciones, admitirlas y aceptarlas nos capacita para darnos cuenta
que los otros también tienen que soportar nuestras carencias.
MEDITATIO:
Todos
queremos, el día del juicio, que el Señor nos mire con benevolencia, que el
Señor se olvide de tantas cosas feas que hemos hecho en la vida. Y esto es
justo, porque somos hijos, y esto es lo que un hijo se espera del padre,
siempre. Pero si tú juzgas continuamente a los demás, con la misma medida serás
juzgado: esto está claro. (Papa
Francisco)
Primero, el mandamiento, el hecho: “No
juzguéis para que no seáis juzgados”, segundo, la medida será la misma que
usáis para los hermanos. Y después, el tercer paso: “mírate al espejo para verte,
cómo eres” Las palabras de Jesús son claras: «¿por qué miras la paja que
está en el ojo de tu hermano y no te das cuenta de la viga que tienes en el
tuyo?». ¿O cómo dirás a tu hermano: “deja que quite la paja de tu ojo” mientras
tienes la viga en tu ojo?». (Papa
Francisco)
¿Cómo nos clasifica el Señor cuando hacemos esto? Sólo una palabra:
“hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces verás bien para sacar la
paja del ojo de tu hermano”». En realidad, no debería sorprender la reacción
del Señor que se enfada; es muy fuerte, y parece incluso que nos insulte: dice
“hipócrita” a quien juzga a los demás. (Papa
Francisco)
ORATIO:
Como David después de
su extravío, también yo te suplico hoy: «Crea en mí, Señor, un corazón puro» Si se
vuelve puro, indiviso, sólidamente anclado en ti y en tu Evangelio, también yo
seré un árbol bueno que dará buenos frutos.
Señor,
enséñame que no debo juzgar ni criticar.
Que trate a
los demás como Tú me tratas Señor:
comprendiendo sus limitaciones…
CONTEMPLATIO:
«Nada que entre de fuera hace impuro al
hombre; lo que sale de dentro es lo que le hace impuro.»
El pensamiento de Jesús es claro: el
hombre auténtico se construye desde dentro. …Lo decisivo es el «corazón», ese
lugar secreto e íntimo de nuestra libertad donde no nos podemos engañar a
nosotros mismos. Según ese «despertador de conciencias» que es Jesús, ahí se
juega lo mejor y lo peor de nuestra existencia.
«No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni
árbol dañado que dé fruto sano.»…
Sólo quien vive en paz consigo mismo y con
los demás, puede abrir caminos de pacificación; sólo quien alimenta una actitud
interior de respeto y tolerancia, puede favorecer un clima de diálogo y
búsqueda de mutuo entendimiento.
El perdón puede ser otra fuente de
esperanza en nuestra sociedad. Las personas… que saben perdonar desde dentro,
siembran esperanza en el mundo. Junto a esas personas siempre crecerá la vida.
■… En suma, el
Señor nos ordena con este precepto que quien esté cargado de culpas no debe
erigirse en juez severo de los otros, sobre todo cuando las culpas de éstos son
desdeñables. No es que prohíba de una manera genérica juzgar y corregir, sino
que nos prohíbe descuidar nuestras culpas y pasarlas por alto para acusar con
rigor a los otros. Obrar así sólo puede aumentar nuestra maldad, haciéndonos
doblemente culpables. Quien, por hábito, olvida sus propias culpas, aun cuando
sean grandes, y se preocupa, en cambio, de buscar y criticar con aspereza las
de los otros, aunque sean pequeñas y leves, se perjudica de dos modos: en
primer lugar, porque descuida y minimiza sus propios pecados; a continuación,
porque atrae enemistad y odio sobre todos con sus juicios insolentes, y cada
día se vuelve más inhumano y cruel (S. Juan Crisóstomo).
Es verdad que lo que rebosa el corazón habla la boca y que cuando crecemos por dentro servimos por fuera.
ResponderEliminarNo se puede evangelizar si no estamos llenos del Amor del Señor. No se puede dar paz si no tenemos dentro esa paz. Nadie da lo que no tiene. Por eso Lucas nos pone contra la pared o estamos llenos y rebosamos hasta derrochar el amor de Dios y esto es la conversión o tenemos poco qué hacer. No es bueno querer sembrar sin tener trigo abundante en el corazón. Mucha gente se aleja de la fe por las incoherencias de nuestras vidas. Nadie da lo que no tiene.
El fariseo, el autorreferencial que mira por encima del hombro a todos, porque yo no soy como ese, ha equivocado el camino de la santidad.
Solo creo en la santidad de los humildes. Sin humildad no se cimienta la santidad y no se puede avanzar en el camino del seguimiento de Cristo.
El fariseísmo es la religión del rigorismo de la ley. El cristianismo es la religión del amor, del corazón, donde desde la autenticidad de un amor desde dentro, nos lanza al olvido de si y al servicio de los más pobres y necesitados.
+ Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres