LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA
Lucas 2. 16-21
En aquel tiempo, los pastores fueron
corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el
pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Y se volvieron los pastores dando gloria y
alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les
había dicho.
Cuando se cumplieron los ocho días para
circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el
ángel antes de su concepción.
Otras
Lecturas: Números 6, 22-27; Salmo 66; Gálatas 4, 4-7
LECTIO:
Lucas es el
evangelista que más destaca los gestos y actitudes de la Virgen María. Y le
presenta en estos versículos como la “memoria viva” de la historia de la
infancia de Jesús.
La Madre
María, ya lo dijeron los padres de
la Iglesia, “concibió a Dios en su persona antes que lo concibiera en su seno”.
María es la oyente de la Palabra. Siempre a la escucha de la Palabra, para
sintonizar con el plan de Dios en su vida.
Del
encuentro de los pastores con Jesús, María guardó y meditó aquella experiencia
sencilla y profunda. María es la que escucha a Dios en los acontecimientos de
la vida. Así aparece la Virgen en el cántico del Magníficat.
María es también la orante de la Palabra. Lo que veía en la vida diaria y la
Palabra que escuchaba en la sinagoga de Nazaret, todo lo meditaba y lo oraba,
lo convertía en un diálogo ininterrumpido con el Señor de la historia, su Hijo,
totalmente presente en su vida.
María es la oferente de la Palabra. En la circuncisión del Niño y al ponerle
el nombre Jesús (Dios salva), María ofrece el fruto de sus entrañas al Padre
para la salvación de los humanos. La oblación constante de su vida, de su Hijo,
de todos sus gozos y sufrimientos, le lleva a la entrega total de su persona y a la
ofrenda de su mismo Hijo, desde este momento doloroso de la circuncisión hasta
el último suspiro en la cruz.
MEDITATIO:
Los hombres,
al igual que hace más de dos mil años, siguen necesitando de Cristo. Pero pocos
le reciben y le aceptan, porque se olvidan del ejemplo que nos dan María y los
pastorcillos.
El
Evangelio nos dice que los pastores después de escuchar el mensaje del ángel
“fueron a toda prisa”. Es decir, pusieron en práctica lo que les pedía Dios:
caminar hacia Belén, donde encontrarían al Salvador. Y es precisamente esto lo
que necesitamos.
Para tener a Jesús hay que decidirse a
dejar los “rebaños” del egoísmo, de la comodidad, el placer y la vanidad, pues
no existe un Jesús a nuestra medida, sino el único que encontraron los pastorcillos “un
niño envuelto en pañales recostado en un pesebre”.
Para llegar
a Jesús hace falta ser humildes, pues la entrada de la cueva es pequeña y exige
agacharse. Es Dios mismo quien nos enseña, desde ese pesebre, que su
seguimiento exige cruz, dolor, humildad, pureza y pobreza de corazón, y
obediencia a la voluntad de Dios. Y es esto lo que da la paz y la felicidad en
el corazón. María, la Madre de Dios, nos enseña que para llegar a Cristo hace
falta también la oración. Ella
“guardaba todas las cosas y las meditaba
en su corazón”
ORATIO:
Al inicio
de este nuevo año, Señor, te rezamos volviendo la mirada hacia María, a la
que, siendo la madre de tu Hijo y madre nuestra, puede hacer posible la
civilización del amor y de la paz para toda la humanidad.
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“Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo”
María, ayúdanos a vivir siempre con la certeza y la confianza de que Dios está con nosotros, llenándonos con su amor y su gracia en todo lo que vivimos. Pero haz capaz a cada hombre de comprender que la auténtica paz y la verdadera felicidad vienen de ti, que eres el Dios de la paz. |
CONTEMPLATIO:
Es bueno comenzar el año con voluntad de renovación. Cada año que se nos
ofrece de vida es un tiempo abierto a nuevas posibilidades, un tiempo de gracia
y de salvación en el que se nos invita a vivir de manera nueva.
Dos
caminos se cruzan hoy: fiesta de María
santísima Madre de Dios y Jornada mundial de la paz. Hace
ocho días resonaba el anuncio angelical: «Gloria a Dios y paz a los hombres»;
hoy lo acogemos nuevamente de la Madre de Jesús, que «conservaba todas estas
cosas, meditándolas en su corazón», para hacer de ello nuestro compromiso a lo
largo del año que comienza.
Pongamos en manos de
María nuestras esperanzas. Confiémosle el grito de
paz de las poblaciones oprimidas por la guerra y la violencia, para que la
valentía del diálogo y de la reconciliación predomine sobre las tentaciones de
venganza, de prepotencia y corrupción. Pidámosle que el Evangelio de la
fraternidad pueda hablar a cada conciencia y derribar los muros que impiden a
los enemigos reconocerse hermanos.
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El nombre de Jesús, Yahweh salva, llena nuestra vida de un gozo y de una alegría desbordante. Es el nombre sobre todo nombre ante el cual toda rodilla se dobla en el cielo y en la tierra, nos recuerda San Pablo. Su nombre es la alegría de quienes han conocido y se han encontrado en la Vida con Él. Él vive para siempre.
ResponderEliminarAquellos que van corriendo desde su pobreza, como los pastores, los que pasan la vida en la intemperie, a veces en la noche cerrada, acaban encontrando a Jesús envuelto en pañales, en un pesebre con María y José. Caminar y no detenerse ni un instante hasta encontrarlo. Sabiendo, como dice San Agustín, que no lo buscaríamos si antes ya no nos hubiera encontrado Él. Es necesario volver, una y otra vez, al camino que lleva a Belén, a pronunciar el nombre de Jesús en la noche, a saber que buscarlo es ya haberlo encontrado. No existe otro nombre que se nos haya ofrecido en Belén y que nos salve, es su nombre Jesús, Hijo de María Virgen.
Jesús es el nombre de la Paz. La Paz es su Persona, su Evangelio, su Vida. Hasta que no encontremos plenamente a Jesús no tendremos paz auténtica y verdadera ni por dentro ni por fuera. La Paz es Él. Es conocer su amor. Y a Jesús siempre se le encuentra en brazos de su Madre. Así lo encontramos en Belén, acunado por María. Y también en la cruz. Allí está su Madre abrazando en él a todos los hijos muertos y destrozados por la vida. Sin María Jesús no habría nacido. Por eso, afirmamos que Jesús es solamente del Padre y solamente de María que le ha llamado "hijo mío".
Tenemos que caminar en la sencillez y en la humildad de quien confía y se lanza por los caminos vividos desde Jesús. Sabiendo que Él va delante, a nuestro lado y detrás. Delante para indicarnos con su vida la dirección obligatoria para vivir con “los sentimientos del Corazón de Cristo” . Camina a nuestro lado para escuchar una por una nuestras quejas y desalientos. También va detrás para compartir nuestras flaquezas y pobrezas, para que no nos perdamos en la queja fácil de los cobardes, que no siguen porque dicen ser débiles y tener dificultades, como si Él, Jesús de Nazaret con su vida y su fuerza no nos indicase que cuando somos débiles entonces somos fuertes. Que se lo cuenten a San Pablo.
El nombre, para un judío, era clave y muy importante. Expresaba que es un don del Dios de la Vida para la familia. Jesús es el regalo del Padre, envuelto en la pobreza de Belén y de todo lo que le rodea. Hemos de intentar evitar el peligro que corremos de quedarnos en " el envoltorio" de la Navidad e intentar descubrir que ha nacido el tesoro que busca el corazón humano, el Redentor y su nombre es Jesús.
+ Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres