«ALEGRAOS, VUESTRA RECOMPENSA SERÁ GRANDE»
Mt. 5. 1-12ª
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al
monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les
enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el
espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los
mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de
la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque
ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa
de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados
vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por
mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el
cielo».
Otras
Lecturas: Sofonías 2, 3; 3,12-13; Salmo 145; 1Coríntios 1, 26-31
LECTIO:
Como un nuevo Moisés, Jesús subirá a la montaña para proclamar allí su programa de bendición. Por eso Jesús realiza una nueva creación, porque con su vida y su muerte, con su resurrección, ha posibilitado nuevamente y definitivamente el proyecto del Padre que el pecado humano había frustrado. El sermón de la montaña…es la primera entrega de este volver a “decirse” de Dios en la boca de su Hijo, el bien-amado que hemos de escuchar.
Como un nuevo Moisés, Jesús subirá a la montaña para proclamar allí su programa de bendición. Por eso Jesús realiza una nueva creación, porque con su vida y su muerte, con su resurrección, ha posibilitado nuevamente y definitivamente el proyecto del Padre que el pecado humano había frustrado. El sermón de la montaña…es la primera entrega de este volver a “decirse” de Dios en la boca de su Hijo, el bien-amado que hemos de escuchar.
Produce una sensación extraña ir
escuchando estas ocho formas de felicidad que son las bienaventuranzas. Pero ¿puede hablarse hoy de felicidad… de
una felicidad verdadera y duradera? ¿No hay demasiadas contraindicaciones,
demasiados dramas y oscuridades que nos rebozan su desmentido?
…No es fácil tampoco hoy el sermón de las
bienaventuranzas, no porque nuestro corazón no se reconozca en ellas,
sino porque nos parecen tan imposibles, tan distantes estamos de ellas, que la
Palabra de Jesús nos resulta como nombrar la soga en la casa del ahorcado: o
¿es que no duele su mensaje de humildad, de mansedumbre, de paz, de limpieza,
de misericordia… cuando seguimos empeñados –cada cual a su nivel
correspondiente – en construir, en fomentar, en subvencionar un mundo que es
arrogante, agresivo, violento, sucio, intolerante?
Por esto
son difíciles de escuchar las bienaventuranzas, porque nos
ponen de nuevo ante la verdad para la que nacimos, ante lo más original de
nuestro corazón y
de nuestras entrañas humanas.
Las
bienaventuranzas nos esperan, en lo pequeño, en lo cotidiano, en el prójimo más
próximo, y nos vuelven a decir: la paz es posible, la alegría no es una
quimera, la justicia no es un lujo a negociar. No os engañéis más, no os
acostumbréis a lo malo y a lo deforme, porque nacisteis para la bondad y la
belleza. Y S. Agustín dirá: “nos hiciste, Señor, para ti e inquieto estará
nuestro corazón hasta que descanse en ti”.
MEDITATIO:
Toda la
novedad de Cristo está en las Bienaventuranzas. Son el retrato de Jesús, su
modo de vida; y son el camino hacia la verdadera felicidad, que también
nosotros podemos recorrer con la gracia que Jesús nos dona. (Papa
Francisco)
No
tendremos títulos, créditos o privilegios que excusar. El Señor nos reconocerá
si a nuestra vez nosotros lo habremos reconocido en el pobre, en el hambriento,
en los indigentes y marginados, en quien sufre y está solo… Este es uno de los
criterios fundamentales para la verificación de nuestra vida cristiana, con el
que Jesús nos invita a medirnos cada día. (Papa Francisco)
La
nueva alianza consiste precisamente en esto: en el reconocerse, en Cristo,
envueltos por la misericordia y la compasión de Dios. Esto es lo que llena nuestro corazón de
alegría, y esto es lo que hace de nuestra vida un testimonio bello y creíble
del amor de Dios por todos los hermanos que encontramos cada día. (Papa
Francisco)
Las
bienaventuranzas no son sólo promesas para esperar, son todo un programa de
vida para reformar esta tierra. Si por un día todos los hombres fuéramos pobres
de espíritu, mansos de corazón, pacíficos, misericordiosos, limpios de corazón,
podríamos traer el cielo a la tierra.
ORATIO:
¡Señor, tenemos tanta hambre y sed de
alegría…!... Tus
bienaventuranzas nos entusiasman y nos descorazonan. Nos entusiasman porque
vemos en ti al intérprete de la felicidad, la persona que sabe dar las
indicaciones precisas, acrisoladas por ti y experimentadas por millones de
personas que se han fiado de ti y han confiado en ti.
Tú
eres padre de los pobres: socorre nuestra miseria
Tú eres pródigo en dones: llena nuestras vidas
Tú eres luz de los corazones: ahuyenta nuestras tinieblas.
Eres consuelo admirable: disipa nuestra tristeza
Tú habitas en nuestra vida: se bienvenido a nuestro hogar.
Tú eres pródigo en dones: llena nuestras vidas
Tú eres luz de los corazones: ahuyenta nuestras tinieblas.
Eres consuelo admirable: disipa nuestra tristeza
Tú habitas en nuestra vida: se bienvenido a nuestro hogar.
CONTEMPLATIO:
Cuando
Jesús sube a la montaña y se sienta para anunciar las bienaventuranzas, hay un
gentío en aquel entorno, pero sólo «los discípulos se acercan» a él para escuchar
mejor su mensaje. ¿Qué escuchamos hoy los discípulos de
Jesús si nos acercamos a Él?
La vida de
Jesús giraba en tomo a un proyecto que le entusiasmaba y le hacía vivir
intensamente. Lo llamaba «reino de Dios». Era feliz cuando podía hacer felices
a otros. Se sentía bien devolviendo a la gente la salud y la dignidad que se
les había arrebatado injustamente.
No buscaba
que se cumplieran sus expectativas. Vivía creando nuevas condiciones de
felicidad para todos. No sabía ser feliz sin incluir a los otros. A todos
proponía criterios nuevos, más libres y personales, para hacer un mundo más
digno y dichoso.
Su grito
era desconcertante para todos:
«Felices los
pobres porque Dios será su felicidad»
La
invitación de Jesús viene a decir así: «No busquéis la felicidad en la
satisfacción de vuestros intereses… Sed felices trabajando de manera fiel y
paciente por un mundo más feliz para todos».
■… ¿Cómo podemos decir que
las bienaventuranzas son el programa de la felicidad, si ensalzan a los pobres,
los humildes, las personas que no cuentan o que están en el último peldaño de
la escala social? … La verdadera alegría es una cuestión de relación personal basada
en el amor (las cosas no dan la verdadera alegría). Esta relación es con Dios
mismo. Ya, y aquí, se da una relación de comunión con él, aunque la comunión
plena sólo se realizará en la eternidad (anónimo).